Revista Libros
Francisco Brines. Tierra nativa. [Poemas mediterráneos]Prólogo de Carlos Marzal.Edición de Marie-Christine del Castillo-Valero.Renacimiento. Sevilla, 2023.
LAMENTO EN ELCA
Estos momentos breves de la tarde, con un vuelo de pájaros rodando en el ciprés,o el súbito posarse en el laurel dichoso para ver, desde allí, su mundo cotidiano,en el que están los muros blancos de la casa, un grupo espeso de naranjos,el hombre extraño que ahora escribe.
Hay un canto acordado de pájarosen esta hora que cae, clara y fría, sobre el tejado alzado de la casa.Yo reposo en la luz, la recojo en mis manos, la llevo a mis cabellos,porque es ella la vida,más suave que la muerte, es indecisa, y me roza en los ojos,como si acaso yo tuviera su existencia. El mar es un misterio recogido,lejos y azul, y diminuto y mudo, un bello compañero que te dio su alegría,y no te dice adiós, pues no ha de recordarte.
Sólo los hombres aman, y aman siempre,aun con dificultad.¿Dónde mirar, en esta breve tarde, y encontrar quien me mirey reconozca?Llega la noche a pasos, muy cansada, arrastrando las sombrasdesde el origen de la luz,y así se apaga el mundo momentáneo, se enciende mi conciencia.Y miro el mundo, desde esta soledad, le ofrezco fuego, amor,y nada me refleja. Nutridos de ese ardor nazcan los hombres, y ante la indiferencia extrañade cuanto les acoge,mientan felicidad y afirmen su inocencia, pues que en su amorno hay culpa y no hay destino.
Ese poema de El otoño de las rosas, central en la obra poética de Francisco Brines, ocupa también una posición medular en Tierra nativa, la antología poética del autor que publica Renacimiento con el subtítulo de Poemas mediterráneos y con edición de Marie-Christine del Castillo-Valero, que en su ‘Nota a la edición’ señala que “Renacimiento recorre la senda vital de Francisco Brines y con esta antología, Tierra nativa, cierra el ciclo como si todo hubiera sido un eterno retorno que se termina donde se empieza.”
La abre un prólogo -‘La casa de la infancia (Francisco Brines y Elca)’- en el que Carlos Marzal afirma que “Elca se ha convertido para los lectores de la obra de Brines en un territorio mitológico, en la quintaesencia, real y simbólica a la vez, del paisaje mediterráneo, que es sin duda para el poeta el paisaje por excelencia, no porque sea más hermoso que los demás, sino porque es el paisaje en el que sus sentidos despertaron a la naturaleza y a su observación gozosa. Elca está en los poemas de Brines para que el Mediterráneo esté en su poesía, un Mediterráneo que no consiste en un mar tan sólo, sino en una forma de sentir el universo.”
Elca es en la poesía de Francisco Brines el nombre del paraíso, el lugar de la felicidad y de las pérdidas, la casa donde se cruzan, entre la contemplación y la meditación, el presente de la celebración y el pasado de la evocación, la realidad y el sueño, como en el memorable verso final de ‘Desde Bassai y el mar de Oliva:
Yo sé que olí un jazmín en la infancia una tarde, y no existió la tarde.
Es la Arcadia evocada en ‘El niño perdido y hallado (en Elca)’, otro de los poemas de esta selección, que comienza así:
¿Por qué soy azotado con estrellas en la desnuda noche iluminada? Un ciego aroma viene y me embriaga para que vuelva el niño, y ser el que era al ver temblar, tan puras, las estrellas mi inocencia. Cegado por las lágrimas un dios sentía en mí que me habitaba.
En casi todos estos poemas, además de la casa y el paisaje, el tiempo se convierte en el eje de referencia. Eje que articula toda la obra poética de Brines, que reúne en Elca y en el espacio mediterráneo de su entorno tiempos y personas que han marcado su biografía, sus esperanzas y sus decepciones, su amargura y su sosiego, como en ‘El extraño habitual’, de Insistencias en Luzbel, que comienza con estos versos:
La casa, blanca y grande, vacía de su dueño,permanece. Silban los pájaros; las tapias, un olor.Quien regresa se duele del destierro de la casa.Aquí descubrió el mundo; lugar para morir.
Los setenta y seis poemas reunidos en el libro abarcan toda la trayectoria poética de Brines, desde el inicial Las brasas hasta el póstumo Donde muere la muerte, y dibujan una imagen completa de su obra a través de un espacio mediterráneo que se convierte en escenario de tardes y jardines para dar coherencia a la poesía elegíaca de Brines e integrarla en un común marco emocional o meditativo y en la línea continua de una temporalidad convocada y negada en el espacio del poema, como en este ‘Reencuentro’, de Donde muere la muerte:
He bajado del cochey el olor de azahar, que tenía olvidado,me invade suave, denso.He regresado a Elcay corro, no sé en qué año estoyy han salido mis padres de la casacon los brazos abiertos,me besan,les sonrío,me miran –y están muertos–,y de nuevo les beso.
Cierra el volumen la charla de Gabriele Morelli con Francisco Brines sobre Elca (2018), en la que el poeta destaca la importancia vital de este paisaje, que aparece transfigurado poéticamente en muchos de sus textos:
“En ese lugar he vivido, sobre todo, el sentimiento de la pérdida del mundo. Todos los años, sin excepción, he asistido allí al más emocionante e íntimo de los tránsitos: la privación del verano y la llegada del otoño. Es un suceso hermoso y melancólico, pues tal prodigio se produce, en ese lugar del Mediterráneo, desde casi invisibles levedades: suave descenso de la temperatura, primeras y absortas lluvias, esplendores marchitos de la luz, y una acentuada y sorda gravedad en la llegada de la noche. Matices casi interiores, pero que producen cambios profundos en la vida de la naturaleza, y no sólo en la sugerida alternancia de los frutos o de las flores. También han podido parecer leves, a través de los años, las variaciones de mi cuerpo y de mi espíritu, y el resultado han sido cambios tan profundos como el de mi imagen ante el espejo o el de mi conciencia ante mi propia reflexión.”
Santos Domínguez