
Capítulo 13“Destinada a él”
Bella PoV.Lo observé dejando recaer sobre mi mirada todo el odio y rencor que sentía dentro de mí, el cual me carcomía día con día y me volvía loca cuando me hallaba en soledad. Yo no podía amar a Edward por la simple razón de que no era capaz de arrastrarlo conmigo al extraño mundo en el que vivo. Soy indigna de él… Y ya que no podía amarlo, entonces lo odiaría. Lo odiaría con toda la intensidad mi amor. Recogería los trozos de mi dolido corazón y los uniría con el único fin de odiar más y más con cada latido a quién una vez quise con cada partícula de mi ser.
—Bella… —alzó una mano, como si quisiera tocar mi mejilla pero la dejó caer a medio camino y suspiró. Me dedicó una mirada triste y dolida—, sé que estás molesta. Y te pido mil disculpas por no haber regresado en el tiempo estimado…—Una disculpa no le regresará el poco color del que era poseyente mi vida y del cual ya no queda rastro —dije, con un dejo de amargura en mi voz.—Tampoco es que tú me lo hayas echo muy fácil, ¿sabes? —Vi brillar en sus ojos un sentimiento parecido al reproche, pero no me atrevía a decirlo en sí— ¿Por qué jamás respondiste a mis mensajes?
Apreté mis manos en puños y lo fulminé con la mirada. Él tenía razón, yo lo había ignorado los últimos años mientras me aferraba al recuerdo de un niñito de cabellos cobrizos que me abrazaba y compartía bastones de caramelo conmigo, sin importar que no fuese navidad. Yo lo había borrado de mi futuro, pero tenía una razón. Una razón que nunca le diría.
— ¿Sabes qué? —Pregunté, mirándolo fríamente— Me importa un reverendo comino todo lo que tenga que ver contigo ¿Por qué no hacemos como si no nos conociéramos?—No puedo hacer eso Bella —me miró con tristeza.—Pues tienes que hacerlo, Edward. Tú y yo no podemos estar juntos, ni si quiera como amigos —le dije, al borde de la desesperación— No podemos retomar las cosas justo donde se quedaron, no tengo esa habilidad.—Sólo déjame estar a tu lado y apoyarte como lo hice antes —murmuró.— ¡No! ¿No entiendes? No te quiero en mí vida…
Él intentó romper la poca distancia que nos separaba pero alcé mi mano para mantenerlo lejos de mí. No lo quería más cerca, si él se acercaba de más, terminaría cediendo y arrastrándolo conmigo a un futuro muy poco conveniente tanto para él como para mí. Tomó mi mano y trató de descubrir el dorso de la misma. Temerosa de que viera las marcas que había dejado James en mi piel, tiré de mi mano.
— ¡Suéltame! —chillé.
Edward afianzó su agarre a mi mano. Yo volví a tirar para que me soltara pero esta vez mi movimiento fue demasiado brusco y él termino descubriendo casi la mitad de mi brazo. Lo miré aterrada. Sus ojos se agrandaron cuando vio los grandes morados que tatuaban mi piel alvina y las marcas de los dientes de James que aún estaban impresas.
—Be…
Tiré de mi mano por tercera vez y en esta ocasión fui capaz de liberarme de su agarre. Volví a cubrirme el brazo aunque su mirada no dejaba de mirar la parte de este que quedó expuesta ante él.
—No podemos ser amigos, Edward. Aléjate de mí. No soy buena —le dije, sin atreverme a mirarlo a los ojos— Créeme, si supieras todo lo que he vivido tampoco me querrías en tu vida.—Eso es poco probable… —debatió— De… déjame ayudarte —su mirada se fijó en mi rostro.
Y cometí el terrible error de mirarlo también. Esas esmeraldas que me decía que el niño al que yo había amado aún vivía dentro de ese hombre que estaba frente a mí, me miraban con una ternura y compasión infinita. Mi corazón dio un salto de esperanza pero inmediatamente las cadenas de mi pena se apresuraron a hacerlo callar. Él era imposible para mí. Él era luz mientras yo me había convertido en oscuridad. Sería imposible que congeniáramos… nos habíamos convertido en dos personas totalmente diferentes. Él creía conocerme, pero en realidad lo que él conocía era una parte de mí que estaba muerta y enterrada.
— ¡Déjame en paz! Tú no eres nadie ¡Aléjate de mí! —grité, antes de salir corriendo.
