Frío en la Cama
Publicado el 22 diciembre 2010 por Jmbigas
@jmbigas
Los más viejos del pueblo de mi padre siempre decían que hay tres cosas de las que conviene huir todo lo que se pueda: el frío en la cama, las corrientes de aire y las piedras que se mueven al cruzar el río (passeres que és mouen).
Bolsas de agua caliente
(Fuente: primerahora)
A mi, personalmente, me gusta dormir en la cama lo más ligerito de ropa que puedo. Con mi volumen, cualquier pijama se me enrosca hasta casi estrangularme a la segunda vuelta que doy en la cama. Para mantener un nivel adecuado de comodidad térmica, lógicamente, hay que aderezarlo con una manta y una colcha y, a ser posible, una calefacción que no permita a la temperatura ambiente bajar de los veinte grados.Sin embargo, la primera sensación al meterse en la cama, y notar el contacto con las sábanas, es un estremecimiento porque siempre están frías, en un primer momento. Si están recién lavadas, incluso más. Los primeros momentos dentro hay que emplearlos en calentar un poco el habitáculo. Si se tiene una buena dosis de calor interno, el proceso no dura más de treinta segundos, hasta que el cubículo ya está templadito. Pero si se es de naturaleza más bien asténica, entonces puede que el frío no abandone el interior de la cama en toda la noche.Todas estas comodidades nos las ha dado el progreso, las calefacciones centrales y las viviendas convenientemente aisladas térmicamente. Pero eso no siempre ha sido así.En la masía donde nació mi padre, en el campo de Osona, en invierno siempre hacía frío. La casa era muy grande, las puertas y las ventanas no ajustaban ni medianamente bien, y siempre había corrientes de aire. Y como ella, la mayoría de pisos en las ciudades, hace cuarenta o cincuenta años, no disponían de una calefacción eficiente, y templar el entorno se delegaba habitualmente a algún tipo de estufa o brasero. Más de un accidente, incluso mortal, se ha debido a la combustión defectuosa de este tipo de dispositivos, o a la inexistente ventilación.
Calentador de cama en cobre
(Fuente: cobre-laton)
Para combatir el frío en la cama se contaba con varias mantas (las llamadas zamoranas siempre tuvieron fama de ser de las mejores) y con algún dispositivo de apoyo. En las viviendas de clase más alta, donde se contaba habitualmente con algún personal de servicio, se acostumbraba a utilizar lo que se llamaba calentador. Fabricado de cobre (o de algún otro metal), constaba de un mango largo y de un infiernillo con agujeritos. En el infiernillo se colocaban algunas brasas (de la chimenea o del hogar; del fuego siempre encendido en las casas de campo) y luego se pasaba el invento por la cama abierta, es decir, sobre las sábanas, para conseguir que estuvieran tibias, y reducir al mínimo los escalofríos del ocupante al meterse en ella.Esta manipulación limitaba la incomodidad inicial, ya que la cama no estaba absolutamente fría, sino algo más agradable. De todas formas, sin una calefacción que mantuviera la temperatura ambiente a un nivel razonable, levantarse en mitad de la noche para ir al servicio (comuna, o lo que fuera) constituía una experiencia en la que la voluntad se ponía a prueba. Salir de la cama (templadita y agradable) para enfrentarse a una temperatura ambiente a menudo por debajo de los diez (o hasta cinco) grados no era, desde luego, plato de gusto. Había que tener ropa de abrigo a los pies de la cama, para combatir estas sensaciones.En las viviendas más populares, y con un propósito semejante, se acostumbraban a utilizar las llamadas bolsas de agua caliente. Fabricadas normalmente de caucho, tenían una forma rectangular y, en su extremo, había un taponcito de rosca, por el que se introducía en su interior agua caliente. La bolsa ventruda y rellena se metía en la cama, con el objetivo de templar la temperatura de las sábanas, y hacer más agradable el sueño.Imagen de la nevada de 1962 en Barcelona
(Fuente: lagotafria)
A diferencia del calentador, la bolsa de agua caliente coexistía con el habitante de la cama. A menudo la bolsa la metía en la cama el propio interesado al meterse en la cama. De modo que la bolsa de agua caliente, de modo directo, daba un poco de calorcito a los pies, siempre la parte más fría del cuerpo.El problema es que, con el paso del tiempo, la bolsa se iba enfriando. En mitad de la noche, tocarla con los pies provocaba un sobresalto, y había que expulsarla a patadas de la cama. A la mañana siguiente se recogía de donde hubiera caído, se vaciaba, y se esperaba a la siguiente noche para repetir la operación.En Diciembre de 1962 (teniendo unos cinco años) yo pillé un sarampión de caballo, con grandes fiebres. Coincidió con la gran nevada de Barcelona, donde llegó a haber en muchas zonas de la ciudad hasta más de medio metro de altura de nieve, la gente se movía con esquíes por las calles, y las caídas fueron incontables. Yo tuve que verlo todo desde la ventana de mi habitación, ya que no podía salir a la calle, debido a la fiebre. Para mantener mi habitación a una temperatura razonable para un enfermo, recuerdo que mi padre compró una estufa eléctrica. El problema era que la potencia eléctrica que teníamos en mi casa no permitía mantener la estufa y las luces encendidas al mismo tiempo. Por ello, con la estufa encendida, había que sobrevivir en una suave penumbra, durante las largas horas de la noche invernal. Tengo presente esa imagen de penumbra, con mi madre al lado de la cama, la estufa encendida, y la bolsa de agua caliente en la cama, frecuentemente renovada.Portada (parcial) de La Vanguardia del 27 de
Diciembre de 1.962
(Fuente: Hemeroteca de La Vanguardia)
En algunos lugares se sigue utilizando la bolsa de agua caliente para mantener tibias las sábanas. Me contaba hace poco un amigo que en un lodge africano se encontró con una bolsa de agua caliente en la cama, al abrirla para verificar que no se había colado ningún bicho. Otro compañero de ese viaje no tuvo la precaución de abrir la cama antes de meterse, y lo hizo a las bravas. Sus pies notaron una superficie blanda y tibia en el interior de la cama, que lo mismo podía ser el vientre de un cocodrilo que el culo de un mandril o el lomo de una serpiente. Creo que el salto y el grito que lanzó todavía se recuerdan en la sabana de África.Las grandes mejoras en aislamiento térmico de las viviendas y las calefacciones centrales (con muchas variedades tecnológicas) han empujado a todos estos trastos al rincón del olvido. Con estas líneas he intentado, por lo menos, recuperar su recuerdo.JMBA