Revista Cómics

Frank

Publicado el 31 enero 2011 por Alvaropons

FrankPoco a poco vamos resolviendo los muchos (e inexplicables) debes que el lector español tiene hacia los grandes genios de la historieta mundial. Si el año pasado solventábamos de un plumazo y con contundencia la ignorancia de Dave Sim o Shigeru Mizuki, este año le toca turno, por fin, a uno de los grandes del panorama independiente USA: Jim Woodring. Casi siempre injustamente olvidado, incluso en su país de origen, quizás porque su obra ha sido siempre completamente ajena a cualquier catalogación. Frente a la coherencia grupal de los autores que en los 80 se agrupaban alrededor de los rescoldos del underground, la combativa autoedición o la insurgencia de aquellos que abanderaban el slice of life como una nueva forma de contracultura, Woodring ejercía de inclasificable elemento discordante, pese a unos inicios casi canónicos en la estela de Justin Green. De hecho, no es difícil establecer paralelismos entre las primeras entregas de Jim, su primera obra, y la mítica Binky Brown meets the Holy Virgin, desde algunas referencias estilísticas – quizás menos evidentes- hasta las más obvias temáticas: la autobiografía, la represión sexual, el uso del arte como vía de autoexorcismo… Incluso algunos referentes de la obra de Green, como la transformación física (los dedos-penes de Binky Brown) aparecen también en Jim en forma de grotescas mutaciones del protagonista, a lo que hay que añadir la fuerte carga de interpretación simbólica que ambos autores practican. Sin embargo, es precisamente ese acento en el simbolismo el que marcaría el distanciamiento de la obra de Green para dar a Woodring la pista de su propio camino, en una senda de surrealismo que iba estableciendo las bases de un universo privado, de un espacio tan personal como hermético, donde el delirio comenzaba a tomar posiciones dominantes. Una evolución que tendría punto de inflexión claro en Quarry Story, donde el onirismo deja atrás definitivamente a la realidad, preparando el terreno para la gran creación de Woodring, Frank. Un personaje nacido casi de casualidad, como muchas veces ha indicado el autor, pero que es la consecuencia lógica de esa progresión hacia un discurso tan personal como único, en el que se puedan plasmar tanto las terroríficas alucinaciones y apariciones que marcaron su infancia como propuestas de reflexión sobre cualquier aspecto vital. La transición se cierra completamente: desde Jim, una realidad cotidiana donde lo surreal intenta colarse de rondón como presencia tangible, hasta Frank, un universo surreal donde la realidad es tan sólo un espejismo pasado por el tamiz de la interpretación del lector. Apenas un puñado de personajes y un escenario aparentemente fijo serán los elementos que Woodring utilice como reto personal, un teatro donde compone sus episodios desde excusas argumentales nimias, tan simples como un paseo de Frank, que irán tomando forma y vida propia.
Frank
Viendo las páginas de Frank, caminando por Unifactor, la tentación de comenzar a hacer relaciones con Krazy Kat es poderosa: la figura antropomorfa de Frank, un personaje basado en los “animalitos” de los dibujos animados del que nunca sabremos a ciencia cierta si es un gato, perro, conejo o especie definida, es fácilmente trasladable a Krazy y su incierta sexualidad. El universo mutante de Coconino parece una región más de Unifactor. O Unifactor parte natural de Coconino, quién sabe, aunque bien mirado en Coconino es el escenario el que muta y en Unifactor son los actores. El cerrado elenco de personajes de la obra de Herriman, casi más hermético en el caso de Woodring, el paseo de Frank frente al ladrillazo como motor de la historia… FrankMuchas coincidencias que se desvelan como caprichosos apriorismos y coincidencias a medida que avanza la lectura de Frank: es difícil que la musicalidad y ritmo de Herriman tengan correlato en la muda obra de Woodring y es evidente que las intenciones son muy alejadas, demasiado. Quizás, quién sabe, es tan sólo que la genialidad del absurdo encuentra lugares comunes de expresión y que tanto Herriman como Woodring compartieron sus sueños más allá de las limitaciones de tiempo y espacio, conceptos sin sentido alguno en Unifactor o en Coconino. O quizás, también, es una evolución natural de uno en otro, que ha sabido impregnarse y alimentarse de muchísimas más experiencias: más fácil es, por ejemplo, encontrar en Frank los mecanismos del guiñol, presentes tanto en la estructura como en la presencia de un Mr. Punch redivivo en la forma casi sacralizada de Whim, por no hablar de la brutal influencia del dibujo animado que va desde los Fleischer y Disney hasta Chuck Jones y Tex Avery, pasando por la cultura pop, la ilustración más radical y, por supuesto, el cómic underground americano, en un cóctel que la buena mano de Woodring consigue dotar de una extraña naturalidad. Quizás uno de los aspectos más sorprendentes de Frank es que todo ese cúmulo de referencias está presente sin renunciar a sus orígenes de una u otra forma a través de un grafismo anárquico en lo individual que consigue un pasmoso efecto de homogeneidad en lo global. A medida que pasamos las páginas de Frank, la sensación que se tiene es de juego caleidoscópico, de una especie de mantra orgánico donde las formas se van sucediendo sin tregua con lógica uniformidad. Sin embargo, si nos vamos fijando en cada personaje de forma aislada, en cada escena, veremos que Frank sigue los cánones del dibujo animado infantil y lúdico, mientras que ManHog recuerda a Gilbert Shelton y Crumb a la vez que Pupshaw y Pushpaw son iconos de rabioso surrealismo pop (quizás se podría calificar a Woodring del exponente máximo del lowbrow art). Por no hablar de una estética formal que bebe tanto del arte islámico como del radicalismo de Robert Williams sin despeinarse. Es decir, un mejunje que debería ser tan imposible como indigesto, pero que Woodring consigue conjuntar con una armonía asombrosa para poder contar esas historias de Frank donde todo, absolutamente todo es posible.
Y llegamos al momento más delicado: “Sí, todo muy bonito, pero ¿qué cuenta Frank?”
Frank
Pues no lo sé. O sí. O yo que sé. Se podría decir, quizás, que Frank cuenta aquello que el lector quiere leer en sus páginas. Es como una especie de mantra en movimiento que va llevando al lector a una especie de trance mesmérico donde todo es posible. Las mutaciones continuas, el cambio, lo orgánico transformado en inorgánico… Todo puede ser leído como un simple gag de slapstick “vintage” depurado y descontextualizado o como una pesadilla lovecraftiana trasladada a un Dibulliwood alucinógeno y perverso. O como una profunda reflexión sobre el ser humano que toca desde los temas más trascendentes a los más banales. O quizás como una experiencia estética radical… Quién sabe. Lo único claro es que Woodring reta al lector a un viaje sin retorno a su propia psique, a una demolición descontrolada de todo lo aprendido. Leer Frank es un revulsivo total que centrifuga las neuronas a alta velocidad, un reset total del sistema de realidad establecido que deja la mente en un renovado estado de equilibrio.
Una obra maestra, una genialidad… el adjetivo es lo de menos porque Frank no los admite. Los crea.
Frank
Aunque lo que sí admite adjetivo es la calidad de la edición de Fulgencio Pimentel: espectacular. Servidor hace años que no ve algo parecido. Y me quedo corto.


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