Decían que España es un país de toreros, pintores y ciclistas, pero es más bien patria de Jesulinos (así con la “o” supongo que es como decir de Jesulines y Jesulinas), pintamonas y coches escobas. Y no diré que tontos y listos hay en todas partes, pero aquí sobran muchos de los primeros, los que gritan que hay que volver a las urnas, como si ello garantizase cualquier cambio político, lo que demuestran que olvidan que ya sucedió algo similar no hace muchos años y de nada sirvió, por ejemplo, y bastantes de los segundos, como los señores del dinero que han recibido un toque del Tribunal Supremo por abusones, algo que ha costado semanas dilucidar y era tan sencillo como preguntar en un aula de aprendices de economistas o en una barriada de mileuristas. Y sin entrar a juzgar como la flor y nata del cinema nacional no dice ni pío de la crisis, que con la que montaron con la guerra de Bushito, un detalle con el pueblo llano no hubiese estado de más, algo del tipo ¡se sienten a negociar, leñe!, ni tampoco a los que ayer dieron palos a un esquiador apodado Juanito y hoy callan ante las explicaciones de un atleta llamado Paquillo, Paquillo Fernandez. Paradoja que el mismo nombre que el de aquel laureado en Sapporo al que le faltó tiempo para arremeter contra su nacionalizado colega: Paquito'72 vs. Juanito'02.
Y hablando de listezas y torpezas, conozco a un tipo mayor, de esos que los años y las canas le permiten decir lo que le viene en gana, que dice que en este país no cabemos más porque está lleno de tontos. La primera vez que se lo escuché, callé. Lo juzgué ocurrente, pero faltón y prepotente, amén de xenófobo. Cuando en la misma sobremesa volvió a recurrir a la dichosa sentencia, se ve que estaba orgulloso de su atribuida paternidad lingüística, le dije que lo que sobraban eran listos. Me dijo que también. No sabía sí hacer las maletas y salir corriendo, pero tampoco en cuál de los dos grupos ingresaría con mi marcha. A continuación, unos muebles que teníamos que recibir con urgencia y esperábamos mientras seguíamos intentando arreglar el mundo, cada uno a su manera, llegaron. pero no en su conjunto, lo que imposibilitaba su uso. Una parte de ellos habían quedado arrinconados en el almacén no por olvido sino por pura organización, dijo el muy consciente transportista, para terminar añadiendo que si no queríamos esperar al día siguiente, siempre podíamos ir a buscarlos con una furgoneta. Después de la discusión, y condenados a la espera, brindamos por el descubrimiento: tonto y listo eran sinónimos. No sabía si cortarme las venas o dejármelas largas.
Hace unos días, año y medio después del suceso del mobiliario, un joven de buenas maneras y estudios técnicos me hablaba de España, de cómo acogemos a los extranjeros, de la falta de trabajo, de la ineptitud política. Le interrumpí para decirle que pidiese el pasaporte chino. Sonrió, pero calló, supongo que por respeto. Lo que no sé es si ya estoy en la edad de decir sin miramientos. El espejo me dice que camino llevo. Los recuerdos, que no soy muy distinto a como me parieron. La maleta... bien, gracias: en el armario.
