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Fragmentos de libros: Historia del Rey Transparente

Publicado el 13 julio 2012 por Rusta @RustaDevoradora
Los mejores guerreros no son necesariamente los más fuertes, los más grandes, los más pesados. Los buenos guerreros son aquellos que poseen cabeza y corazón.
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Dhuoda me contempla con una mirada fija y quieta, sus ojos en mis ojos, dos sigmas de negrura. Ahora, sin dejar de mirarme, se lleva la rosa a la boca. Sus pequeños dientes, blancos y afilados como los de un animal, muerden las suaves hojas con fiereza. Corta y mastica y traga. Se está comiendo la flor. La devora lentamente, con impavidez y obstinación. Primero desaparecen los pétalos, después la rizada base verde, luego el corto tallo erizado de espinas. Aterra ver los formidables pinchos en su boca, pero ella sigue masticando sin hacer ni un gesto. Transcurre un tiempo interminable; Dhuoda ha dejado de rumiar y ya no queda nada de la rosa. Sonríe:
- Tienes razón, Leo. No eres más que una campesina ignorante. Pero es posible que algún día llegues a aprender lo cerca que está el placer del sufrimiento.
Y una gota de sangre resbala por sus labios y cae sobre la inmaculada seda blanca del vestido.

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Pero sobre todo, mi Leo, me quedó un corazón endurecido por el odio, un corazón feroz del que me enorgullezco. Hace ya mucho tiempo de todo esto, pero yo sigo sintiendo la viscosa y cálida humedad de la sangre de Mambrina sobre mis ropas: también es por eso por lo que visto de blanco. No he vuelto a cruzarme con mi hermanastro, pero algún día lo haré. Y le mataré. Por eso quiero aprender a combatir. Rezo todos los días a Dios para que Pierre no muera antes, para que pueda acabar con él con mis propias manos. Puede que este tipo de plegaria no le guste al buen Dios, puede que sea sacrílega, pero no me importa, porque he pagado con creces mis pecados. Esto es lo mejor de la venganza: que cuando llega, tú ya has atravesado todo tu infierno.

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A veces las discusiones son tan profundas que dejan por detrás un rastro indeleble. Son como esas tablillas de cera negra en las que Nyneve me ha enseñado a escribir: en ocasiones, sobre todo al principio, mi torpeza en el manejo del punzón hizo que arañara la madera. Y eso no tiene remedio: puedo volver a extender cera virgen sobre la superficie, pero la tablilla está astillada. Siento algo parecido en mi trato con Nyneve. Me alegro de haber hablado con ella el otro día en el patio de armas; me conmovieron sus palabras y se deshizo el resquemor que me asfixiaba. Pero por debajo de la cera nueva, perduran aún las punzantes astillas.

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Esperanza: pequeña luz que se enciende en la oscuridad del miedo y la derrota, haciéndonos creer que hay una salida. Semilla que lanza al aire la sedienta planta en su último estertor, antes de sucumbir a la sequía. Resplandor azulado que anuncia el nuevo día en la interminable noche de tormenta. Deseo de vivir aunque la muerte exista.

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Enlace a mi reseña del libro.

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