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Fragmento #43

Publicado el 03 noviembre 2014 por Hojasdealisio @HojasdeAlisio
Fragmento #43
Mia Krüger se había quedado dormida en el sofá, pegada a la chimenea con la manta echada encima. Había soñado con Sigrid y se había despertado con la sensación de que su hermana gemela seguía allí. Con ella. Viva. Que estaban juntas,como siempre. Sigrid y Mia. Mia y Sigrid. Las dos niñas inseparables de Åsgårdstrand nacidas con dos minutos de diferencia.
Una rubia, la otra morena; tan diferentes, pero muy parecidas. Mia solo quería volver al sueño, volver con Sigrid, pero se obligó a levantarse e ir a la cocina. Desayunar algo. Bajar un poco el alcohol. Si seguía así, moriría antes de tiempo, y eso no podía ser.
«El 18 de abril. Faltan diez días».
Lo conseguiría, aguantaría otros diez días. Mia se obligó a comer dos rebanadas de pan duro y sopesó la posibilidad de tomarse un vaso de leche, pero al #nal decidió beber agua. Dos vasos de agua y dos pastillas. Se las sacó del bolsillo del pantalón. Daba lo mismo cuáles. Tocó que fueran una blanca y otra de color azul claro.
Sigrid Krüger,
hermana, amiga e hija.
Nacida el 11 de noviembre de 1979.
Fallecida el 18 de abril de 2002.
Muy querida. No te olvidaremos nunca.
Mia Krüger volvió a sentarse en el sofá hasta que sintió los primeros efectos de las pastillas. Cómo la entumecían generando un velo entre ella y el mundo. Ahora sí que lo necesitaba. Ya hacía casi tres semanas desde la última vez que se había mirado en un espejo y ahora tenía que ir. Una ducha. El baño estaba en la primera planta. Había tratado de evitarlo todo lo posible, no quería mirarse en el gran espejo que el anterior dueño había colgado junto a la puerta. Había pensado conseguir un destornillador. Para quitar ese miserable trasto. Se sentía suficientemente mal sin necesidad de comprobarlo, pero la prueba era que no había tenido fuerzas. No había tenido fuerzas para hacer nada. Solo para tomarse las pastillas. Y para beber. Valium líquido en las venas, pequeñas sonrisas en la sangre, una maravillosa protección contra todos los pequeños clavos que llevaban tanto tiempo circulando por su interior. Se armó de valor y subió las escaleras. Abrió la puerta del baño y se quedó horrorizada ante la sorprendente aparición en el espejo. No era ella. Era otra persona. Mia Krüger siempre había sido delgada, pero ahora parecía enferma. Siempre había sido una chica sana. Siempre había estado fuerte. Ahora ya casi no quedaba nada de ella. Se quitó el jersey y los vaqueros y se quedó en ropa interior delante del espejo. Las bragas le colgaban flojas. Toda la grasa alrededor de la barriga y las caderas había desaparecido. Pasó una mano cautelosamente por encima de las costillas, que sobresalían. Podía sentirlas con sus dedos, podía contarlas todas, de una en una. Se obligó a acercarse al espejo y se detuvo justo enfrente. Encontró su propia mirada reflejada en la deteriorada superfcie del viejo espejo. Antes siempre había presumido de sus ojos azules.«Mia, nadie tiene unos ojos tan noruegos como tú», le habían dicho una vez y todavía recordaba lo orgullosa que se había sentido. «Ojos noruegos»; le había sonado muy bien en aquel entonces, cuando quería encajar y no ser diferente. Sigrid era la más guapa. ¿Sería por eso por lo que aquel comentario la había alegrado tanto? Ojos azules vivos. Ahora ya no quedaba mucho de ellos. Parecían muertos. Sin brillo ni vida, rojizos donde deberían ser blancos. Se agachó para coger el pantalón y encontrotras dos pastillas en el bolsillo. Se tragó las pastillas y acercó la boca al grifo. Después se situó frente al espejo otra vez e inten-tó enderezar la espalda.


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