—Intento aprender de él, pero no, no lo admiro. Los ídolos nos convierten en esclavos.
Con la sonrisa en los labios tomó una decisión: guardaría aquel instante en su corazón como un precioso perfume en un frasco, y lo llevaría consigo para siempre, independientemente de lo que le tuviera deparado la vida.
—Sí, Cronos —dijo él, mientras su rostro se cubría una vez más de aquella extraña tristeza—, el dios del tiempo. A él debemos agradecerle todos los minutos y segundos de nuestra vida. Pero si nos regala algo de tiempo, es sólo para quitárnoslo después, para su disfrute y nuestra desesperación. ¿Sabe lo que hizo Cronos cuando le predijeron que uno de sus hijos le arrebataría el poder? Se los comió, los devoró en cuento nacieron. Y eso —añadió en voz baja— es lo que hace con todos nosotros: nos devora. Creemos que estamos en la plenitud de la vida, trabajamos y disfrutamos de nuestra existencia como si no existiera un final, como si fuéramos inmortales…, y de pronto nos deshacemos en su garganta.
—Mis proyectos son como mis hijos, y no tengo ninguna intención de salir a pedir limosna para que el mundo los alabe y correr el riesgo de que no acaben en nada.
“Dios nos ha hecho capaces de crear el arte para que lleguemos más allá de lo que nos permite nuestra efímera vida […] por eso cada obra de arte vale mil veces más que su creador.”
—Quizá sea preciso envejecer para amar realmente. Hay que tener una edad para que el amor se combine con la desesperación.