Revista Cultura y Ocio

Frankenstein en Bagdad - Ahmed Saadawi

Publicado el 28 marzo 2022 por Elpajaroverde
"¿A mí me lo preguntas? No tengo ni idea. Si no fuera por los rumores que corren y por la confianza que tengo en tus palabras, no creería ni por un segundo en la existencia de un ser como ese. ¿En qué mundo vivimos? ¿En qué época? Monstruos, demonios, criaturas mitológicas. Qué sé yo. Todo esto es fruto de la paranoia de la gente".

Si me hubierais preguntado antes de leer la novela que os traigo hoy si creo en la existencia de monstruos, demonios y criaturas mitológicas no hubiera tardado ni un segundo en responderos que no. Si me preguntarais ahora, que la he terminado, os diría que por ella corren muchos rumores sobre su existencia, pero que los rumores no prueban nada, por lo que, basándome solo en ellos, no tendría ni idea de qué contestaros si no fuera por la confianza que tengo en las palabras de Ahmed Saadawi. Y no es que tenga confianza en las palabras en general, pues esas se las lleva el viento, pero sí que tengo confianza en los cuentistas, en los fabuladores, y ocurre que el escritor iraquí es un fabulador consumado. Ahora bien, si me hubierais preguntado, ya no antes de leer esta novela sino antes incluso de saber de su existencia, en qué mundo vivimos, ni otro segundo hubiera tardado en proclamar mi fe en monstruos, demonios y criaturas mitológicas. ¿Y quién no?

Frankenstein en Bagdad - Ahmed Saadawi

Quien fabula en esta novela es Hadi. Lo llaman Hadi el Antiguallas o Hadi el Mentiroso porque se gana la vida revendiendo cosas y porque por todos es conocido por inventar historias. A la gente le gusta escucharlo aun sabiendo que lo que cuenta no es real. A todos nos gusta escuchar historias. Nos entretienen. Si nos las cuentan bien, nos las creemos mientras duran. Nos permiten sumergirnos en otro mundo. Cumplen esa función y Hadi cumple por tanto su función.

Hay una historia, sin embargo, que a Hadi se le escapa de las manos, que crece y cobra vida propia. Él proclamará a quien le quiera escuchar que es fidedigna. Habrá quien lo crea. Habrá quien no. Comenzarán a suceder cosas extrañas que harán que la opinión pública se decante por dar la historia por verdadera disparando así la rumorología. Yo, que no soy muy crédula por naturaleza (o quizás sea mejor decir que por experiencia) me creo esa historia que Hadi cuenta. Yo me creo todo lo que Ahmed Saadawi me cuenta en esta novela.

La historia de Hadi va de un monstruo. Un monstruo que él mismo crea. Un monstruo cuyo cuerpo confecciona a partir de partes de cuerpos que recopila por las calles con el fin de darle sepultura cuando lo termine y así, simbólicamente, dar sepultura a todos esos otros cuerpos a los que la fragmentación ha impedido dársela. Vivir en el Bagdad ocupado por las tropas estadounidense en los años posteriores a la segunda guerra de Irak es lo que tiene: una bomba por aquí, un atentado por allá; no es difícil, pues, dar con restos de cadáveres humanos. Lo que sí que puede ser más complicado es creer que ese nuevo cuerpo formado por muchos cachitos de otros muchos cuerpos despierte a la vida. Pues yo me lo creo. No me resisto a una buena historia cuando me la cuentan bien (igual es que soy más crédula de lo que pienso) y Ahmed Saadawi esta historia me la cuenta muy bien. Pero, claro, si no habéis leído esta novela ni habéis leído a Saadawi no tenéis por qué tener la misma confianza que tengo yo en sus palabras. Os queda, pues, confiar en las mías o bien pensar que en Bagdad ciertamente hay muchos restos de muertos pero también muchos muertos sin restos, pues las bombas han desintegrado sus cuerpos, y hay, por tanto, muchas almas sin cuerpo. Los que no necesitan confiar en mis palabras ni casi siquiera en las de Hadi son sus vecinos y conciudadanos. Su credulidad, como mi incredulidad, más que por naturaleza les viene dada por la experiencia.

