Si le tengo tanto aprecio a la Plaza de Canalejas es porque, de manera casual se cruzó unas 4 ó 5 veces en una de mis primeras incursiones a Madrid. Recuerdo llegar a la capital con la intención de explorarla con los ojos bien despiertos y aparecer en ella sin saber cómo ni porqué. Confieso que en mis primeras pasadas no presté atención a los edificios y sí a los carteles que trataban de marcarme el camino hacia Gran Vía. Igual que en uno de esos sketches de Benny Hill, recuerdo seguir las flechas e indicaciones para terminar apareciendo, en bucle, una y otra vez, en el mismo punto. Aquella situación entre delirante y surrealista sembró las semillas de una bonita relación que dura ya diez años.
Hoy, como todos sabemos, este embriagador espacio sufre días repletos de grúas y estruendos de hormigoneras. El llamado Proyecto Canalejas ha paralizado por completo la vida de esta bonita plaza, atascando las rutinas de su entorno inmediato. Pero esto no es la primera vez que le ocurre. Hace aproximadamente un siglo, la plaza de Canalejas ya se vio envuelta en unos trabajos similares. Un instante que recuperamos gracias al fotograma que hoy no ocupa.
Era el año 1913 y Madrid se veía envuelto en un sinfín de proyectos urbanísticos. Uno de ellos afectó a este bonito cruce de caminos situado a escasos pasos de la Puerta del Sol. Aquella jornada de tintes ligeramente soleados, los mazazos de los obreros se vieron interrumpidos por la presencia de un fotógrafo que quiso inmortalizar la enésima muda de piel de este lugar. Una fotografía que dejó al descubierto las vergüenzas de alguno de los inmuebles de la zona y que retrató fielmente lo destartalado de aquel Madrid de inicios del Siglo XX, que simplemente se ponía guapo para nuestra (lejana) llegada.