Revista Opinión

Franco sigue vivo en la España actual

Publicado el 09 septiembre 2012 por Franky
Franco sigue vivo en la España actual Franco murió en la cama, sin ser derrotado y el Franquismo nunca ha sido formalmente condenado por la Historia. Estos dos factores tienen un peso decisivo en la España actual y marcan la esencia de la triste y devaluada política española. La democracia nunca logró derrotar al franquismo en España porque nació poderosamente contaminada por el franquismo agonizante. Esa es la clave de nuestras desgracias actuales y la causa principal de que la España del presente no sea una democracia sino una vulgar dictadura en la que los herederos de Franco, disfrazados de demócratas y encuadrados en partidos políticos en los que sigue vigente el espíritu del Movimiento Nacional, ahora gobiernan España. Hasta el actual Jefe del Estado fue designado por Franco y no juró la Constitución sino los principios del Movimiento.

La muerte del dictador, gobernando y sin sufrir ni una derrota ni una condena en vida, hizo posible que muchos hijos espirituales y culturales de Franco heredaran su poder y que, travestidos de demócratas, se hayan convertido en los principales culpables de la actual ruina de España y en los que han liquidado su grandeza. Al "franquismo" le ocurre como al "comunismo", que a pesar de sus crímenes y fracasos históricos nunca ha sido condenado por la comunidad internacional, lo que propicia que siga vivo y que muchos comunistas sigan negándose a pedir perdón, gobernando y propiciando el totalitarismo a lo largo y ancho del planeta.

El “Franquismo” se sostenía con tres columnas: la primera era el desprecio a los derrotados en la Guerra Civil y a los partidos políticos, la segunda era el autoritarismo dictatoral del Estado y la tercera era la ausencia de ciudadanos en la política y el control del poder por parte de una élite. De esas tres patas, la llamada Transición sólo cambió la primera, cuando los partidos fueron aceptados como estructura del Estado y los derrotados de la Guerra Civil, en especial socialistas y comunistas, quedaron incorporados a la élite gobernante, pero nunca la segunda y la tercera, por lo que la España posfranquista sigue siendo hoy una dictadura autoritaria, ahora de partidos políticos y políticos profesionales, con la ciudadanía ausente, alejada de todo proceso de toma de decisiones y duramente sometida a los designios de las clases poderosas que, como en tiempos del general, controlan férreamente el poder.

Los principales "tics" y comportamientos del franquismo siguen vigentes en esta España falsamente democrática: arbitrariedad, abuso de poder, privilegios desproporcionados e impunidad práctica para las clases dominantes, uso inmoral de la mentira y del engaño, oscuridad y opacidad en los asuntos públicos y un concepto piramidal y autoritario del poder y del Estado, por completo ajeno a la democracia.

La democracia es considerada por las élites actuales de España como un disfraz que se quita y se pone, según convenga, que implica ritos como las elecciones cada cuatro años, cuando en realidad es una filosofía de poder completamente diferente a la dictadura y con comportamientos diametralmente opuestos: verdad en lugar de mentira, luz y transparencia en lugar de opacidad, participación activa de los ciudadanos en las decisiones y en la gestión, igualdad en lugar de dominio de las élites, ética en lugar de corrupción y rapiña, una ley igual para todos en lugar de la impunidad de los poderosos y la existencia de numerosos y sólidos controles y contrapesos al poder que en España nunca han existido y que el poder, fiel y genuino heredero del Franquismo, nunca ha aceptado.

Es lícito interpretar que la autoritaria "filípica", que el rey Juan Carlos propinó recientemente a su chófer, por aparcar mal, es un claro reflejo de que el franquismo sigue activo en el corazón del sistema político español y de sus clases dirigentes, como lo son también otros muchos dramas y pecados de la falsa democracia, desde la impunidad de los poderosos, la expulsión del ciudadano de los procesos de toma de decisiones y las represalias contra los "adversarios" hasta la corrupción en la cúspide del poder político, el asesinato de la sociedad civil, el abuso de poder de los partidos y políticos profesionales, la violación constante de la igualdad y la existencia de una ley ambigua, que se aplica con rigor al adversario y con suavidad al amigo del poder.


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