En clase de Fullaondo hicimos una sólida amistad Juan Pablo de Bidegáin, Marta Buenaventura, Juan Torres y yo.
Una vez terminada la carrera nos seguimos viendo, pero, lo que son las cosas, cada vez menos.
Tuvo que morirse Juan Pablo a principios de este año para que los otros tres volviéramos a quedar. Y la verdad es que, después de tantos años (gracias otra vez, Juan Pablo), lo hemos tomado con cierta seriedad y estamos juntándonos a comer cada tres o cuatro meses, que no está nada mal. Esperemos que la costumbre arraigue y se consolide.
Ayer tocó, y Marta nos dijo que, después de llevar un tiempo queriendo hablar con Paloma (la viuda de Fullaondo) se había enterado de que había fallecido hace poco. Naturalmente, Juan y yo no sabíamos nada y nos quedamos muy tristes.
Le teníamos mucho cariño. Siempre se portó muy bien con nosotros, como su marido.
Volvimos, como siempre, a evocar aquellos tiempos lejanos de cuando éramos primero estudiantes y después incipientes profesionales, en los que seguíamos en contacto con ellos. Tantas historias, tantas bromas, tantas batallitas. Tantos compañeros, tantas maniobras buenas y malas de unos y de otros, tantos dimes y diretes, pequeñas intrigas y grandes generosidades. Me imagino que lo normal, lo de todo el mundo, la vida de cada uno. Sí, ya, pero es que esta es la mía y me toca muy dentro y me conmueve.
Les conté que la última vez que estuve en contacto con Paloma fue a cuento de haber ido con Ochandiano a conocer la calle de Juan Daniel Fullaondo en Madrid. Nos fotografiamos bajo las placas con su nombre y le mandamos las fotos a Paloma. Siempre tan amable, tan cariñosa, nos agradeció el gesto y nos deseó lo mejor.
Les dije a mis amigos que estaba terminando de leer este libro (lo saqué de la mochila y se lo mostré):
Ya en casa por la noche lo acabé. Todo cuadra, así que lo fui a terminar justo unas horas después de haberme enterado de la muerte de Paloma.
El libro es magnífico, pero no estoy ahora para hacer una reseña de él (o tal vez sí, pero de otra manera).
Cuando conocimos a Fullaondo hacía ya muchos años que Nueva Forma había concluido. Era algo del pasado. Me empezó a interesar mucho después, y desde hace años la voy coleccionando como puedo: Tengo algo más de la mitad de los números. Gracias a ellos voy conociendo facetas y dimensiones de Juan Daniel Fullaondo en las que no reparé, o reparé poco, cuando lo tenía al lado. Y ahora, como un documento histórico, descubro cómo actuó en el rompeolas de la remodernidad.
El libro de Lucía Carmen Pérez Moreno, adaptación de su tesis doctoral, muestra los 111 números y ocho años y pico de la revista como algo coherente y portador de un designio, de un argumento, de una clara y nítida voluntad.
Pero al mismo tiempo nos deja ver las interioridades del día a día de la revista, y eso me ha parecido lo más interesante. Juan Daniel Fullaondo era el director y factótum, y Paloma era la jefa de redacción, y uno se los imagina trabajando mano a mano, componiendo la revista, maquetándola, ajustando las fotos (se ven muchas de ellas medidas y anotadas por el reverso).
Por una parte la revista aparece como el monumento gigantesco que fue en la construcción de la cultura arquitectónica, y por otra vemos al matrimonio componiendo cada número.
Por mi parte puedo contar que muchos años después, cuando iba a su casa, Fullaondo nos ponía discos y vídeos. A veces decía alguna cita de memoria, y para comprobar algún dato o alguna referencia le pedía a Paloma tal libro, de entre los miles y miles que tapaban la casa. No era nada premeditado: surgía espontáneamente: "Paloma, el libro ese de Fulano, donde dice lo de las sirenas". Y Paloma venía con el libro abierto por esa cita o ese pasaje. O veíamos fragmentos de películas, y con una agilidad y una creatividad tremendas, en medio de una escena muy trascendente Fullaondo hacía una asociación audaz y divertidísima con una escena de Cantinflas, por ejemplo. Y lo decía con entusiasmo: "Paloma, la escena esa en la que..." Y Paloma sacaba en un momento la cinta VHS de entre los miles y miles de cintas, la ponía en el reproductor (Fullaondo era un completo inútil en estas cosas), la rebobinaba a ojo y paraba justo unos segundos antes de la escena evocada.
Las asociaciones surrealistas, gamberras, creativas y siempre cultísimas de una escena con otra eran divertidísimas. Pero nada de esto hubiera sido posible si Paloma no hubiera sabido mantener ese nivel y proveer el material adecuado en el momento requerido.
Soy consciente de que la estoy pintando como abnegada secretaria de Fullaondo. Nada de eso. O, mejor, mucho más que todo eso. Era una gran conversadora, tan inteligente y penetrante como él, con una cabeza prodigiosa. Y tenía una personalidad fuerte y práctica, muy ejecutiva.
Terminé el libro por la noche y vi al final una colección de documentos (cartas) que aparecen a modo de anexo. Me dio un poco de pudor leerlas. Me emocionó la enorme fragilidad de Fullaondo y de Paloma, la fragilidad de la prodigiosa revista Nueva Forma, cuando por ejemplo le piden a Claude Parent fotos de la maqueta de un proyecto, porque solo tienen una, o cuando necesitan material o comentan asuntos de intendencia. Y me parece una maravilla que esos "problemillas cutres" sepan transformarse en lo elevado, en lo sublime, en el debate cultural y artístico de primer nivel.
Me disgusto cuando Fullaondo se queja ante Oteiza de que no solo no le han pagado ni una peseta por un libro que se acaba de publicar, sino que ni siquiera le han mandado un ejemplar y ha comprado uno en una librería.
Me da la impresión de que cosas similares debieron de ocurrir en las revistas De Stijl o Wendingen, por ejemplo, que son inmensos pilares de la cultura. Seguro que padecieron problemas pobres, miserables y triviales y fueron mucho más artesanales y frágiles de lo que podemos imaginar.
¿Cómo escucharíamos a quien nos dijera que conoció a Theo y a Nelly van Doesburg y nos contara anécdotas de ellos? Pues escuchadme: Yo conocí a Juan Daniel y a Paloma.
Juan Daniel y Paloma ante el instituto femenino de Txurdinaga, Bilbao.