
"Hay algo tremendamente desconcertante en lo de ver a tus padres disgustados. Supongo que es porque se supone que ellos tienen que ser los fuertes, pero no es sólo eso. Las personas, cuando son niños, usan a sus padres como una especie de rasero para saber lo grave que es una situación determinada. Cuando te caes al suelo, te das un buen golpe y no sabes si te duele o no, miras a tus padres. Si los ves preocupados y corren hacia ti, lloras. Si ríen y patean el suelo diciendo: «suelo malo», te pones de pie enseguida como si tal cosa. Cuando descubres que estás embarazada y estás tan aturdida que no sabes lo que sientes, observas sus reacciones. Cuando tanto tu padre como tu madre te abrazan y te dicen que todo irá bien y que cuentas con su apoyo, sabes que no es el fin del mundo."
"La vida está hecha de tiempo. Los días se miden en horas, los salarios se miden en función de esas horas, nuestros conocimientos se miden en años. Robamos unos minutos a nuestras jornadas para tomar un café. Volvemos corriendo a nuestros puestos, miramos el reloj, vivimos de cita en cita. Y, sin embargo, el tiempo termina agotándose y en el fondo de tu alma te preguntas si esos segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años y décadas se están empleando de la mejor manera posible."
Para los hijos, los padres son un faro. Ellos son adultos que lo saben todo, desde resolver problemas de matemáticas a cuando hay que ir al dentista, pasando por preparar tartas, construir casitas para pájaros y arreglar cualquier bombilla o aparato electrónico que no funcione. Si te dicen que este vestido es muy bonito, te lo crees. Si te dicen que estudiar alemán te va a servir para el futuro, te lo crees. Si te dicen que con una carrera universitaria podrás tener el trabajo que quieres, te lo crees. Si te dice que las verduras está muy buenas, no te lo crees, porque claramente tienen que estar siendo sarcásticos. Ellos son la Ley (aunque los hijos a veces decidan saltársela, saben que está ahí), tienen claro qué está bien y qué está mal, y pueden solucionar cualquier problema. Hasta que creces y poco a poco te das cuenta de que son mortales y falibles, que en realidad no lo saben todo, que solo van tirando. Entonces, pasan de ser un faro a una brújula: te orientan, pero tú decides tu propio camino.
A mí me costó mucho dejar de ir a ciegas hacia el faro, hacia la dirección que mis padres querían que tomara. Desde que conocí a G, no solo me cuestiono más el mundo, sino que tengo el valor de nadar a contracorriente. A veces las cosas no son tan complicadas como mi padre dice que son. A veces el mundo no es tan negro como lo ve mi madre. Siempre lo consulto con ellos cuando me veo en un apuro y escucho con atención sus argumentos, pero la decisión termina siendo mía. Lo importante es que estarán de mi parte decida lo que decida (excepto cuando decidimos ponerle sal a la cal antes de pintar).
La primera cita me gusta, porque me hace sentir nostalgia de cuando creía que todo se iba a solucionar solo porque tenía el apoyo de mis padres y porque ellos decían que todo iba a ir bien. Es muy gratificante tener su beneplácito e, incluso ahora, cuando lo tengo, me hace sentir que estoy tomando la decisión correcta. Pero hay que tener en cuenta que no siempre tienen razón. La protagonista de Donde termina el arco iris se queda embarazada con 17 años. A esa edad, los padres siguen siendo un faro. Tengo diez años más que la protagonista de la novela, pero tampoco busco quedarme embarazada. Si me pasara, entraría en pánico, y lo primero que haría (lo segundo, en realidad, lo primero sería avisar a G) sería ver cómo reaccionan mis padres, para calibrar la gravedad del asunto. Eso sí, pasado el shock inicial, tomaría mi propia decisión al respecto.
En cuanto a la segunda cita, a medida que he ido creciendo me he dado cuenta de que lo más valioso que tenemos es el tiempo. Ahora me doy cuenta de que siempre he dedicado a los estudios más tiempo del que merecían. Que nunca he dedicado el suficiente a conocer a otras personas con gustos afines. Gran parte de mi vida se ha desvanecido detrás de los libros, en historias que, en su mayoría, no recuerdo. Horas y horas en las que podría estar teniendo experiencias "reales", en lugar de desconectar en la ficción. Pero no me arrepiento de nada de todo esto, porque estoy feliz con la vida que tengo y si no hubiera dedicado todo ese tiempo a leer o a estudiar no sería como soy ahora.
El libro, por supuesto, os lo recomiendo, y eso que es de romántica. Es un friends to lovers precioso que se cuece a fuego muy lento: la historia se desarrolla a lo largo de varias décadas. Además, es una historia que está contada de forma curiosa, ya que es una recopilación cronológica de todas las cartas, notas, correos, mensajes instantáneos y SMS, que se intercambian Rosie y Álex a lo largo de su vida. Me gustó especialmente por lo realistas que son los obstáculos con lo que se topan y por la buena dinámica entre ellos. Eso sí, el final es algo precipitado si tenemos en cuenta lo despacio que avanza la historia.
Y eso es todo por hoy, ahora es vuestro turno. ¿Os arrepentís de haber dedicado demasiado tiempo a algo? Y por el contrario, ¿hay algo a lo que os hubiera gustado dedicarle más tiempo? ¿En qué momento os disteis cuenta de que vuestros padres no lo sabían todo? ¿Valoráis su experiencia en la vida? ¿Qué decisión acertada habéis tomado en contra de su voluntad?
