Hay fotografías que no necesitan ni introducción ni contexto, sólo hay que dirigir nuestra mirada hacia ellas y escuchar lo que nos susurran. Es lo que sucede con la imagen antigua de hoy, un documento con una fuerza sobresaliente en la que aparece en primer y único término la Puerta de Alcalá, con mucha probabilidad el elemento más famoso y reconocible de Madrid.
Intuyo que de primeras, como me ha ocurrido a mi, os habrá sorprendido el descomunal tamaño de la puerta. Lo que sucede es que en la actualidad, al observarla siempre desde la distancia que nos permite el tráfico y sin ver personas a sus pies, uno desde la lejanía no es capaz de asimilar su altura real. Sin embargo, en esta fotografía que data del año 1857 vemos a un personaje vestido de negro y que permanece esperando junto al antiguo acceso de Madrid. Es su oscura figura la que nos brinda la oportunidad de hacernos una idea de las verdaderas proporciones de este icono capitalino.
Después de este primer vistazo de reconocimiento volvemos a analizar la escena, en busca de esos detallitos que hacen único cada recuerdo del antiguo Madrid. Como por ejemplo el hecho de poder ver la Puerta de Alcalá con las verjas negras que originalmente había en cada uno de sus cinco arcos, si nos fijamos bien en la imagen veremos que dos están abiertos mientras que tres permanecen cerrados. Otro aspecto curioso es ver como a los laterales de la puerta continuaba la arquitectura y una tapia, no como en la actualidad, que ha perdido toda función de puerta monumental para quedar como un elemento aislado, en el centro de una rotonda, sin más opciones que posar para las miles de fotografías que le toman cada día.
Fantástico documento éste que nos deja ver cuando la Puerta de Alcalá era más puerta y menos monumento. Cuando los ciudadanos se podían acercar a ella hasta tocarla, para admirar así sus virtudes arquitectónicas. Cuando éste símbolo de la ciudad, era un poquito más de todos.