Me apresuré a correr fuera de la enfermería y poner la mayor distancia entre él y yo. Quería alejarme lo más que me fuera posible y terminar con la tortura que representaba su presencia. ¿Por qué había tenido que volver? ¿Por qué seguía empeñado en acercarse a mí cuando le había dicho que se alejara y que yo no le convenía? ¿Qué tenía que hacer para alejarlo de mí? ¿Tendría que lastimarlo hasta el punto que su corazón dolido suplicase que me alejara de él para siempre porque la simple mención de mi nombre le laceraba de una manera indescriptible?
Enjuagué una lágrima que rodaba por mi mejilla mientras sentía como mi corazón se estrujaba en mi pecho y se hacía cada vez más y más pequeñito. Alejarme de él cuando lo había añorado durante tanto tiempo terminaría matándome, pero ciertamente prefería la muerte antes de destinarlo a un terrible futuro a mi lado.
Asistí a mis clases sólo en cuerpo, ya que mi mente estaba en blanco. Mi corazón latía adolorido y detrás de mis ojos se proyectaba su rostro observándome con la preocupación tatuada en cada centímetro. Me dolía verlo, me dolía tener que alejarme de él cuando mi corazón lo llamaba a gritos, me dolía todo lo que había pasado… Entonces me di cuenta que James tenía razón. Yo sería suya por siempre, porque nunca sería lo suficientemente buena como para estar con alguien más. Él me había manchado, me había marcado más allá de la piel y de lo que los ojos podían ver. Él me había marcado de una manera en la cual nunca más volvería a ser libre, porque él me había hecho prisionera de mi propio cuerpo.
Desde el día que James llegó a vivir a mí casa me convertí en Isabella-Marioneta Swan. No tenía control sobre mi cuerpo, sobre mis pensamientos y mis deseos y anhelos eran pisoteados constantemente sin contemplación. La humillación era el pan de todos los días en mi vida. La felicidad, la paz y la libertad eran regalos que me habían sido negados.
Me dirigí a casa inmediatamente después de que terminaran las clases. Conduje sin prestar atención a lo que pasaba a mi alrededor, como lo hacía siempre, y al llegar a casa me dispuse a preparar la comida para James, tal y como él me lo había ordenado; no quería que se enfadase conmigo así que me esmeré lo más que pude en preparar la comida predilecta de mi amante fortuito. Metí los espaguetis al horno y ajusté el temporizador para sacarlo en el momento justo, cuando hube terminado, subí a cambiarme a toda prisa. Por alguna extraña razón me quería esmerar en complacer a James, él había sido cruel conmigo y, en cierta parte, estaba furiosa con él, pero otra parte de mí quería ser buena y librar así los brutales castigos que él era capaz de impartirme… Además de que él era el único que sería capaz de amarme sin importar qué fuera de mí. Sí, él me amaba, muy a su manera pero me amaba… y de eso estaba totalmente segura.
Me vestí con un vestido rojo ajustado, me cubría los brazos aunque dejaba descubierta mi espalda casi por completo y los morados en ella quedaban a su entera vista. Me deslicé dentro de un par de medias negras de nylon y me calcé unas zapatillas con tacos de infarto. Le eché una mirada al reloj que estaba en mi mesita de noche, James no tardaría en llegar así que lo mejor era bajar a esperarle de una vez. Me moví con seductora lentitud, planeando la manera de moverme para seducirlo y hacer que dejara de estar enojado conmigo y me tratara con cariño.
Cuando llegué al final de la escalera, el timbre de la puerta sonó. Fruncí el ceño mientras me movía hacia la puerta ¿Por qué James no usaba sus llaves?
— ¿Extraviaste de vuelta tus llaves? —pregunté, sonriente cuando abrí la puerta. Pero la sonrisa abandonó mi rostro cuando me di cuenta de que no era James quien había llamado a mi puerta— ¿Qué quieres? ¿Por qué veniste?—No terminamos de hablar —contestó abriéndose paso hacia dentro de la casa.— ¡Tienes que irte! —Grité, mirando el reloj que estaba colgado en la pared de la sala de estar— ¡Ahora!— ¿Esperas a alguien? —me preguntó. Su tono de voz sonó extraño, como si esperara que le dijera que no.— ¡Sí! —respondí.— ¿Vas a salir? —apuntó a mi atuendo.— ¡Eso no es de tu incumbencia! —respondí, a la defensiva.
Abrió la boca para decirme algo pero en eso el temporizador sonó y le interrumpió.
— ¿Tienes algo en el horno?
