Revista Cultura y Ocio
Edmund Crispin El canto del cisne
Ya eran más de las once cuando Adam descubrió que no tenía la cartera. Elizabeth ya estaba en la cama, y Adam estaba desvestido. El proceso de vaciado de sus bolsillos reveló la pérdida, y recordó que a lo largo de la noche había pagado las copas con dinero suelto. —¡Maldita sea! —dijo, sin saber qué hacer—. Creo que me la dejé en el camerino del teatro. Creo que lo mejor será que vaya y la coja. —¿Por qué no lo haces mañana? —dijo Elizabeth. Adam pensó que su esposa estaba particularmente hermosa aquella noche, con el pelo resplandeciente, como seda a la luz de la lamparita de noche. Adam negó con la cabeza. —Es que no voy a estar tranquilo hasta que no vaya y la coja. Había bastante dinero. —Pero el teatro estará cerrado. —Sí, puede ser. Pero el viejo portero de la entrada de actores duerme en el teatro, y puede que aún no se haya ido a la cama. Lo intentaré, de todos modos. —Y se estaba vistiendo otra vez mientras lo decía. —Muy bien, cariño —dijo Elizabeth con voz soñolienta—. No tardes. Adam se inclinó sobre ella y la besó. —No tardaré —prometió—. Está a tres minutos de aquí. Cuando salió fuera, descubrió que la luna estaba apepinada, sin completar la esfera, y muy pálida, y con un halo en derredor. Su luz iluminaba toda la acera sur de George Street, y al final, en la esquina con Cornmarket, Adam pudo ver el verde inmóvil de los semáforos. Un ciclista tardío pasó a su lado: la goma de las ruedas quebraba el hielo que moteaba la superficie de la calzada. El aliento de Adam se convertía en vapor en medio de la gélida noche, pero al menos ya no hacía aire. Cruzó por Gloucester Green. Todavía había unos cuantos coches aparcados allí, y la pálida luz de la luna formaba vetas blanquecinas con los rayos amarillentos de las farolas sobre las carrocerías metálicas. Todo estaba en silencio, salvo por la persistente tos de un viandante plantado a destiempo en el exterior de una pequeña tienda de tabacos, a su izquierda. Adam se detuvo un instante para leer los carteles de un concierto que habían pegado en una pared cercana, y luego avanzó a pie por Beaumont Street.