Hoy les traigo un fragmento de uno de los libros que estoy leyendo, "El fruto del Baobab" de Maite Carranza. Esta novela, es una novela intensa cuyo tema central es bastante delicado ya que trata de la ablación. Pero también habla de la familia y de las relaciones entre madres e hijas.
Les pongo en situación, Aminata y Binta, madre e hija, dos de las protagonistas de esta novela no llegan a entenderse, ambas nacidas en Gambia viven en Mataró donde ha crecido Binta. A sus 14 años Binta está en plena adolescencia y está descubriendo el mundo y su cuerpo y se ha peleado con su madre. El fragmento que viene a continuación es justo después de esa discusión. Lo que Aminata siente después y lo que provoca en ella. Me ha gustado mucho cuando lo he leído y quería compartirlo.
Es posible que sin haber leído el libro no se pueda extraer el verdadero sentimiento de Aminata, pero estoy segura que les conmoverá.
Abdoulieu quedó satisfecho a medias. Si bien ya tenía descendencia y podía irse tranquilo a París, hubiera preferido que en lugar de una niña fuera un niño. Nunca miró con buenos ojos a su primogénita, había concebido demasiadas esperanzas en que sería un chico y se sintió traicionado por el sexo de su primer bebé.
Aminata, en cambio, la prefirió más que a ningún otro hijo. Ya la conocía. La estaba esperando. Sabía que era ella, porque al reconocer sus ojos negros, llenos de inteligencia la sintió suya, completamente suya, muy suya. La bautizaron como Binta, en honor a su cuñada y amiga que había tenido la buena idea de llevarla al santuario de Kachikaly. Cuando le permitieron acunarla y estar con ella día y noche, la amó con locura. Le debía mucho. Le debía el honor, la honra y la vida. Gracias a Binta, su pequeñina, había sido aceptada sin reservas en su nuevo kafo y se había convertido definitivamente en una mujer con plenos derechos.
Ha pasado mucho tiempo desde el nacimiento de Binta.
Ahora Binta ya es una mujer que sangra y podría ser madre de sus propios hijos. Es bonita, lista y está sana y Aminata debería estar orgullosa de ella, pero está preocupada. Madre e hija no se entienden. Ella no entiende a su hija y su hija no la entiende a ella.
Aminata la llevó lejos de la tierra donde nació, quiso que aprendiera a hablar y a escribir en una lengua blanca de un país de blancos. Y Binta habló, escribió y leyó en esta lengua, pero también aprendió a pensar y a sentir como una niña blanca. Quizá por eso pertenecen a dos mundos diferentes y miran las cosas desde ángulos opuestos.
Aminata corrobora una sospecha. Cada nueva casilla por la que transita la ficha del juego de la vida no permite volver atrás.
Cuando ella abandonó Tunkarakunda y se instaló en Bakau continuó avanzando en su camino, sin mirar lo que dejaba tras ella. Y cuando llegó a Mataró miró igualmente hacia adelante sin volver la cabeza al sur.
¿Y ahora qué?
¿Puede exigir a su hija Binta que retroceda cinco casillas en el juego de la vida y sienta y piense en la lengua de sus antepasados, que vivían río Gambia arriba en sintonía con los hipopótamos y ahuyentaban a los demonios del cuerpo de Rama?
Debe ser ella quien avance y se coloque en la casilla de Binta.
No hay excusas para justificar que no se entienden.