foto: Luz Escobar
Mi país está tan huérfano de iniciativas ciudadanas, los ciudadanos viven tan convencidos de que ciudadano es un término peyorativo y cuasidelincuencial utilizado por la policía, que cómo van a imaginarse que la palabra no solo es bonita, sino que tiene resonancias eróticas: el ciudadano-soberano es quién elige y quita a sus representantes si no se siente servido por éstos. En esta “democracia” que padecemos se las han arreglado para invertir los términos, por ahí andan las consignas de pa lo que sea y otras en desuso a falta de rima con el nombre del actual gobernante.
Y por ahí, harto de esas consignas que le repiten y repite, anda el alicaído ciudadano sin saber quién es, afrontando el goteo incesante de dificultades que define su vida, donde es víctima, héroe anónimo o villano; sin enterarse, tan sumido en su día a día, de que será el protagonista de la transición democrática.
Delante de una vidriera, delante de un espejo, o delante de un abuso del poder, el ciudadano termina tomando conciencia de quién es.
Entre críptica y seria, he querido saludar la aparición de la Hoja de Ruta Constitucional, que complementariamente con la Campaña por la firma de los Pactos de la ONU (sin desdorar otras propuestas que no conozco o no me interesan; más es mejor) me parecen un buen abono para el ciudadano que espera.