Revista Comunicación
No conocí a Japón cuando era un país de luz. Pero nunca imaginé que era tan oscuro como lo es ahora.
Sí. Pero, Padre… ¿cómo abandonamos a un hombre que nutrió nuestra fe? Si él se enfrenta al mundo por nosotros.
No tenemos otra opción que salvar su alma.
Los espera una gran prueba. Desde que pisen ese país, entran en grave peligro. Serán ustedes los últimos sacerdotes en ir. Un ejército de dos.
¡No soy cristiano! ¡Cristianos muertos! Murieron en Nagasaki.
-No puede ser cristiano.
-Dice que no lo es, ¿crees algo de lo que dice?
-Ni siquiera quiero creer que es japonés.
El negro suelo de Japón está lleno con los cuerpos de tantos cristianos.
-Le hemos confiado nuestras vidas a ese hombre.
-Jesús ha confiado más.
-¿Dios aún nos ve?
-Sí, sí.
-¿Aunque no tengamos sacerdotes hasta ahora?
¿Es sólo aquí que hay tanta fe o en otras villas también?
Todo el mundo teme al Inquisidor Inoue-Sama. Si informas de un cristiano, te dan cien piezas de plata. Doscientos por un hermano cristiano y por un sacerdote trescientos.
Deben ir a las otras villas. Deben hacerles saber que los sacerdotes están aquí otra vez.
-¿No comes?
-Son ustedes quienes nos alimentan.
Largos años en secreto, habían convertido sus caras en máscaras. ¿Por qué tenían que sufrir tanto? ¿Por qué Dios los hizo soportar tanta carga?
Escuchábamos sus confesiones toda la noche. Aunque a veces no estábamos seguros de lo que confesaban.
-Estoy avergonzado por mi frustración.
-El niño está a salvo en la gracia de Dios. Y eso es lo que importa. Y eres un mal jesuita.
Esta gente está tan asustada. Es miedo por todas partes... y piojos.
La Gente extraña nuestra fe. Los necesitan. No hay misa, ni confesión. Sólo podemos rezar.
Sus vidas aquí eran tan duras. Viven como bestias, mueren como bestias. Pero Dios no murió para seres buenos y hermosos. Eso es fácil. Lo difícil es morir por los miserables y corruptos.
Estaban desesperados por señales tangibles de fe. Así que les di lo que pude. Me preocupaba que valoraban a estas pobres señales de fe más que la propia fe. ¿Pero cómo podía negarlas?
Y finalmente... tuve que partir mi rosario.
-No tomaste el rosario.
-No lo merezco.
-¿Por qué? ¿Por qué negaste a Dios?
-Sí. Pero sólo para vivir.
Toda mi familia. El inquisidor quería que renunciáramos a nuestra fe. Pisar a Jesús con mi pie. Sólo una vez. Sólo ésa. Pero ellos no lo hicieron. Yo sí. Pero no pude abandonarlos. Aunque hubiese abandonado a Dios. Así que los vi morir. A donde quiera que voy, veo el fuego y huelo la carne. Cuando te vi a ti y al Padre Garupe por primera vez, empecé a creer que Dios tal vez me aceptara de vuelta. Porque en mis sueños, el fuego ya no era tan brillante.
-¡Vinieron a impartir las enseñanzas de Dios! No podemos entregarlos a las torturas de Inoue-Sama después de todo lo que han hecho por nosotros.
-¡Nos han puesto a todos en peligro! ¡No estaríamos en este problema si los Padres no hubiesen aparecido!
Ahora debemos escoger a dos más para que se nos unan. Yo, Mokichi y dos rehenes más. ¿Quiénes se unirán a mí y a Mokichi y se convertirán en rehenes en honor de Dios?
-Padre… ¿si estamos a punto de renunciar, qué hacemos?
-Debes rezar por coraje, Mokichi.
-Pero si no hacemos lo que quieren, habrá peligro para todos en la villa. Pueden ponernos en prisión. Llevárselos para siempre. ¿Qué debemos hacer?
-Miente. Miente. Está bien que mientas.
Tu fe me da fuerza, Mokichi. Desearía poderte dar tanto.
