Revista Espiritualidad
Que a veces lo pienso. Un dojo me han dicho que no es una fraternidad pero me parece que tal vez sí debería serlo. Y como me lo parece, lo digo: tal vez debería ser como una familia que se asiste y ayuda en esos momentos malos que a todos nos tocan de vez en cuando. Y que pone queso, aceitunas, pasteles y vino en la mesa para celebrar los buenos triunfos sobre lo que sea que cada uno se traiga entre las manos.
Además pero siguiendo con algo parecido........
............sé qué pasa con los monjes católicos viejitos; sé dónde les llevan y cómo y quién les cuida en sus tiempos finales. Pero no sé qué pasa con los monjes zen viejitos. Por lo que sé, en Japón están en su Monasterio tranquilamente haciendo sus cosas de zazen, jardín, huerto, dormir y todo lo demás como todo el mundo, pero aquí, que nos ha dado por ser monjes sin Templo y con poca cobertura, el asunto se nos pone más cuesta arriba y pienso yo que, teniendo en cuenta la edad media de los que practicamos, dentro de no mucho-mucho nos vamos a encontrar con que a lo mejor nos vendría bien tener una república independiente de zazeneros donde ir deslizándonos despacito hacia la muerte acunados por el aroma de un buen incienso siguiendo esa nube sutil y pequeña que tiene por costumbre producir hasta desvanecernos.
Pero juntos
Sé que no me explico bien (aunque generalmente me siento bien entendida) y que esto contradice mucho de lo que he dicho y digo otras veces pero es porque, en mi descargo, tengo que aclarar con Walt Whitman que si me contradigo es porque (como todos) contengo multitudes.