Cataluña es como una pareja. Una de las partes es la separatista. La otra, no, pero sufre la agresión a golpes de la separatista que, en su sadismo, se pega también a sí misma: la Cataluña independentista es sadomasoquista, y su conducta ya la había previsto Freud.
Piénsese que el territorio al que más exporta sus productos Cataluña es Aragón, por valor de 11.560 millones de euros anuales, cuando de Francia, su primer comprador extranjero sólo recibe 10.435 millones.
A Valencia, o Andalucía, o Madrid, le vende más que a Portugal, su segundo cliente internacional, y casi tanto como a Alemania e Italia.
Cualquiera de las dos Castillas o el País Vasco le compran más que el Reino Unido o Suiza. Y Cantabria le compra por valor de 1.592 millones, cuando EE.UU. lo hace por solamente 1.583.
Cataluña depende del resto de España para poder comer, y no al revés, pues tiene superávit con todas las demás Comunidades.
Por tanto, los separatistas saben que esas relaciones comerciales con el resto de España se dañarían irremisiblemente tras una independencia, lo que los llevaría a la pobreza, pero ellos insisten pegándole a su pareja, los no separatistas catalanes, e hiriendo e insultando quienes compran en su tienda.
Las relaciones políticas mantienen una gran relación con la sexualidad y sus diferentes expresiones, señaló Freud en 1908 en su trabajo “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”.
El padre del psicoanálisis trataba de explicar las leyendas de la horda primitiva, del padre totémico y su relación con el sufrimiento propio y el de la tribu.
Así que podemos ver a los separatistas como ese jefe tribal que se pega a sí mismo y a su pueblo, que goza con el dolor propio y con el ajeno, y que seguirá así buscando el orgasmo hasta que alguien lo pare. Pero hay que hacerlo sin darle el placer del dolor físico.
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SALAS