Más de un tercio de la comida que se produce en el mundo acaba en el cubo de basura. No es una afirmación gratuita, es la conclusión a la que llega el activista e investigador británico Tristram Stuart en su libro Despilfarro, el escándalo global de la comida y que he descubierto con estupor estos días, pese a que la obra es del año pasado.
El dato me parece tan descarnado, tan pavoroso, tan escandaloso que lo siento en ese lugar en el que uno siente las emociones profundas, en la boca del estómago, ese estómago que no consiguen llenar millones de personas diariamente porque otros tantos desperdician esa comida que tanta falta hace.
Stuart pone como ejemplo el 58% de comida de más (de más porque con el 42% restante se cubren las necesidades nutricionales de la población) que tienen los supermercados españoles en sus estanterías, un excedente que se tira en la mayoría de los casos. Ofrece el investigador otro datos significativo: con lo que tira al día un gran establecimiento podrían comer 100 personas. A esto se suma el impacto medioambiental que tiene producir esta comida que luego acaba desperdiciándose.
El activista, para demostrar lo que afirma, practica el ‘freeganismo’ (del término anglosajón free, gratis) y se alimenta de lo que tiran los supermercados en Reino Unido, país en el que reside. El 18 de noviembre pasado alimentó gratuitamente a 5.000 personas con platos preparados con productos desechados. Cuando media humanidad tira comida a la basura mientras la otra media pasa hambre es que, o hemos tocado fondo, o nos falta el canto de un euro.