Revista Filosofía

Fortaleza invisible

Por David Porcel
Es muy hermoso el modo como los hermanos Grimm descubren el elemento erótico que anida en cualquier relación humana, no contagiada por la envidia y el odio. Sus madrastras y brujas están, todas ellas, faltas de algo tan básico que tiene el ser humano como es la capacidad de amar y ser amado. Sin esa cualidad el corazón comienza a agriarse y aparece el elemento tanático, destructor, disgregador. Sin embargo, y he aquí el mensaje de los ilustradores hermanos, el eros no conoce antítesis. El eros, que es deseo, es indestructible, no alcanzable por las fuerzas de los elementos o del infortunio. Verdad es que el mal puede destruir lo perecedero, pero nada puede hacer ante lo que es inmortal. ¿Cómo podrían las fuerzas circunscritas al aquí y al ahora destruir lo intemporal? ¿Cómo podrían los elementos acabar con lo indivisible? De hecho, el influjo del maligno acaba con los cuerpos de princesas, reinas y reinos, pero no con sus vidas, ni su ánima, ni el eros que sigue intocado y siempre reconocible. El mundo de las almas, que son amistad y amor, parecen decirnos los hermanos Grimm, se encuentra situado fuera de los límites del mal, en la «fortaleza situada más allá del tiempo y fuera de él». En ella hay seguridad en todos los casos, también, y precisamente, cuando se rompen las cadenas del tiempo.Fortaleza invisible

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