"En los últimos tres años la gente del barrio había oído multitud de historias de lo más insólitas sobre muertos que volvían a la vida o desaparecidos que salían de los calabozos de los servicios secretos del régimen para presentarse a las puertas de sus viejas y humildes casas familiares. Personas que regresaban de un largo viaje con nuevos nombres e identidades cambiadas. Mujeres que habían pasado su infancia en los sótanos de una cárcel en la que aprendían, antes que otra cosa, cómo debían comportarse con sus carceleros. Hubo incluso quienes, después de sobrevivir a varias muertes durante la dictadura, terminaron falleciendo de la forma más banal en la "democracia", por ejemplo en un accidente de moto en plena calle. Creyentes que se convirtieron en ateos después de verse traicionados por sus compañeros de credo, rompiendo para siempre con sus principios e ideales. Ateos que se convirtieron en creyentes después de ver los "beneficios" y utilidades de la fe. Era imposible calcular los sucesos improbables que habían salido a la luz en los últimos tres años, de modo que [...] no resultaba tan difícil de creer".

Al monstruo de Hadi alguien tiene la idea de apodarle el Frankenstein de Bagdad. Lo hace tan solo a modo de titular, para captar la atención. Esto, que es algo testimonial en la novela, pues en ella al monstruo solo se le llama así una vez, le sirve no sé si a Ahmed Saadawi o a quién para titular esta novela supongo que con la misma pretensión de llamar la atención sobre ella. Conmigo, desde luego, lo ha conseguido. Y eso, que no siempre es bueno, en este caso lo es. Es bueno porque me ha hecho fijarme en una novela de un autor que para mí era un completo desconocido. Es bueno porque me ha hecho interesarme por una propuesta que prometía ser diferente y que además ha resultado serlo, así como también inteligente. Es bueno porque apenas he leído literatura árabe y he aprovechado para acercarme un poco más a una zona del planeta que tengo abandonada. Es bueno porque me he leído la novela y porque he venido a contároslo. Es bueno porque así tal vez consiga, aunque solo sea porque su título os llame la atención, que os intereséis por ella. Quizás incluso alguno os animéis a leerla. Si es así, también eso será bueno.

Hadi, sin embargo, llama al monstruo El-como-se-llame. Otros lo llamarán El sin nombre. A nadie se le ocurre llamarlo El sin rostro o El-rostro-mutante y eso que nadie ha alcanzado a ver ese rostro, un rostro, por otra parte, inasible, inaprensible, pues el monstruo "no dejaba que nadie viera su rostro, salvo unos segundos. La imagen más fidedigna estaba inserta en la mente de la gente, alimentada por el miedo y el desánimo que provoca la falta de solución al goteo constante de muertes. Una imagen tan cambiante y múltiple como múltiples eran las cabezas que dormían sobre almohadas, asaltadas por el pánico y la desconfianza". No faltará quien vea en El-como-se-llame una especie de mesías. Para otros, en cambio, será la encarnación del "ideal del perfecto ciudadano que el Estado iraquí no ha conseguido moldear desde la época del rey Faisal I. Como mi cuerpo está compuesto de fragmentos humanos procedentes de confesiones, tribus, sexos y estratos sociales diversos, personifico una amalgama que nunca antes ha existido. [...] soy el primer ciudadano iraquí", y, como buen ciudadano iraquí, es como si "llevara una máscara distinta sobre la que se iban imprimiendo ideas y posicionamientos fugaces y contrapuestos, sin mostrar nunca el mismo rostro", porque "uno no conoce las ventajas de un traje hasta que lo lleva" al igual que en un juego "las cartas no tienen ninguna importancia. Lo que importa son las manos que las barajan", lo cual no impide que el monstruo sea también como aquellos otros muchos que "no vuelven iguales a como se fueron. Podía contar infinidad de casos que justificaban esas diferencias y transformaciones físicas. Un sinfín de historias milagrosas contadas por mujeres marchitas por el paso del tiempo, marcadas por la ausencia irrevocable de aquellos cuya imagen seguía anclada en su memoria, pero que nunca más volverían. Ella creía que lo que estaba sucediendo era un milagro. Pero los milagros podían ser diferentes unos de otros: podían transformarse, cambiar".

