Siempre me interesó esta foto y la verdad, siempre me topé con ella cuando quise indagar entre los recuerdos de Madrid. Imagino que a más de uno le sonará haberse cruzado con esta escena mientras imaginaba como tenía que ser el sentirse un ciudadano de aquella urbe, entre polvorienta e ilusionada, por todo lo que le quedaba por venir. No obstante, no fue hasta el otro día cuando me detuve en ella en profundidad y por fin caí en su gran fuerza. Un hombre de aspecto elegante y refinado a punto de cruzarse con la que parece ser una criada de aspecto humilde y sencillo. Dos maneras de entender la vida radicalmente opuestas, tan lejanas, y a la vez tan próximas. Dos universos paralelos a punto de darse la mano en el mismo metro cuadrado de Madrid.
Porque esa es una de las grandezas que mejor definen a Madrid, personas de realidades diferentes se cruzan, conviven, se entienden (en la mayoría de los casos). Lo vemos hoy en la Gran Vía, se vio antes en la Plaza Mayor, se seguirá viendo en cualquier punto de la ciudad. Amigable y sonriente, en esta ciudad todos tienen cabida. Yo mismo lo comprobé en el año 2008 y aquí sigo, disfrutándola a cada respiro.
Volviendo a la imagen que nos ocupa, nos encontramos en el año 1907 en el arranque de la Carrera de San Jerónimo junto a la Puerta del Sol. Se desprende, por el alto movimiento de personas que se deslizan en segundo plano que aquella, era una fecha especial. También se intuye que Madrid estaba engalanada, sino, fijaos en las paredes, en las guirnaldas, en la estructura que se adivina a la izquierda de la fotografía. Como siempre, brotan las preguntas y rebotan las suposiciones. ¿Qué estarían celebrando? ¿A dónde se dirigía nuestro lustroso caballero? ¿Llegaría a intercambiar, al menos, un saludo con aquella mujer? Que sea vuestra imaginación la que de sentido y fin a esta historia en blanco y negro de nuestra querida Madrid.