Mi amor por Dios es fuerte. ¿Mantendrá mi fe?
Padre Valignano, confieso que he comenzado a preguntarme: ¿Dios nos enviará sufrimientos para probarnos y todo lo que él hace es bueno? Y rezo para padecer sus sufrimientos como su hijo. Pero… ¿ por qué los sufrimientos deben ser tan terribles? ¿Y por qué, cuando busco en mi propio corazón, las respuestas que les doy me parecen tan débiles?
Les dieron sake. Como los soldados romanos le ofrecen vinagre al Cristo moribundo. Recé porque recordarán a Nuestro Señor sufriendo. Y encontrarán valor y consuelo.
El cuerpo de Mokichichi estaba tan saturado de agua, que las llamas se volvieron humo antes de quemarse completamente.
Padre Valignano, usted diría que sus muertes no fueron en vano. Que seguramente Dios escuchó sus oraciones mientras morían. Pero… ¿habrá escuchado sus gritos? ¿Cómo puedo explicar su silencio a estas personas, que han soportado tanto?
Imagino a tu hijo clavado en la cruz. Mi boca saborea el vinagre.
Soy sólo un extranjero que trajo el desastre. Eso es lo que ellos piensan de mí ahora. Sueño con encontrar las respuestas. ¿Qué pasó con todas las maravillosas posibilidades que encontró aquí? ¿Qué he hecho con Cristo? ¿Qué estoy haciendo por Cristo? ¿Qué haré por Cristo? Me siento tan tentado, tan tentado a perder las esperanzas. Estoy asustado. El silencio de tu espera es terrible. Rezo. Pero estoy perdido. ¿O es que sólo estoy rezando por nada? Nada. ¡Porque no estás allá! Rezo por tu perdón.
Si Garupe y yo morimos, la Iglesia Japonesa muere con nosotros.
¿Cuál es el precio de un hombre débil, en un mundo como éste?
¡Padre! ¡Perdóneme!
¿Por qué me están mirando así? ¿Por qué están tan tranquilos? ¡Todos vamos a... morir!
-Padre, quiero saber, ¿si morimos, vamos al Paraíso?
-Al Paraíso. Sí. Es así.
-Entonces sería bueno morir... el Paraíso es mejor que este lugar.
Sólo hagan un pequeño esfuerzo para entender nuestro punto de vista. Nosotros no los odiamos. Ustedes trajeron el odio.
Aprendimos de nuestros errores. Matar al sacerdote y a los campesinos, fue peor. ¡Decían que morir por su Dios, sólo los haría más fuertes!
¡El precio por tu gloria es su sufrimiento!
Padre, sólo un cristiano vería a Buda como un simple hombre. Nuestro Buda es un ser en el que los hombres se pueden convertir. Algo más grande que ellos mismos. Si pueden alcanzar esas ilusiones. Pero ustedes toman esas ilusiones y le llaman fe.
-¿Ferreira? ¿Lo conoció?
-Escuche de él.
-No tengo duda, conocido en todo Japón. El Sacerdote con nombre japonés y con una esposa japonesa.
-No te creo.
-Puede preguntarle a cualquiera. Las personas en Nagasaki lo señalaban y se burlaban.
Hombre arrogante como todos ellos. Lo que quiere decir que al final caerá.
Pensé que mi muerte sería mi salvación. Por favor, no dejes que sea mi vergüenza.
Jesús me enseñó a amar a todos. Y a no temer a aquellos que torturan a nuestros amigos hasta la muerte. Pero estoy enojado. No puedo amar...
La doctrina que traen ustedes puede ser verdadera en España y Portugal. Pero la hemos estudiado cuidadosamente, por eso hemos dedicado tanto tiempo. Y hemos encontrado que no tiene uso ni valor en Japón. Hemos llegado a la conclusión que es un peligro.
Observo que no trabaja con las manos, Padre. Todos conocemos el árbol, que florece en un tipo de tierra. Puede pudrirse y morir en otra. Es lo mismo con el árbol de la Cristianidad. Las hojas se pudren aquí.