Lo que puede parecer un milagro es el hecho de que un cuerpo originado por múltiples partes de víctimas de atentados se levante y arranque a andar. Podría incluso pensarse que hay una mano divina en el hecho de que los pasos de ese cuerpo se encaminen a aplicar la justicia del pueblo, como una especie de justicia divina cuando la justicia en la tierra (la justicia de las leyes) queda desierta. Pero ocurre que "no hay inocentes ni asesinos puros". Sucede que "cada asesino [...] era una víctima. Quizás el grado de inocencia fuera mayor que el de criminalidad". Pasa que, efectivamente, los milagros se transforman, los milagros cambian, que "todos somos ese malvado monstruo que nos amenaza" y que, por tanto, el monstruo tal vez no sea más que "un simple ser humano, un hombre mediocre, despreciable y mugriento que había construido una leyenda alrededor de sí, aprovechándose de la ignorancia y el miedo de la gente, así como del clima de caos en el que estaban sumidos".

El protagonista de Frankenstein en Bagdad no es El-como-se-llame, ni Hadi, ni ninguno de los variopintos personajes que pululan por las páginas de esta novela. La protagonista de esta novela es, como quizás yo os hayáis imaginado, Bagdad. Y en el Bagdad de esta novela, al igual que en el Bagdad real, "la situación general se estaba degradando cada vez más. Las batallas políticas de la televisión encontraban su contrapartida en los combates reales de las calles, cuyos instrumentos eran los atentados con coches bomba, los asesinatos selectivos, los paquetes bomba, los secuestros indiscriminados. Las noches se habían convertido en selvas donde los criminales campaban a sus anchas, y los intelectuales y periodistas hacían cábalas sobre si el país vivía una guerra civil o un sucedáneo". Bagdad reza a diferentes credos (tanto religiosos como políticos). Bagdad es una ciudad sindiós en la que "Dios es el único que no pertenece a ninguna confesión ni a ningún partido". El verdadero monstruo de Bagdad no es tan distinto a tantos otros monstruos que han existido, existen y existirán, pues "antes de mí hubo otros como yo, surgidos de aquí y de allá, en esta tierra, en épocas pasadas". El verdadero monstruo de Bagdad sí tiene nombre y ese nombre es miedo.

"Yo creo que todo el mundo es responsable de esta desgracia, de un modo u otro. Es más, todos los sucesos ligados a la seguridad y las tragedias que estamos padeciendo tienen su origen en el miedo. [...]. Cada día nos morimos de miedo de morir. Las zonas que han albergado o prestado apoyo a Al-Qaeda lo han hecho por miedo a otra organización. Y la otra organización se ha armado y ha creado sus milicias para protegerse de Al-Qaeda. Se ha creado un círculo vicioso y mortal por culpa del miedo. Y cada vez provocará más y más muertes".

