Revista Cultura y Ocio
Ken Follet
El invierno del mundo
La ofensiva empezó a torcerse durante el segundo día. Las fuerzas del norte habían mantenido la posición, sin atreverse a avanzar debido a la falta de información sobre las defensas de los rebeldes, lo cual a Lloyd le pareció una excusa barata. El grupo central seguía sin poder tomar Fuentes del Ebro, a pesar de haber recibido refuerzos durante el tercer día, y a Lloyd le horrorizó oír que habían perdido casi todos los carros de combate ante el devastador fuego defensivo. El grupo del sur, el de Lloyd, en lugar de forzar el avance, recibió órdenes de desviarse hacia la población ribereña de Quinto. De nuevo tuvieron que vencer a grupos tenaces de soldados nacionales combatiendo casa por casa. Cuando el enemigo se rindió, el grupo de Lloyd hizo un millar de prisioneros. En ese momento, Lloyd estaba sentado a la luz del atardecer en el exterior de una iglesia destruida por el fuego de artillería, rodeado del polvo que desprendían los escombros de las casas y de los cuerpos extrañamente inmóviles de los muertos recientes. Un grupo de hombres exhaustos se reunió en torno a él: Lenny, Dave, Joe Eli, el cabo Rivera y un galés llamado Muggsy Morgan. En España había tantos galeses que alguien inventó una rima burlesca que jugaba con la similitud de sus nombres:
Había un soldadito llamado Price y otro soldadito llamado Price y un soldadito llamado Roberts y un soldadito llamado Roberts y otro soldadito llamado Price.
Los hombres fumaban en silencio, a la espera de descubrir si esa noche les tocaría cenar. Se encontraban demasiado cansados incluso para bromear con Teresa, que continuaba allí, algo fuera de lo habitual, puesto que el transporte que debía llevarla a zona de retaguardia no apareció. De vez en cuando, oían una ráfaga de disparos procedentes de los combates que se estaban librando para eliminar los últimos puntos de resistencia, a pocas calles de distancia.