Revista Cine
De muy jovencito, casi de niño, pintaba al óleo: unos horribles cuadros que no sé por dónde andarán: repletos de sentido de la proporción esquizoide, coloreo abigarrado, falta de sentido de la luz, titubeo en el uso de la espátula, imprecisión en los detalles, o, lo que generalmente podría resumirse en falta de técnica pictórica. Por un tiempo creí engañarme a mí mismo abrazando la abstracción, donde, consideraba, esa carencia podría pasar desapercibida. Otro error de magnitud. Mi fase abstracta se caracterizó por un uso naïf de los colores, que bien pienso que ahora podría ser definido como Mondrian daltónico y con el mal de Parkinson en fase discontinya, más una serie de apropiaciones tan disparatadas como, quiero pensar, enternecedoras. Tuve una micro-fase, cuando comprendí que el gasto en bastidores excedía de toda lógica, en que me dediqué al arte cósmico: esferas de colores con ligeros sombreados, que flotaban sobre espacios inertes. De toda mi experiencia pictórica creo que mi mayor obra fue una pintura de una vieja plancha, apenas de 25 x 15 cm., donde volqué tanto mi escaso talento que decidí abandonarlo.Puede que por ese motivo siempre haya sido un defensor del arte abstracto: pintando planetas de sistemas solares ignotos es como me sentía más creativo. En cualquier caso, poca cobertura le he dado en este blog a la pintura. Limitada a uno de mis iconos, Paul Klee, ese pintor que me desmintió que simplemente había que dejar los pinceles y el brazo expresarse por sí mismos. Un pintor que pintaba con el cerebro. Y creo que puse a Picasso, también. Y puede que a Hopper.Pues ahí va el volantazo. El otro día me enteré que en el Museo Thyssen de Madrid hay una exposición de pintura ultra-realista, o foto-realista. Busqué a través de la red y me quedé alucinado. Siempre había sido un defensor del argumento: si existe la fotografía, el arte ha de ser no figurativo. Pero van estos cuadros y me lo desmontan: leo sobre las técnicas para su confección, complejas, meticulosas, casi arquitectónicas y científicas, y me quedo fascinado, fascinadísimo, en particular con Richard Estes, pintor urbano a rabiar que incluye su firma por medio de bromas, camuflada en los montones de rótulos que reproduce con un rigor y un sentido de la precisión que obliga a redefinir la palabra paciencia. Los reflejos, las aguas, los cristales, las texturas de los brillos. Empezar a renunciar a principios que pensaba que eran irrenunciables. Signo de qué coño va a ser, madre mía. Donde está Wally, buscad la firma.