Hoy era un día señalado en el calendario; con una enorme X luminosa y chispeante señalando una frontera.
Hoy, cariño, has ido a tu pequeña escuela infantil, por última vez. Hoy ha sido tu… último día.
¿Y por qué será que me duele…? ¿Qué es esta congoja que noto? ¿Esta especie de run run en mi cabeza…? Quizás, imagino, son los golpes que me da la certeza de saber que hoy, eres un poco menos mi bebé, y un poco más mi niña. ¡Y digo “un poco“, por no decir “del todo“, ojocuidao! Hoy, dejas atrás uno de esos peldaños tan característicos de esa escalera que se llama CRECER. Que se llama HACERSE MAYOR.
Se me hace raro pensar en términos de “último” precisamente sobre un ser tan joven, tan pequeña como eres todavía… Al menos, a mis ojos. Y es que me siento raro. Porque adoro a mi bebé. Bien es cierto que ya hace mucho tiempo que no te considero un bebé, vale… Pero eso hoy me da igual; hoy vuelves a ser mi bebé, por un momento. Y mi bebé, definitivamente… se me va. Se escapa. Sale corriendo, para convertirse en otra cosa. Alguien mejor, más grande, más desarrollada, más inteligente, más hábil, más… de todo. Pero menos bebé. Nada bebé.
Y es que me has convertido, cariño mío. Me has llevado irremediablemente hacia la fe de tu religión: la religión de los bebés. Yo, que era un antibebé, ahora soy el fan número uno; el Ministro del Interior de la Iglesia del Bebé. Bebéfilo hasta las trancas, el tuétano y donde sea, si es que tal expresión existe.
Y la escuela infantil… pues era frontera. Una línea delimitadora de las que marcarán el hito completo que llegará a ser tu vida. Algo por donde empezar, y que alguna vez habría que superar, para continuar creciendo. Ha sido un segundo hogar. Así de claro. No abriré aquí debates de si escuelas infantiles sí o no (y menos yo, defensor de esta etapa primera del desarrollo infantil): nosotros te llevamos, te dejamos en sus manos, te quedaste al cuidado de estupendas profesionales y has sido tratada con mucho cariño y respeto durante estos años. Y mucho más que eso. Y eso a mí, me vale. Y mucho más que simplemente “me vale”… El caso es que entraste siendo un verdadero bebé, un bebé de verdad… y ahora, te vas.
Allí te han cuidado… Te han acompañado… Te han alimentado… Te han vestido… Te han enseñado un montón de cosas… Allí has hecho tus primeros amigos. Al igual que en casa, es allí donde has mostrado tus primeros enfados, tus primeras alegrías, manifestado tus primeras sorpresas…
Y todo eso se acaba hoy. Y no puedo evitar sentirme triste, yo, que fui y sigo siendo el rey del Pueblo-Que-No-Quiere-Crecer; un maldito Peter Pan venido a adulto muy a su pesar.
Yo, tu padre, estuve en una “guardería” hasta los seis años, para entrar directamente a lo que antes se llamaba 1º de EBG. Y tengo maravillosos recuerdos de mi paso por allí, parte fundamental de mi infancia y mi historia. (Bueno, no tantos, no me pasaré de listo, que la memoria no perdona…) Pero sí mantengo muchas sensaciones. Y una de las cosas que más me apena, es que con tus tres añitos todavía sin cumplir, todas estas vivencias las olvidarás, casi seguro. Tu mente adolescente y adulta (y más si sales a mí, con mi memoria de Dory…), no recordará por desgracia nada de esta maravillosa etapa: olvidarás seguramente a los que ahora son tus primeros amigos. A tus maestras; a los juguetes y materiales de los que te rodeas cada día… Los ruidos, los olores, las voces…
Pero muchas sensaciones, sí que permanecerán, seguro. Y aquí estaremos tus padres para recordártelas. Y ahí quedará también la estupenda labor pedagógica, educativa y vital de todas estas mujeres que se volcaron estos primeros años de tu corta vida para sembrar la semilla de la mujer en que tú te convertirás el día de mañana, mi pequeña lechona. Quedará para siempre, dentro de ti. Y eso es un tesoro de un valor que no puede medirse.
Hoy siento mucha pena, porque mi pequeña bebé cruza una frontera; se me va de las manos del todo, y me tengo que despedir definitivamente de ella. Y cuanto más lo pienso, más vértigo me da y más vueltas me da la cabeza. Hoy pasarás esta frontera invisible de forma alegre, inconsciente en realidad de este pequeño hito de tu corta vida acaba y lo que implica, y ya nada volverá a ser lo mismo.
Alegrarse y entristecerse a la vez es uno de esos raros privilegios de los que hoy admito estoy disfrutando a raudales. En el rostro… En cada poro de mi piel… Pero la realidad manda, mi pequeña lechona… Y el reloj, por mucho que a veces lo desee, no deja de correr. Y sin embargo, soy muy feliz, consciente de la maravillosa personita en que te has convertido; orgulloso hasta explotar de la personita que esta escuela ha contribuido a brotar. De mirar a la niña que ya ERES HOY.
Por eso hoy quiero, hoy me toca, agradecer desde aquí, y recordar para ti con cariño, para el futuro, con infinita gratitud y un alto nivel de humedad ambiente acumulada que amenaza con rebosar de la parte inferior de mis globos oculares, a este grupo de personas que hicieron de la primera infancia de mi hija, una infancia provechosa, alegre, útil, y por encima de todo, FELIZ. Por todo lo que habéis hecho por ella:
Gracias Sandra. Gracias Alba. Gracias Bea. Gracias Beatriz. Gracias Cristina. Gracias Mari Carmen. Gracias Mª Jesús. Ya sois parte eterna de nuestra familia. De todo corazón, GRACIAS.
Te quiero y te querré siempre. Pero ya es hora de decirte adiós, mi pequeña bebé.
PD: Este jueves, día 8, tenemos delante otra frontera entre manos, cariño. Otra, que te prometo será apasionante y maravillosa. ¡Y es que este no se para! Pero bueno, esa será, de nuevo… …otra historia. ¿Vamos a por ella…?