Revista Comunicación
Que seríamos sin Europa...
Aleksandr, no quiero hablar del pasado. Hablemos sólo del presente.
¡Qué rostros! ¡Qué almas! Ángeles. Muchachos. Crueles como pueden serlo. Sobre todo cuando los padres duermen. Es así como empezó el siglo XX. Y nuestros padres se durmieron.
Libertad, igualdad, fraternidad.
No deberías haber aceptado los containers del Museo. Zarandear el arte sobre el océano es inhumano.
La fuerza del mar y de la historia son así: sin razón ni piedad.
¿Qué me importa de este océano? Que viva su vida y nosotros la nuestra. ¿Y de qué nos sirve conocer esta fuerza? Tenemos nuestras ciudades, nuestro cielo y nuestros cómodos departamentos.
Un pueblo está rodeado por el océano. Un ser humano tiene un océano en sí mismo.
También la más feliz de las ciudades no está a salvo de un desastre.
El Louvre... ¿no será que este museo vale más que toda Francia? ¿Quién querría una Francia sin Louvre? ¿O una Rusia sin Hermitage? ¿Que seríamos nosotros sin el Museo?
A menudo nos parece que los museos se apropian de lo que los rodea mientras no sean perjudicados. Pero también pueden custodiar los peores secretos del poder o de las personas.
La primera vez que visité el Louvre quedé atrapado por esas caras. Es el pueblo. El pueblo. Las personas tal como querría verles. Los entiendo.
Pertenecen a su época pero los reconozco ¿Por qué? Franceses. Un pueblo europeo. Me pregunto qué habría sido de la cultura europea sin el arte del retrato. Tal vez porque los europeos han sentido la necesidad de dibujar las personas y los rostros. Porque esta búsqueda tan querida de los europeos queda inexplorada por otros (como, por ejemplo, los musulmanes). ¿Quién habría sido si no hubiera podido ver los ojos de los que vivieron antes de mí?
En Europa, en todo lugar es Europa. Nos hemos sentado a la misma mesa. Bebemos de la misma copa.
El armisticio entre Alemania y Francia ha sido firmado. Pero… ¿qué hará el vencedor cuando sea el señor del centro de la cultura mundial?
-¿Habla alemán?
-No. Yo soy muy francés.
Un aristócrata alemán y un republicano francés.
¿Qué es el Louvre en el momento en que Francia ha perdido la guerra, cuando el ocupante pasea por París y la gente parece resignada?
Embajador de Francia en España, héroe de la Gran Guerra, el mariscal Pétain ha aceptado dirigir el gobierno en destierro. Pero tiene 84 años.
Es un hombre del siglo XIX, nacido bajo el gobierno del emperador Napoleón III. Su familia veneró a Bonaparte. Y esto pasó: el mariscal de Francia, héroe de la Gran Guerra, toma partido contra la resistencia al agresor. Y esto pasó: un mariscal de Francia despidió a su ejército, llamó a los ciudadanos a no resistir, anunció el principio de una “nueva” revolución. Y la construcción de un “nuevo” país. Estos franceses, sólo preocupados del lejano bolchevismo ruso, no han visto del nazismo lo que pretende. Pétain, de orígenes modestos, cerrado y frío, está convencido de que es posible y necesario colaborar con Hitler. Y que sea la salvación de Francia.
Y he aquí que reaparece en el mercado una mercancía olvidada. ¿Adivina cuál? Esta mercancía puede costar cara. O no costar nada. Pero en todo caso, el comprador va a decidir el precio. ¿Adivina? ¿No? Piensen. Veo que no han adivinado. La paz. Sencillamente. La tranquilidad. La paz se puede comprar siempre.
En Francia, la guerra calla. Los soldados franceses regresan a casa. París... París... centenares de bibliotecas y museos, teatros, galerías, universidad, ciencias. Artesanos, obreros, ingenieros. Prensa, costumbres y prácticas democráticas. ¿Quién estaría listo a renunciar a los principios de las convicciones políticas o de los hábitos y a echar en guerra la Francia entera y París.
Los toros alados. Terribles e ingenuos como en los cuentos. El miedo del poder. El miedo frente al poder.
La mano está más viva que el espíritu. Crea la forma antes del pensamiento.
Claro que fui yo quien trajo todo esto aquí. ¿Por qué habría hecho la guerra? Por el arte.
¿Tuvieron los museos el presentimiento de la guerra? Nadie dudó de la inminencia de la guerra. Hemos hecho sencillamente nuestro trabajo. Un museo tiene que ser preparado para la guerra.
Soy un funcionario de la administración francesa cuyo propio gobierno se alía con el enemigo. ¿Entiendo por qué trabajo para este gobierno?
Ciertamente, hubo aquí un tiempo en que no hubo nada. Salvo poblaciones venidas a refugiarse al amparo de los ataques vikingos. En el siglo XII, se construyó un castillo fortificado. Algunos pueblos se establecieron alrededor. Fue el inicio. Que extraño, que sorprendente. Agrupados en este pedazo de tierra de un kilómetro cuadrado o algo más, reyes y arquitectos franceses transformarán este lugar, construirán y reconstruirán, pasando ese testimonio de generación en generación. Castillos, palacios. Palacios, castillos. Un museo. Indiferentes a las evolución y a los caprichos de la naturaleza. Hasta que un día se oye decir: “Nuestro Louvre está en pie”.
El Estado ya ha entendido qué necesita un museo para existir.
Soy yo.
La Gran Galería asombra por su profundidad. Es aquí que el Louvre comienza a ser un museo. Más que un recorrido: la gran calle europea del arte.
Francia. Qué suerte que tu prima Alemania te haya reconocido el derecho a existir. ¿Qué destino esperaba a los que fueron excluidos del género humano?
¿De qué otra cosa habla el Louvre si no de hombres que sufren, quieren, matan, mienten y lloran?
París es ocupada pero todo está bien. El Louvre está abierto. Reina la paz.
Los intereses del patrimonio estaban realmente en contra de la ideología totalitaria. Peligroso encuentro.
Señor Conde. Señor Conde. ¿Reenviará las colecciones al Louvre? ¿No? Mejor así.
Metternich invoca el procedimiento burocrático para posponer año tras año la ejecución de la orden.
Las razones de Estado raramente coinciden con las razones del arte. La ocupación. Un fuerte y un débil. ¿Qué hacemos? Unirse el uno al otro conservando la propia cultura… ¿para formar al final un Estado común? ¿La unión “franco-germana”? ¿O “germana-francesa”? Por lo menos, no se hará más la guerra. Porque hay un sólo enemigo: la Rusia bolchevique.
Señor Jaujard, usted está siempre tenso. ¿Es mi uniforme lo que le disgusta?
¿Y el Louvre?