Hoy, La Latina es sinónimo de bares, ocio, teatros, terrazas... y es que el entorno de calles como la Cava Baja o la Plaza de la Cebada invitan a ello, a encuentros distendidos, a paseos sin rumbo fijo. Pero décadas atrás, éste era uno de los lugares más sencillos y austeros de Madrid. Territorio de arrieros y forasteros que, gracias a su buena comunicación y acceso, hacían de estas calles su ciudad de paso, alojándose en alguna de las muchas posadas y fondas que tenía.
Hasta aquí llegaban hombres de campo, agricultores y ganaderos, con sus mercancías para tratar de darles salida en lugares como el Mercado de la Cebada. ¿Por qué, si no,, se iba a llamar así la Plaza de los Carros? En este lugar, a los pies de la Iglesia de San Andrés todos los hombres de campo aparcaban sus carruajes mientras se dedicaban a otros menesteres. Mercados y mercadillos que convertían el barrio en un hervidero de gente, de mozos que por una modesta propina echaban una mano en la molesta descarga de los productos. Donde sirvientas deambulaban entre puestos con productos recién llegados más allá de la vega del Manzanares.
Hoy nos fijamos en esta foto de 1930 de Tómas Prast tomada en la Gran Vía de San Francisco. Con la colosal basílica de fondo vemos a unos cuantos hombres trabajando, parece que empacando sacas de paja, bajo un sol demoledor. Una escena más rural que urbana, que nada tiene que ver con La Latina actual. No queda ni rastro de aquello, no está ni se le espera. Madrid es eso, cambio, evolución, nuevos tiempos que, van tan rápido que nos obligan a olvidarnos del pasado. Pero siempre queda la opción de echar la vista atrás, y dejar volar la imaginación, con trampolines como esta foto, el salto está asegurado.