Las películas violentas, preferentemente situadas en el profundo sur estadounidense, con hombres muy hombres haciendo lo que hay que hacer suelen tener en un servidor a un entregado espectador. Frío en julio es la historia de como le cambia la vida a Richard (Michael C. Hall) cuando mata a un hombre que había entrado a robar a su casa. A partir de aquí, la presencia de los personajes interpretados por Don Johnson y Sam Shepard llevarán a Frío en julio por diferentes vueltas de tuercas al cine de venganzas y ajustes de cuentas.
Espero no sorprender a nadie diciendo que cualquier película protagonizada por el trío C. Hall, Shepard y Johnson ya tiene buena parte de su interés ganado. El primero encarna a un redneck de buen corazón que ve como su apacible vida da un vuelco por culpa de una fortuita bala. C. Hall demuestra ser nuevamente un excelente actor, como ya demostró al ser capaz de ponerse en la piel de personajes tan diferentes como Dexter y David Fisher de A dos metros bajo tierra. Por su parte, Sam Shepard da vida a un terco y cansado old man que solo quiere hacer las paces con su vida y rendir cuenta del legado que deja atrás; por último, Don Johnson se sirve de su contundente presencia para componer el personaje más plano del trío. El carisma que exudan los tres actores, con sus silencios y miradas como mejores armas, son ya motivos suficientes para atender a los acontecimientos de forma hipnótica.
La labor de Jim Mickle como director y guionista bebe claramente de cierto cine de acción de final de los 70 y principio de los 80, de hecho la película se ambienta en esta época, con nombres como Walter Hill y John Carpenter como principales referentes, es decir, un cine seco y rudo pero sin dejar de atender a un cierto sentido de la justicia y los sentimientos. Por desgracia, Mickle también hereda cierta función de la mujer como mero florero de todo lo que acontece: en este caso es la esposa de Richard, interpretada por Vinessa Shaw, la que pasa por la historia poniendo cara de mujer sufrida, sin nada más que hacer. Por ello, Frío en julio es más un pastiche de los códigos del cine de la época mencionada que una verdadera evolución de los mismos. Aun así, Mickle acierta en ir mutando por momentos la piel del relato que va pasando de la austeridad al preciosismo visual en un constante juego de apropiación y uso de referencias tan efectivo como poco original.
Tan irregular por la labor de Mickle como interesante por el carisma de sus tres protagonistas, Frío en julio nos trae al recuerdo un cine que un momento fue popular, como Límite: 48 horas y Asalto en la comisaría del distrito 13, lleno de palabrotas y violencia a palo seco, que ahora ha tomado el camino del cine indie. Algo es algo.