Esta semana nos damos un paseo, en carruaje, por la vía más larga de todo Madrid aunque con numerosas diferencias a la que apreciamos en la actualidad
Cuando se tiene delante una fotografía que muestra de un golpe tantos cambios con respecto al mundo que nos ha tocado conocer, uno no puede evitar sentir cierto estupor mientras la contempla absorto. Hoy nos toca detenernos en ese primer tramo de vida de la Calle de Alcalá, seguramente el más afamado de sus más de diez kilómetros de trazado actuales. Un lugar para el que el paso del tiempo sí que ha dejado su poso.
Estamos en una época cercana a 1900, el año concreto de la captura es todo una incógnita. Con la referencia de la Puerta de Alcalá resulta sencillo ubicarse de un plumazo dentro de esa ciudad de alma esbozada en color sepia. Ese pavimento irregular y adoquinado, tan desértico por tramos, hoy presenta un movimiento constante y un tráfico intenso a cualquier hora del día.
Resulta curioso que solo dos tipos de vehículos transitan y se dejan ver por la fotografía, carruajes y tranvías eléctrico s. Precisamente hoy, de ambos, ya no queda rastro alguno. Además, si os fijáis podéis observar como por aquel entonces en Madrid todavía se circulaba por la izquierda (fue así hasta el año 1926 en el que se cambió el sentido de la circulación).
La foto rezuma un melancólico aire de tranquilidad y sosiego, e incluso despreocupado, como si aquella lejana Calle de Alcalá nunca hubiese tenido prisa alguna. Con la caída de los años todo se fue acelerando y llegaron nuevos inquilinos a la escena como el Palacio de Comunicaciones de Antonio Palacios que hoy asomaría en la margen derecha y que en aquel instante ocupaban los Jardines del Buen Retiro. En la esquina opuesta, el Palacio de Linares ya presidía esta fantástica panorámica que nos enseña aquel Madrid de bombines y sombreros de copa, tan fascinante como perdido, por suerte no olvidado.
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