Será un gran negocio producir en serie figuras de Franco como se hace con las muñecas hinchables.
Los políticos autoproclamados progresistas las comprarán para colocarlas detrás de sus rivales ideológicos tras resucitar al Generalísimo con vudú.
Inmediatamente denunciarán a esos contrarios al grito de “¡Estáis dominados por el franquismo!”, ocultando, naturalmente, que fueron ellos quienes recuperaron su espíritu.
El método español de desacreditar al contendiente es llamarle franquista. Se le destroza con esa fácil acusación: todo lo que no sea políticamente correcto se denuncia como heredero del dictador.
Si usted detesta a los independentistas y cree que el país se desangraría al seccionar su cuerpo, geografía e historia, usted es un franquista porque Franco defendía la unidad de España.
Si cree en la necesidad de las Fuerzas Armadas que nos protegen, es usted un militarista, como Franco.
Si aunque no le gusten los toros defiende la existencia de la fiesta como libertad de suicidio del torero, también es franquista.
Si afirma que hay mujeres que se exponen reiteradamente a ser asesinadas al volver una y otra vez con el maltratador al que ya habían denunciado, y pese a las advertencias de jueces, psicólogos y policías, es usted franquista.
Si propone que se incremente la disciplina en los colegios, dominados por alumnos salvajes y con profesores sin poder alguno, o que haya exámenes y que no se pase de curso si no se aprueban, usted es franquista.
Claro que el Franco hinchable puede colocarse también con la suficiente habilidad detrás, incluso delante, de los caudillistas Puigdemont, Junqueras y Pablo Manuel Iglesias. Ellos son autoritarios, guerracivilistas y dictadores que hacen lo que les da la gana.
Hasta quienes llevan calzoncillos pueden ser acusados de franquistas: se supone que Franco también los usaba.
--------
SALAS