Hoy recupero una fotografía que ya compartí en su momento pero en la que me gustaría detenerme, esta vez, con más pausa. Una de las estampas más simpáticas de ese Madrid antiguo del que alguna miguita, por suerte, nos ha llegado en el tiempo. Nos trasladamos a la Glorieta de Bilbao, al año 1910.
La escena resulta hipnótica por varios motivos. El primero, el hecho de ver que en Madrid se produjo una situación que a todos nos suena haber visto en el cine, en concreto en aquellas películas del Oeste. En ellas, un vendedor con pocos escrúpulos despachaba mercancías supuestamente milagrosas para después poner pies en polvorosa con su diligencia y con la recaudación, antes de que la masa estafada pudiese darle caza.
Al ver esta fotografía me imagino más o menos lo mismo. El vendedor o charlatán de turno anunciando a bombo y platillo su infalible crecepelo. Un argumento bien consolidado gracias a su frondosa y oscura cabellera. Una estética poco usual en aquella época pero que le iba que ni pintada para lograr una atónita y expectante clientela en los albores del Siglo XX. Puro marketing de guerrilla.
Otra cosa que me fascina es ver que esta escena se produjo por un lugar que he transitado decenas de veces, a las puertas del Café Comercial, uno de los más antiguos de la capital (se fundó en 1887), y cuya veteranía le ha permitido presenciar momentos como el que recoge la foto. Hoy sigue funcionando a pleno rendimiento en una de las orillas de la Glorieta de Bilbao, la que enfila hacia la Calle Fuencarral.
La vestimenta de los atentos peatones, abrigo oscuro y sombrero, contrasta y realza la figura del vendedor, vestido de un inmaculado blanco, con el pelo suelto y subido sobre su carroza. Una forma de captar la atención, y el bolsillo, de sus incautos oyentes. Más de un siglo después, estoy convencido de que sus tácticas de venta le seguirían funcionando.
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