-¿Quieren probar mi fe? ¡Denme un desafío real! ¡Tráiganme al Inquisidor! ¡Tráiganme a Enui Sama! ¿Por qué se ríen? No dije nada gracioso… ¿Por qué ríen?
-Porque, Padre... Porque soy el Creador de la Ley. ¡Soy el Inquisidor!
¿Por qué tuve que nacer ahora?
Aquí hay maldad. Siento su fuerza. También su belleza. Pero no hay nada de eso en este hombre. No merece ser llamado malvado.
-¡Padre, sus misioneros no parecen conocer Japón!
-¡Y usted, Honorable Inquisidor, no parece conocer la Cristianidad!
¡Su Dios castiga a Japón a través de usted!
A nuestro sacerdote no le gusta su sacerdote.
Padre Ferreira. Me estoy rindiendo.
-¡Ustedes usan la verdad como veneno!
-¡Qué cosa más curiosa para que lo diga un sacerdote!
¡Él es Sawan Ochuan ahora! Un hombre que ha encontrado la paz.
Él es un hombre práctico, Padre. No cruel.
-¡Nuestra región no se enraizará en este país!
-Porque las raíces están hechas pedazos.
-¡No! Porque este país es un pantano! ¡Nada crece aquí! ¡Las plantas no prosperan y las raíces se pudren!
Los japoneses sólo creen en su distorsión de nuestro Evangelio. Por lo tanto, no creen en lo absoluto. ¡Nunca creyeron!
Los japoneses no pueden pensar en una existencia más allá de la natural. ¡Para ellos, nada trasciende!
-¡Ellos rezan en el nombre de Dios!
-¡Es para un Dios, que no eres tú!
-¡Vi hombres morir!
-¡Yo también los vi!
-¡Por Dios! ¡En el fuego! ¡Por su fe!
-Esos hombres puede que no hayan muerto por el fuego eterno… ¡pero no fue por la fe cristiana!
-¡Los vi morir! ¡Los vi morir! ¡No murieron por nada! No lo hicieron.
-¡Murieron por ti, Rodríguez!
Hay un dicho aquí: “las montañas y los ríos pueden ser movidos; pero no puedes cambiar la naturaleza del hombre”. Es muy sabio, como muchas cosas aquí. Encontramos una religión en la naturaleza, aquí en Japón, Rodríguez. Quizás eso signifique encontrar a Dios.
¿Qué harías por ellos? ¿Rezar? ¿Y que recibes a cambio? Sólo más sufrimiento.
¡Vamos! ¡Reza! ¡Pero reza con tus ojos abiertos!
Puedes ayudarlos. Ellos claman por ayuda como tú clamas por Dios. Estás en silencio. Pero no tienes que estarlo.
Si Cristo estuviera aquí, habría actuado. ¡Se habría hecho apóstata por su salvación!
¡Muéstrale a Dios, que lo amas! ¡Salva las vidas de las personas que él ama!
Entiendo tu dolor. Nací en este mundo para compartir el dolor de los hombres. Llevo la cruz por tu dolor. Tu vida está conmigo ahora. Pisa.
Fuimos enseñados a amar a aquellos que nos desprecian. No siento nada por ellos. Sólo el Señor puede juzgar a tu corazón.
La religión cristiana que ustedes trajeron, se ha convertido en una cosa extraña. Ha cambiado. No fuiste derrotado por mí. Fuiste derrotado por este pantano que es Japón.
Señor, luché contra su silencio. He sufrido a tu lado. Nunca estuve callado. Lo sé. Pero incluso, si Dios hubiese estado en silencio mi vida entera, hasta el día de hoy, todo lo que sé, todo lo que he hecho, habla de él. Fue en el silencio donde escuché tu voz.
El último sacerdote nunca reconoció al Dios cristiano, no por palabra o por símbolo. Nunca habló de él. Y nunca rezó. Ni siquiera cuando murió.
El negocio de su fe había finalmente terminado.
El hombre que una vez fue Rodríguez, terminó como ellos quisieron. Y como si lo vieran por primera vez. Perdido para Dios. Pero después de eso, de hecho sólo Dios puede responder.