Probablemente los más jóvenes del lugar no recuerden que allá por principio de los 90 Disney se hizo dueña y señora del género musical. La abrumadora potencia del duo compositor que formaron Howard Ashman y Alan Menken (La Sirenita, La Bella y la Bestia, Aladdin) con sus canciones y los fichajes de grandes nombres como Elton John y Hans Zimmer (El Rey León) hicieron que hasta los Oscars separase en dos la categoría de Mejor Música en Drama y Comedia para que no fuese un premio cantado para Disney año tras año. Tras la muerte de Ashman, los intentos de contar con gente como Phil Collins (a quien se le ocurre) y la arrolladora aparición de Pixar, Disney se perdió en un marasmo de películas mediocres de las cuales pocas permanecen en el recuerdo. Frozen: el reino del hielo representa esa vuelta al cine musical y aunque el resultado sea correcto no estamos ante una maravilla perdurable.
Lo primero que debe tener un musical son buenas canciones. Esto que parece de cajón no queda muy claro al ver Frozen: el reino del hielo: ninguna de sus canciones es medianamente destacable, de forma que los momentos cantados quedan antinaturales y forzados debido a unas melodías pobres de solemnidad. De este modo, el intento por resucitar el género resulta a baldío. Es cierto que debe resultar complicado emular la maestría de Ashman y Menken y que está bien el intento, pero que la próxima vez se busquen a unos señores algo más talentosos.
Habiendo naufragado el intento de musical, nos queda la peripecia dramática y aquí Disney acierta de lleno. Todos tenemos claro que el papel de Princesa Disney no puede ser el mismo de hace 30 años: ahora se impone la fémina independiente, resolutiva y no atada al macho de turno, tal y como adelantaron tímidamente Ariel y Jasmine. Así en Frozen: el reino del hielo tenemos a dos hermanas como absolutas protagonistas que se tienen que enfrentar a todos sus problemas en la más absoluta soledad sin ninguna figura superior que le diga lo que debe hacer. No hay en ningún momento interés en mostrar a estos personajes como seres agradable, llegando en muchos momentos a ser antipáticos, con la idead de huir del estereotipo y mostrar algo de tridimensionalidad en los caracteres. Y tenemos el drama más grande que la vida con su pizca de crueldad tan del gusto disneyano.
Mencionar la excelsa pericia técnica de los artistas de Disney sería absurdo: es lo mínimo que se puede esperar de la gran productora de animación de todos los tiempos. No hay un detalle que se escape en el diseño de los paisajes, decorados y personajes de Frozen: el reino del hielo, lo que ya la convierte en un festín para la vista. Una pena que lo del oído no funcione tan bien.
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