Sí, la protagonista de esta novela es Bagdad. Aunque son varios sus personajes, que, además, comparten cota de protagonismo, no creo que sea correcto hablar de novela coral, pues claramente la protagonista es la capital de Irak. De ella os he hablado a través de El-como-se-llame. De El-como-se-llame en sí, sin embargo, así como de Hadi, apenas os he contado; más bien he utilizado al primero de ellos a mi antojo. Sobre el resto de personajes he mantenido silencio y bien que lo siento. Respecto a la trama, o más bien entramado, de esta novela, he optado nuevamente por la omisión. Creo que es mejor así; yo me he enfrentado a esta lectura sin saber muy bien lo que me iba a encontrar en ella y no me ha ido nada mal, al contrario. Creo que es mejor porque se trata de una novela muy poliédrica y hablaros de ella es algo complejo. Hablaros de la trama de Frankenstein en Bagdad es, al igual que identificar el rostro de El-como-se-llame, algo insabible, inaprensible. Destriparla le haría un flaco favor a esta novela. De intentarlo, habría convertido esta reseña en algo incongruente. Y "es difícil convencer con un discurso incoherente", si bien tristemente es cierto que "detrás de los crímenes cometidos en el mundo hay un discurso incoherente perfectamente detectable".

De Ahmed Saadawi como escritor sí que os quiero hablar un poco. Lo he citado ya en varias ocasiones a lo largo de esta entrada y ello a pesar de ser un autor invisible, de esos a los que no se les nota su mano moviendo los hilos tras su obra. Esto es un gran mérito y más en una novela como esta. Ya os he dicho que más que de trama habría que hablar de entramado. Tiene que haber mucha meditación y mucha organización tras las páginas de este libro y sin embargo me he olvidado completamente de estar leyendo una novela y me ha parecido estar pisando las calles de Bagdad y sus escombros. Saadawi narra siempre (casi siempre) en tercera persona pero picoteando por los diferentes personajes, sucediendo así que cuando acompañamos a uno de ellos descubrimos algún detalle que desconocíamos de algo que ya habíamos vivido con algún otro. Utiliza elementos de fantasía pero escribe una historia muy real. Tiene ciertos toques de ironía e incluso de humor negro, pero también es capaz de describir escenas que consiguen conmover. Y gusta de jugar al juego entre realidad y ficción.

El escritor iraquí, gran fabulador, en la mejor acepción del término, sabe que la ficción no está solo para entretener y distraernos de la realidad sino para enfrentarnos con esa realidad. Sabe que no solo es la ficción la que recurre a la realidad sino que, muchas más veces de lo deseable, la realidad también echa mano de la ficción. Sabe que esa ficción mercenaria a la que la realidad prostituye, como su novela, es poliédrica, y que sus caras ocultas son la inventiva, el engaño y la mentira, pues "¿cómo controlar a una masa de gente que no entiende si se le habla claro y se traga todo tipo de mentiras?" Si al escritor bagdadí le preguntáramos, como en la cita con la que abro esta entrada, en qué mundo vivimos, casi podría asegurar que respondería en Bagdad; si en qué época, aventuro con poco margen de error que contestaría que en la de los monstruos, los demonios y las criaturas mitológicas. Los mitos son mentiras repetidas hasta que se convierten en verdad. Los monstruos y demonios son el miedo con el que nos controlan esas mentiras. En realidad, aunque no les demos crédito, existen leyes que explican la existencia de seres como El-como-se-llame. Es solo que las ignoramos, de ahí que nos cuestionemos la existencia de esos seres. El verbo ignorar es sinónimo de desconocer. No debemos ignorar que también lo es del verbo obviar.

"Hay leyes que la gente ignora. Leyes que no actúan de forma permanente, como sucede con las leyes físicas que rigen las corrientes de aire, las precipitaciones, el desprendimiento de las rocas de las montañas y otros fenómenos naturales. Estas leyes, por su carácter recurrente, han podido ser observadas, analizadas y explicadas por el hombre. Pero hay otras leyes que intervienen en determinadas circunstancias, de modo que, cuando sucede algo a causa de ellas, la gente se asombra y exclama que no es posible, que se trata de una invención, de una leyenda o, en el mejor de los casos, de un milagro. No admitimos que ignoramos la ley que provocó determinados sucesos. El hombre vive en un gran engaño y nunca reconoce su ignorancia".

Traductora: Anna Gil Bardají

Editorial: Libros del Asteroide

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