La Calle Amaniel es una de esas vías cuyo nombre nos resulta familiar a todos pero ya, lo de ubicarla en el mapa, nos puede crear más problemas. Duerme a espaldas del Palacio de Liria y nace en la Plaza de Conde de Toreno para ver la luz cerquita de Alberto Aguilera. Una vida enmarcada dentro del barrio de Universidad (o Malasaña, como más gustéis).
Inmensamente fina y poco práctica, el paisaje que mostraba en sus orígenes era radicalmente opuesto. De hecho en este lugar se extendía un frondoso bosque de encinas donde los reyes aprovechaban para celebrar diferentes cacerías, de ahí que esta zona se conociese con el nombre de la Dehesa de Amaniel.
Entre aquel verde pasado y su raído presente vagan un sinfín de pasajes y momentos. Uno de ellos es el que capta la imagen de Madrid que vemos esta semana: La Calle de Amaniel en 1926. Ya entonces los vecinos tenían que enfrentarse a esa incómoda pendiente que ahora, no pocos, salvan con un sencillo gesto, hundiendo el pie en el pedal del acelerador. Como observamos, era una calle sencilla y tranquila, en la que seguramente se vivía sin sobresaltos. El firme de adoquines aguardaba impaciente la novedosa visita de los primeros vehículos a motor de Madrid mientras que los vecinos, ya entonces, casi tenían que pedir la vez para hacer uso de sus diminutas aceras. Todos parecían peregrinar hacía el mismo destino, el Mercado de los Mostenses que asoma en el horizonte.
Otro recuerdo más para la colección de ese Madrid campechano y amable, esta vez en una calle a la que el progreso y modernidad, parece que no le terminó de sentar del todo bien. Por cierto, que el nombre de la calle viene dado por Lope de Amaniel, quien fuera ballestero del rey Enrique II.
