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Fragmento #37

Publicado el 21 abril 2014 por Hojasdealisio @HojasdeAlisio
Fragmento #37
El muerto que no lo era     
—Y ahora que estás muerto, Antípatro, ¿qué planes tienes para ti?   
Mi padre se rio de su propio chiste. Conocía perfectamente bien los planes de Antípatro, pero no pudo resistirse al giro paradójico de la frase. Los acertijos eran la pasión de mi padre, y resolverlos su profesión. Se llamaba a sí mismo el Sabueso, puesto que los demás contrataban sus servicios para averiguar la verdad.   
Como era de esperar, el viejo Antípatro respondió con un poema improvisado; puesto que el Antípatro del que hablo era Antípatro de Sidón, uno de los poetas más reconocidos del mundo, famoso no solo por la elegancia de sus versos, sino también por la manera casi mágica en que era capaz de improvisarlos, como extrayéndolos del Éter. Su poema era en griego, por supuesto:  
Morí el día de mi cumpleaños, Roma debo abandonar.   
Ahora que tu hijo cumple años: ¿ha llegado el momento   
de que abandone el hogar?     
La pregunta de Antípatro, al igual que la de mi padre, era simplemente retórica. El anciano poeta y yo llevábamos días enfrascados en los preparativos para partir de Roma justo aquel día. Me sonrió.   
—No me parece justo, chico, que tu cumpleaños quede ensombrecido por mi funeral.
Me resistí al impulso de corregirlo. A pesar de su persistente costumbre de dirigirse a mí como «chico», yo ya era todo un hombre, y lo era desde hacía exactamente un año, desde que me investí con la toga al cumplir los diecisiete.   
—¿Qué mejor modo de celebrar mi cumpleaños, maestro, que iniciando un viaje con el que la mayoría solo puede soñar?   
—¡Muy bien expresado! —Antípatro me dio un apretujón en el hombro—. No todos los jóvenes pueden aspirar a ver con sus propios ojos los mayores monumentos erigidos por la humanidad, y en compañía del poeta más grande de la humanidad. —Antípatro nunca se había caracterizado por su modestia. Y ahora que estaba muerto, supongo que tampoco tenía motivos para ello.   
—Y tampoco todo el mundo tiene el privilegio de ser testigo de su propia estela funeraria —dijo mi padre, señalando con un gesto el objeto al que se refería.   
Estábamos los tres en el jardín de casa de mi padre, en la colina del Esquilino. No había ni una sola nube y el aire era caliente por estar todavía en el mes de martius. Estábamos ante un acertijo esculpido en mármol, que acababan de traer del taller del escultor. La estela funeraria de un hombre que no había muerto. La estela rectangular, elegantemente tallada y pintada con vivos colores, mediría tan solo un pie. Iría colocada encima del sepulcro que supuestamente albergaría las cenizas del finado, pero por el momento lucía sobre la caja en la que había sido entregada.   
Antípatro asintió, pensativo.   
—Y no todo el mundo tiene la oportunidad de poder diseñar su propio monumento funerario, como he hecho yo. Supongo que no te parece excesivamente irreverente, ¿no, Sabueso? No queremos que la gente que contemple esta estela se dé cuenta de que es un engaño. Si alguien conjeturara que he fingido mi propia muerte...   
—Deja de preocuparte, viejo amigo. Todo saldrá según lo planeado. Hace cinco días anoté tu fallecimiento en el registro del templo de Libitina. Gracias a las ricas matronas que envían a sus esclavos a verificar los listados varias veces al día, la noticia de tu fallecimiento se difundió por Roma en cuestión de horas. La gente dio por sentado que tu viejo amigo y mecenas, Cayo Lutacio Catulo, debía de estar en posesión de tus restos y se encargaría de organizar el funeral. La sensación fue de incredulidad cuando se supo que un ciudadano tan humilde como yo había sido nombrado albacea de tu testamento y que tus restos iban a ser exhibidos en el vestíbulo de mi casa. Y así se hizo. Solicité los servicios de los encargados de las pompas fúnebres para que lavasen y perfumasen el cuerpo, compré flores, ramitas de ciprés, incienso y un féretro muy elegante —tu testamento me legó fondos para ello— y después exhibí tu cadáver en el vestíbulo. ¡Y la de visitas que has recibido! Todos los poetas y la mitad de los políticos de Roma han venido a presentarte sus respetos.   
Antípatro esbozó una sonrisa irónica.

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