Unos días atrás, mientras caminaba pude ver a unos cuantos niños jugando a la pelota de manera despreocupada y alegre. Reconozco que sentí algo de envidia a la par que les observaba con detenimiento. En ese momento el balón salió disparado hacia la carretera, por suerte vacía, y no puede evitar acordarme de otra imagen muy similar que quedó inmortalizada en Madrid.
Durante los periodos vacacionales, especialmente en verano, las plazas y aceras de nuestro país, no sólo de Madrid, se transforman en muchos casos en improvisados estadios de fútbol. Lugares donde los más jóvenes sueñan con emular a sus ídolos. Escenas que no entienden de clases ni de barrios y que se repiten por igual en la explanada más humilde o a en un escenario majestuoso como el que ahora nos ocupa, en la Plaza de Oriente, a los pies del Palacio Real.
Esto es lo que sucede en la fotografía que quiero compartir hoy con vosotros y que a más de uno nos mantiene en vilo al contemplarla. La imagen, tomada hacia el año 1969, muestra a dos chavales, que podríamos haber sido cualquiera, corriendo entre risas detrás de su escurridizo objeto de deseo ignorando la amenaza que se les cierne por la derecha, una pequeña furgoneta con dudosas intenciones.
Cada vez que me he cruzado con esta foto no hay vez que no me pregunte lo mismo “¿Cómo terminaría todo?” Siempre he querido creer que con un enorme bocinazo por parte del malhumorado conductor mientras los chavales se retiraban, entre apurados y aliviados, ya con la pelota en su poder y también con un considerable susto en el cuerpo.
Desde luego una bonita, y tensa imagen, que nos hace recordar a nuestra infancia y a esas jornadas de juegos prolongadas en la calle, con normas que se iban improvisando sobre la marcha, con mucho tiempo libre y con algún que otro inconsciente riesgo. Una foto que cumple a rajatabla aquella famosa frase que dice que detrás de una pelota siempre aparece un niño corriendo, aunque en este caso, fueron dos.
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Fotos antiguas: Patinando en la Casa de Campo