¿Es posible enamorarse de unos pies?, ¿puede un pequeño niño transformar el mundo?, ¿podría ser capaz un león de abrir cerraduras?, ¿qué harías si en tu manos cayese un libro infinito?
Las cosas no siempre son lo que parecen. El mundo está lleno de sucesos sin sentido y nos aferramos a la lógica con frecuencia para intentar comprenderlos, pero ¿dónde está la frontera entre lógico e ilógico, entre fantasía y realidad?
El conformismo, la obsesión, la rebeldía o el arrepentimiento son algunos de los temas que encontraremos en estas páginas. Quince textos para bucear en lo más hondo de nosotros mismos y reflexionar sobre nuestra esencia y nuestros actos.
Me gustaría compartir unas líneas de uno de los relatos que conforman "Kichay", la segunda obra de Alejandro Romera publicada en Chiado Editorial. Me estoy dosificando la lectura porque considero que los libros de relatos, como los de cuentos o poesía, deben saborearse. Salvando las distancias, el estilo surrealista me ha recordado al excelente Pere Calders en su magnífica obra "Cròniques de la veritat oculta". Por ejemplo, los elementos sobrenaturales enmarcados en la vida cotidiana, las historias situadas en un espacio y tiempo abstractos, un cierto humor y la mucha fantasía. Considero, de lo que llevo leído, que Romera puede desarrollar mucho más su potencial y ser un escritor a tener en cuenta en un futuro, espero, no muy lejano.
– A veces pienso que quizá sea un poco cruel tenerles encerrados en jaulas – Diana mantiene la mirada fija en la carretera mientras habla –. Antes vivían en libertad en sus propios países y ahora...
– Oye y todavía muchos siguen haciéndolo – la interrumpe Ernesto –, solo hemos traído aquí unos pocos para poder verlos en vivo.
– Ya, pero supongo que estarían mejor libres en sus países, ¿no crees? El que quiera verlos debería viajar a sus lugares de origen y observarlos en su hábitat natural.
– ¿No crees que estas siendo un poco egoísta cariño? – Ernesto posa su mano sobre una de las rodillas de ella – . Como tú puedes permitirte viajar donde quieras, crees que todo el mundo puede hacerlo. Pero, ¿y los que no pueden? También tienen derecho a verlos en vivo ¿no?, ¿o se tienen que conformar con imágenes en la tele?
– No sé, quizá tengas razón, pero es que me da mucha pena verlos así, encerrados.
– No te preocupes tanto – Ernesto comienza a ojear una vieja revista –. Muchos han nacido aquí, en cautividad, no conocen otra cosa, así que no lo echan de menos.
– Alberto, cariño – Diana quita por un segundo la vista de la carretera para volverse hacia su hijo –, despierta que ya estamos llegando.
El pequeño Alberto abre los ojos de golpe. Realizan esa excursión casi todas las semanas pero, para él, siempre parece la primera vez.
– ¡Mamá, mamá! ¿Cuál vamos a ver primero?
– Alberto, hijo, ya sabes el orden. – Su padre sigue ojeando la revista y ni siquiera le mira.
– ¿Y por qué no vamos hoy primero a la de los esquimales? – pregunta el chiquillo muy excitado.
– No, Alberto, serénate – esta vez su madre no se gira hacia él –, seguiremos el orden marcado por la guía, el de siempre. La primera es la jaula de los masai, la de los esquimales está casi al final, ya lo sabes.
– ¡Me encantan los esquimales! – El niño está realmente entusiasmado –. Son tan graciosos...
– Además creo que acaban de tener un bebe – le informa su madre –, ya verás qué ricos son de pequeños.
– ¡Yuhu! ¡Yuhu! – comienza a gritar Alberto mientras bota en su asiento todo lo que el cinturón de seguridad le permite.
Ella observa a su hijo reír a través del espejo retrovisor y en sus labios asoma también una sonrisa.
– Quizá tengas razón, Ernesto – susurra a su marido –, fíjate qué feliz está, ¿qué puede tener esto de malo?