Descender por la Calle de Alcalá y detenerse para afinar el significado del horizonte es una visión casi apocalíptica pero no por ello deja de tener su encanto. Yo lo hago muchas veces, por momentos me imagino que soy Cibeles y que, desde mi frío carro lanzado por leones, superviso todo cuanto actúan mis vasallos madrileños.
La fotografía de hoy nos muestra que esta fantasía mía no es cosa de los tiempos actuales. Ya en el año 1953 esta mirada, aliñada con el tráfico que espolea a la Calle de Alcalá y a sus entornos, era pura vida y movimiento. En último término, varios de los edificios más notables de Madrid se ponen de puntillas para salir en la foto, y de paso, dejar impronta de su perfecta presencia.
Parece mentira que hayan pasado más de 60 años y que, para algunas cosas Madrid haya sido capaz de evolucionar tanto pero que, en algunos puntos, siga transmitiendo las mismas sensaciones. Hoy si tomásemos una foto en este mismo lugar y le pusiéramos un filtro de blanco y negro el resultado sería muy fiel a lo que ahora mismo vemos. Bullicio, gentío, bonita arquitectura y una sabia diosa que no se pudo buscar un mejor olimpo, Madrid.