Revista Viajes
Leandro y yo salíamos de la iglesia Saint-Merri, París, e inevitablemente terminamos en el medio de una infinidad de tiendas de souvenirs. Sin pensarlo fui directamente a ver las postales. Amo las postales.
En París, como todo, la cantidad me superaba. Ya había comprado más de 20, pero había más y más por todos lados!
Así fue como en medio de torres Eiffeles, Arcos del Triunfo, Louvres y stills de Jules et Jim o À bout de souffle, encontré una inspiradora secuencia de “gatos de Paris”.
Y en el medio de todas ellas:
Un ejemplar de gato en un balde
Un glorioso gato en un balde amarillo, delante de la pirámide del Louvre.
No podía ser más perfecta o pertinente. Se la mostré a Leandro y brotó la primera carcajada.
La analizamos un poco más. Un gato. En un balde. Con la pirámide de vidrio. En el Louvre. Y fuentes de agua que parecen la llama de una vela. Bonne nuit.
Nos reímos y reímos y reímos. Intentamos ver otras postales, intentamos pasar al siguiente negocio, intentamos cruzar de calle. Lo cierto es que terminamos en el piso llorando en un ataque histérico de incredulidad y risa, atrayendo un montón de turistas curiosos por saber qué nos tenía agonizando en el suelo sin poder respirar.
La gente atrajo más gente y la risa se contagió y esparció. En diez minutos, ese gato aglomeró y unió en un coro de carcajadas a un montón de extraños que justo caminaban por esa cuadra de París en ese momento.
El único que no se estaba divirtiendo mucho era el dueño del lugar. Más bien miraba la situación intentando entender por qué de pronto tenía tantos y tan alegres compradores en potencia. Y por qué se iban de a poco, tan espontáneamente como llegaron.
Leandro y yo nos quedamos, claro. Cuando se calmó un poco el revuelo, entramos al negocio a comprarle una.
El dueño de la tienda sonrió también mientras guardaba las monedas.
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