Los primeros años del Siglo XX la Villa sufrió un cambio radical, una mutación que principalmente afectó al centro. Fuera de estas zonas, en la capital se vivían escenas que aún todavía nos sorprenden.
Con la llegada del Siglo XX se amontonaron en Madrid cambios políticos y culturales. La fisionomía de la ciudad cambió para siempre, aparecieron los primeros coches, se empezaban a construir la Gran Vía y el Metro y una cosa llamada "cine" revolucionó el mundo y, por supuesto, el ocio madrileño. Pero inmediatamente antes de aquella vorágine, en los últimos coletazos del Siglo XIX en la capital se vivían escenas que hoy nos parecen incluso más añejas que la que marca su DNI. Vidas y momentos en los que trataremos de inmiscuirnos en esta ocasión.
En el centro de la capital, en las tertulias más sagaces de sus distinguidos cafés, ya resonaban aquellas voluntades de cambio. Unos deseos que sacasen a Madrid de su estancamiento y la convirtiesen en una gran capital europea a la altura de Londres o París. Sin embargo, alejado de aquellos bullicios y sueños, se vivía de una forma distinta. Un ejemplo lo encontramos en la barriada del Camino Bajo de San Isidro, lugar por el que hoy transcurre el Paseo del 15 de Mayo, muy próximo a la Ermita de San Isidro y justo enfrente del Estadio Vicente Calderón.
Allí vivía gente humilde y trabajadora, artesanos que se dedicaban a los oficios de las tenerías (curtido de pieles) y los llamados 'pellejeros' (quienes fabricaban odres para vinos y aceites). La proximidad del Río Manzanares casi condenaba a los vecinos de la zona a este tipo de trabajos. Eran barrios donde sus inquilinos hacían vida, sin tener que desplazarse al 'otro' Madrid, el del centro el jaleo y la montonera, más que en alguna ocasión excepcional.
El escenario que vemos hoy nos recuerda a cualquiera de esos pueblecitos de no más de varios cientos de habitantes que podemos, aún hoy, encontrar escondidos por nuestra geografía nacional. Localidades que se quedaron clavadas en el tiempo, sin llegar a conocer el futuro. Aquel momento nos muestra a tres mujeres llenando un barreño y demás recipientes de agua seguramente para las labores domésticas. Una acción ya prácticamente esfumada de nuestra sociedad y que aquellas señoras realizan para nosotros bajo la vigilancia de una curiosa e indiscreta gallina.
Construcciones sencillas y humildes, un suelo irregular, un escenario con aromas ruinosos, en definitiva, un recuerdo que nos parece muy lejano en el tiempo y que sin embargo, se produjo hasta no hace tanto en diferentes barrios de la capital. Mientras en el centro, políticos y empresarios soñaban con la modernidad, de espalda a aquellas visiones miles de personas apuraban sus días de un modo bien distinto. No hay que olvidar que sus vidas y trabajos también resultaron decisivos para construir Madrid.
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