—¿No te pasa? —Rudy se quitó la gorra y se rascó la cabeza—. No sé. Se me han quitado las ganas de hablar. Tengo la sensación de que, como dicen en las películas, todo lo que diga va a ser utilizado en mi contra. Temo a las palabras, a todas, más allá de lo que signifiquen. Más allá de la imagen que me pongan en la cabeza. Da igual. Cualquier palabra es peligrosa. ¿Y si algo que diga se convierte accidentalmente en un rumor? ¡Estaría poniendo en peligro a una persona! No quiero que alguien desaparezca en el Olvido por mi culpa. Así que a partir de ahora dejo de hablar. Se acabó. Caput. Finito.
No mucho tiempo atrás, Maya hablaba sin pensar. Las palabras salían de su boca sin tener una conciencia clara de lo que hacía. Pensar en lo que decía, seleccionar con cuidado las palabras con las que iba a formular un mensaje para no generar rumores, le había llevado a comprender lo vitales que resultaban. Ni ella, ni ninguno de sus amigos, serían los mismos sin las palabras que salían de sus bocas. Con ellas decían lo que pensaban, lo que sentían. Cada uno tenía su manera particular de hacerlo: Rudy, atropelladamente, como si no fuera capaz de parar y le faltara el aire hasta para respirar; Charlotte, con aquel acento francés que la caracterizaba, las palabras lentas y alargadas, bailando en la punta de su lengua; Ash, con palabras contadas con los dedos de una mano, siempre alerta, expresando mucho más a través de lo que callaba que de lo que salía de su garganta, y Arnaud, siempre con la frase justa en el momento oportuno. Se preguntó cómo verían los demás el uso que ella misma hacía del vocabulario.
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