A los que hemos tenido la fortuna de no vivir una guerra, imágenes como la que rescato hoy nos ponen la piel de gallina por diversos motivos. Imagino que el miedo y la amenaza constante que se tienen que experimentar cuando habitas en una ciudad fracturada por un conflicto bélico han de ser algo paralizante. Duele ver la ciudad que quieres ves así, levantada y herida pero más impresiona ver a niños normalizados frente a un contexto de terror y destrucción.
Como observamos, Don Quijote y Sancho Panza tuvieron que soportar una incómoda presencia durante cierto tiempo. En plena Plaza de España, hoy revitalizado bombeo turístico de Madrid, la guerra civil estuvo descaradamente presente. En el lugar donde en nuestros días vemos bancos y jardines, en 1939 el suelo de este lugar había sido bruscamente arañado para instalar en la cavidad resultante un enorme cañón.
Intuyo que este artefacto fue emplazado aquí por los Ejército Republicano. Apuntaba con descaro hacia la Casa de Campo, terreno y hogar del Bando Nacional, desde el cuál emprendió sus acometidas sobre Madrid. Por lo que he podido leer, la fotografía fue tomada poquísimo después de que terminase la guerra, aquel 1939. Sólo así se entiende la naturalidad y desparpajo con la que los niños sonríen a este cañón. Su inocencia parece cegarles de las negras intenciones que cualquier objeto de este calibre puede llegar a tener.
Hoy paseamos por Madrid, sabedores de que en ella la guerra estuvo muy presente, pero no es hasta que uno ve fotos como ésta cuando realmente se toma conciencia de lo que tuvo que soportar esta ciudad. Una ojerosa Casa Gallardo asoma en el horizonte, implorando que sobre su templete, no vuelan a silbar proyectiles de ningún tipo. Madrid aquellos días se iba reponiendo, empeñada en recuperar su normalidad. Durante un tiempo, Don Quijote tuvo un miedo mucho más real que aquellos famosos molinos convertidos en gigantes. Hay destellos del pasado que está bien contemplar pero que no vuelvan a chispear nunca más.