“Franschhoek, a menos de 2 horas de auto”, sentenció Martin mientras mirábamos mapas sobre la mesa de su casa, en Gansbaii, para decidir cuál sería nuestro próximo destino. Habíamos pasado una días muy tranquilos en compañía de Martin y no queríamos cambiar nuestro estado. La sugerencia fue tan tajante que con Aldana dejamos de hablar como si “Franschhoek” significara “silencio, escúchenme” en Afrikaans. Martin se desvivía por que estemos a gusto. Participaba de nuestras charlas, preparaba la cena, nos llevaba en su auto a todos lados, e incluso, nos invitaba a tomar algo para compartir el tiempo con sus amigos. Cuando le preguntamos sobre Franschhoek nos dijo que era una tierra bellísima, repleta de viñedos, cuna de la industria vitivinícola del país. Si queríamos salir simplemente a caminar y admirar paisajes, Franschhoek era el lugar a dónde deberíamos ir, insistía. Nos mostró fotos en su computadora y no hizo falta nada más, decidido, iríamos allí.
Martin sabía que de ser posible, nuestro periplo africano era a dedo (autostop). Ya acostumbrados a su generosidad, no dudamos en pedirle que el día de nuestra partida nos acercara a la ruta para levantar, en este caso, nuestro dedo pulgar izquierdo, ya que en Sudáfrica se conduce del lado derecho del vehículo. A nuestro anfitrión se le encendió la lamparita y se acordó de que una de sus amigas viajaba cada mañana hasta la escuela de su hijo muy cerca de Franschhoek.
– ¿Cada mañana? Son casi 2 horas de viaje, le preguntamos algo sorprendidos.
– Sí, nos respondió. El colegio es muy bueno y para ella vale la pena el esfuerzo. Sale cada día de la semana a las 5 de la mañana. Si le pregunto seguramente los puede llevar.
Y así fue. A la mañana siguiente, luego de un buen madrugón, estábamos en el auto de Linda junto a Sam, su hijo que se caía de sueño.
Llegamos tan temprano al pueblo de los vinos que no había prácticamente nada abierto. Nos sentamos en una pequeña plaza simplemente a esperar que arranque el día. Estaba todo tan tranquilo que ni queríamos ir a buscar dónde alojarnos. Ya habría tiempo más tarde para eso. Nos llamó la atención que además de la bandera sudafricana aparecía de vez en cuando la bandera francesa. Habíamos leído que Franschhoek significa “esquina francesa” en holandés, y esto se debía a la historia de cómo fue colonizada esa parte del país. Luego veríamos que la gran mayoría de las bodegas y viñedos también tenían nombre francés. Además, el pueblo guarda la impronta original de la arquitectura de los primeros colonos, gracias a una serie de restricciones que rigen en Franschhoek y que favorecen a mantener el patrimonio histórico del lugar.
Muertos de hambre, recalamos para desayunar en unos de los primeros bares que abrió, de entre los múltiples bares que abundan en el pueblo. Es que en los últimos años, Franschhoek, ha pasado de ser un tranquilo pueblo vacacional a un gran centro vacacional para los sudafricanos, y la oferta de bares, restaurantes y hospedajes creció a la par de la demanda. Con la panza llena, no fue difícil encontrar dónde alojarnos. Nuestro presupuesto no nos permitía grandes lujos, pero como dije antes, la oferta es tan amplia que no fue para nada complicado encontrar un alojamiento no muy caro.
A caminar se ha dicho. O a tomar el tren. Sobre las viejas vías férreas donde ya no transita ningún tren de carga, se ha montado un tranvía turístico llamado “Tranvía del Vino de Franschhoek” (Franschhoek Wine Tram), para que los visitantes puedan recorrer los viñedos de la zona. Por R200 (U$12 aprox.) cada adulto o R85 (U$5 aprox.) los chicos desde los 2 a los 17 años, se puede elegir entre cualquiera de los 4 circuitos que ofrece el servicio. Cada uno de ellos se identifica con un color (azul, verde, rojo o amarillo) y todos comienzan en el mismo lugar y en el recorrido abarca diferentes bodegas y viñedos. Para los amantes del vino es una experiencia de lo más atractiva.
No es indispensable tomar el tranvía para recorrer bodegas y degustar vinos. Caminando también es posible. Desde la calle principal, tanto hacia el enorme Hugonote Memorial Museum, como hacia la dirección opuesta es posible encontrar a ambos lados del camino las plantaciones de uva tan características de los viñedos. Se puede ingresar a cada bodega y preguntar por los horarios de visita y luego a disfrutar.
El memorial Hugonotes es el monumento a los primeros colonos. El valor de la entrada para visitarlo es muy económico y dentro se puede aprender un poco de la historia de aquellos primeros refugiados franceses que fueron recibidos en 1688 por el gobierno holandés.
Franschhoek invita a eso: a caminar o andar en bicicleta en medio de un valle hermoso, degustar buenos vinos y una excelente gastronomía. Franschhoek en holandés significa “esquina francesa”, pero para nosotros significa “tranquilidad”.
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