Posiblemente el mayor encanto y reclamo de La Latina es que se trata de un marco que flota anclado en el tiempo. Un escenario sin tramoyas cuyos actores se renuevan de generación en generación pero sus fachadas y aceras se resignan a cambiar. Por eso es una de mis zonas predilectas de todo Madrid.
Reconozco que no soy muy amigo de transitar estas calles en las “horas punta” (entiéndase por esto esos domingos primaverales de sol atestados de gente). A mí dame un paseo por las cavas o por la Plaza de la Paja un martes de otoño a las cinco de la tarde. Sólo así me siento capaz de viajar en el tiempo, de respirar los orígenes de Madrid, acompañado del silencio y la quietud.
Y también, sólo así, me puedo imaginar el Madrid que dejamos atrás, el que os traigo en la foto de 1930, tomada en la Cava Alta. Aquella ciudad de conversaciones de vecinos en los portales, en la que los viandantes eran los auténticos dueños de las calles. De personas que se miraban a los ojos al cruzarse, ansiosas de lanzar un saludo en vez de estar pendientes del whatsapp.
Aquel Madrid no estaba ensuciado de grafittis, y en los comercios se fiaba. En las casas había poco o nada que hacer así que la vida estaba al otro lado de la puerta, con los vecinos, hablando a la cara. Aquella, era la mejor red social que se inventará jamás. Me fascina ver estas fotos y siempre termino por plantearme la misma cuestión, si nuestro supuesto avance camina hacia la dirección adecuada. Cuando paseo por estas zonas fantaseo con vivir, aunque sea unas horas, dentro de estas postales. Madrid es nuestra mejor película y cada uno, la dirige como quiere.