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Fresa y Chocolate en el Baralt

Publicado el 11 julio 2014 por Blog De Golcar Golcar Rojas @golcar1

Fresa y Chocolate en el Baralt

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Recuerdo con claridad la sensación de nudo en la garganta y ojos aguados con que salí hace 20 años del cine luego de ver Fresa y Chocolate. Fue en el cine Viaducto en Mérida, creo que ya no existen esas salas de cine, al menos no como tales.

Había pasado tan poco tiempo de mi viaje al Festival de Cine de La Habana que la película pegó duro al recordar esos días de tristeza por las calles habaneras, las conversaciones con amigos tan parecidos en sus discursos a los personajes de la película, tan apesadumbrados y siempre pensando en la posibilidad de poder largarse de un país que no tenía más que miseria, represión y miedo para ofrecer.

Las lágrimas de entonces eran por una realidad lejana y ajena, que nos golpeaba en cuanto a seres humanos que sentíamos que no había derecho a que por el gusto al poder de unos pocos se sometiera a todo un pueblo. Era algo que veíamos en una pantalla de cine, leíamos en un libro o, como mucho, vivíamos por ocho o quince días de un viaje turístico a la Cuba.

La noche del 9 de julio, en el Teatro Baralt, una vez más la historia de David y Diego me removió el alma. El nudo en la garganta y los lagrimones tomaron cuerpo nuevamente al pasear por la relación de esos dos amigos, y una punzada en la boca del estómago me impidió más tarde conciliar el sueño.

Solo que la tristeza de hoy no fue como la de hace 20, por una realidad lejana. Los lagrimones en el Baralt eran por mí y no por unos amigos dejados en una miserable isla caribeña. Lo que veía en escena gracias al Grupo Actora 80 no era la realidad cubana, era mi cotidianidad.

Héctor Manrique nos ofreció una puesta en escena limpia, sencilla y correcta. No sé si fue su intención pero la puesta logró trasladarme al teatro cubano. El estilo de la propuesta de Manrique con su versión de “Fresa y chocolate” se me pareció mucho al de obras teatrales que en varias oportunidades pude apreciar de agrupaciones de la isla. La música en la versión teatral de Manrique es realmente buena y apoya atinadamente los momentos claves de la pieza, acentuando la emotividad y la acción. El vestuario está a la altura y ayuda a configurar muy bien la personalidad de cada uno de los personajes. La iluminación está bien diseñada para contribuir con el clima de las diferentes escenas de la obra.

El texto, por supuesto, no tiene desperdicio y en escena logra llevar al espectador de la mano por las diversas emociones y momentos de los personajes consiguiendo dibujar ese complejo mundo de sentimientos y emociones que configuran los dos personajes principales tan opuestos entre ellos.

Molesta un poco en la propuesta de Manrique lo estereotipado de los tres personajes en escena. Por momentos parecen demasiado caricaturizados, los actores no parecen calzar para los matices y posibilidades que ofrecen los personajes imaginados por Senel Paz. Especialmente el personaje de Diego tiende a ser un “maricon” demasiado cliché, más cerca de la loca de programas cómicos que del sutil personaje creado por Senel Paz en su cuento “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”. Y la interpretación del comisario policial peca de sobreactuación a la vez de estereotipado.

Las actuaciones de los tres intérpretes tienden al estereotipo sin llegar a aprovechar los matices que como personajes tiene cada uno. Diego logra parecerse al personaje creado por Paz cuando arranca la escena de la despedida, ya casi al final de la pieza, cuando el personaje parece dar un vuelco y ser más el intelectual culto y gay que dibujara el autor del cuento que la loca suelta plumas que hemos visto a lo largo de la pieza.

Afortunadamente, el texto de la obra es tan bueno -por momentos un poco atropellado por los actores- y la puesta en escena y dirección están tan bien concebidas que las deficiencias actorales uno llega a obviarlas para disfrutar de una excelente pieza teatral.

El dolor de hace 20 años pensando en lo mal que lo pasaban los cubanos, recordando los amigos del teatro Mella al ver su realidad reflejada en la pantalla, hoy se volvió dolor en carne propia, gracias a la puesta en escena del Grupo Actoral 80 en el Teatro Baralt. Aquella historia de Diego que tiene que irse de la isla porque allí ya no tiene futuro, ahora, es la nuestra, la de nuestros jóvenes, la de un país en donde quienes no se han ido están planeando o anhelando irse. La historia de quienes piensan que más que partir por propia voluntad lo hacen porque sienten que el país los está echando. Que la patria se les agotó en una cola y en un futuro inseguro e incierto

Por último, por favor, señores productores, aunque sea una función a beneficio, como en el caso de esta representación de “Fresa y chocolate” en Maracaibo traída para recaudar fondos para el Cine Club Universitario, entreguen a la entrada un programa de mano, aunque sea en fotocopias. Mas cuando se trata de una entrada costosa que se paga con gusto para colaborar, pero que lo deja a uno con la sensación de que algo no está bien en una obra cuando ni programa de mano dan. Por eso, esta reseña queda sin los nombres de quienes intervinieron en la ficha artística y técnica y va solo con la foto del ticket de la entrada, como protesta porque me niego a tener que recurrir a Google para obtener la información que me debió ser dada en el programa de mano.

Por lo demás, una vez más hay que decirlo, ¡que viva el teatro!

Posted in Artes escénicas, Cine, Cuba, Diversidad sexual, Exilio, Teatro and tagged Fresa y chocolate, Grupo Actoral 80, Héctor Manrique, maracaibo, Reseña, Senel Paz, Teatro, Teatro Baralt

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