¿Qué es lo que ha hecho de él uno de los arquitectos más influyentes de esta nueva época –si es que estamos en una nueva época–? Supongo que ha sabido romper con los moldes de una disciplina tremendamente conservadora y ponerla contra las cuerdas. La monotonía arquitectónica se deshace en las manos de Frank y fluye como el agua del deshielo entre grandes placas de acero y titanio. Al mismo tiempo, toma la materia clásica y la adentra en la vida contemporánea para que en el juego de líneas y figuras todo sea uno.
Frank Gehry
Lou Ruvo Center
2010
¿Líneas y figuras? No, no suena a edificio. Frank Gehry compone esculturas gigantescas en las que los espectadores pueden deambular. Ese es el cambio de paradigma. Tomando la obra cumbre de su carrera, el Museo Guggenheim de Bilbao, Gehry moldea una superestructura que tiene vida propia. Dejando al margen las absurdas discusiones sobre si el edificio representa un pez o un barco, podemos sencillamente gozar de la figura sobre la Ría. Cuando uno se va acercando, al nivel del museo, y lo empieza a apreciar desde lo lejos hasta que surge de pronto bastamente, enorme. O cuando se viaja en coche y se ve la construcción de frente, imponente, dominadora del espacio. Una persona con un gusto desarrollado por el arte puede percibir ante el museo algo similar a lo que se siente cuando se está ante cualquier construcción centenaria. ¿Y el interior del edificio? Un espacio perfectamente diseñado que la gestión del museo suele desdibujar con las exposiciones. Si Frank Gehry consigue diseñar un edificio escultórico, quizás debería quedarse completamente vacío. Contemplarlo en sí mismo ya es suficientemente gratificante.
Frank Gehry
Museo Guggenheim Bilbao
1997
Pero no nos limitemos al museo, a pesar de que podríamos dedicarle horas de conversación. Hay una idea clave en Frank Gehry que me parece encantadora, aunque a alguno sé que le sonará a hipócrita. Una de las características de sus edificaciones es dejar esa sensación de obra aparentemente inacabada. Con ello, el arquitecto pretende dejar una puerta abierta, una puerta para cada espectador. Aquel que ve su obra, tiene la posibilidad de terminarla en su cabeza. ¿Qué quiero decir? Que sobre uno de sus edificios, el espectador puede jugar a imaginarse un paso más que lo complete. Por ejemplo –y volviendo inevitablemente al museo– sería sublime que la construcción se desprendiera del mármol y toda la estructura de acero bajara por la Ría de Bilbao, al tiempo que por la orilla avanza la araña de Louise Bourgeois, la verdadera compañera del edificio. Que sí, que parece más un sueño infantil que la idea de alguien que está escribiendo un homenaje bastante humilde a Frank Gehry. Pero es que él te permite esa posibilidad de imaginar.
Frank Gehry
Casa Danzante
1996
Charlie W.