No le respondí, me di media vuelta y corrí hacia la cocina. Si dejaba mucho tiempo los espaguetis en el horno James no los querría y se enojaría más de lo que estaba. Tomé dos toallas de cocina y saqué los espaguetis, los dejé sobre la encimera y aspiré el delicioso aroma del queso derretido y salsa de tomate. Si tan solo pudiese comer un poco…
Unos dedos fríos tocaron mi espalda, delineando los huesos de mi espina dorsal. Me estremecí y, pese a que mi primer instinto fue alejarlo de mí, me quedé quieta mientras él toqueteaba tímidamente los morados de mi espalda. De pronto alejó sus manos y me tomó de los hombros, girándome para poder verme a la cara.
— ¿Quién te ha hecho esto, Bella? —el dolor se veía en sus ojos aguados.
No le respondí. No podía culpar a James… no podía decirle a él mi secreto.
— ¡Dime, Bella! —Gruñó, apretando su agarre en mis hombros— Tienes marcas en los brazos y en la espalda ¿Quién te lastimó de esta manera?
¿Qué podía contestarle? ¡No quería que se diera cuenta! ¡No quería contarle nada! Una lágrima se escapó de la prisión que ejercían sus esmeraldas sobre mí. Me sentí desfallecer. ¿Lo estaba lastimando también de esta manera? ¡Yo no quería que él sufriera! Una segunda lágrima se unió a la primera, mojándole ambas mejillas.
Sentí como las lágrimas acudían a mis propios ojos, no soportaba la idea de hacerle daño a él. No a él que era tan bueno y tan puro, tan inocente… Me levanté sobre las puntas de mis pies y sequé sus lágrimas con mis labios mientras que gruesas gotas saladas rodaban por mis mejillas.
—Lo siento tanto, Edward —sollocé—. No tienes una idea de cuanto lo siento.—Bella —sollozó también—, dime quien te está lastimando de esta manera.
Me dejé caer sobre mis talones y me hundí en su mirada. Dentro de esa cálida mirada encontré todo lo que había estado buscando durante tanto tiempo. Me hallé a mí misma tratando de salir a frote en medio de una cruel marea de agonizante dolor… lo vi a él dispuesto a ayudarme.
Me limité a negar con la cabeza, sonriendo a través de las lágrimas.
—No… no te lo diré.— ¿Por qué? ¡No puedes protegerlo! —Aléjate de mí, Edward —susurré. Levanté una mano para acariciar su rostro. Lo recorrí con lentitud, tratando de memorizar cada parte de el.—No puedo, Bella… no puedo alejarme de ti sabiendo que hay alguien que te está haciendo daño.—No te preocupes por mí, sé cuidarme de su furia…— ¿Quién es? —volvió a preguntar— ¿Es tu padrastro? ¿Tu madre? ¿Tu… novio?
Me moví, zafándome de su agarre y me apresuré a poner distancia entre nosotros.
—James no es mi padrastro, es mi padre —espeté.— ¿Tu padre? El único padre que conociste cuando tu madre te rechazaba fue Charlie Swan ¿Acaso lo has olvidado?
Charlie Swan. Una nueva oleada de lágrimas lucharon por salir de mis ojos… Charlie. Charlie. Charlie. ¿Olvidarlo? ¡Eso era imposible! Nunca podría olvidarlo a él. Él le había dado un poco de color a mi vida mientras estuvo con vida, pero al morir, se llevó los colores y el calor a la tumba, dejándome fría y desprotegida. Dejándome sola con una madre que no me querría nunca y con un “padre” que abusaba de mi cada noche.
—No —murmuré.— ¿Entonces?— ¡Vete! —grité— ¡Quiero que te vayas y me dejes en paz! ¡Lárgate! ¡Déjame sola como lo hiciste antes! ¡Vete, vete, vete! No quiero verte, no te quiero en mi vida ¿No te quedó claro? ¡Lárgate!
Edward me miró dolido, pero no me importó. Lo lastimaría una y otra vez si así él se alejaba de mí. Sí, lo quería conmigo, quería que me amase y me ayudase a sobrellevar mis penas… pero había prometido alejarme de él. Y planeaba mantener mi promesa. No podía arrastrarlo conmigo, yo no sería tan cruel como para hacerle eso a él.
Escuché que la puerta de un coche se cerraba de un portazo, luego el tintineo de unas llaves y acto seguido escuché como se abría la puerta.
Miré aterrada a Edward, quien seguía frente a mí midiendo cada gesto en mi cara.
— ¿Isabella? —me llamó James.— ¡Vete! —le susurré a Edward— Sal por la puerta de atrás y salta la barda como lo hacías cuando eras chico ¡Vete!—No puedo dejarte aquí con él, Bella —susurró en respuesta—. Ven conmigo, librate de él.— ¿No entiendes? ¡No puedo dejarlo! Vete, por favor —supliqué.
James volvió a llamarme y vi la duda en el rostro de Edward cuando lo escuchamos acercarse a la cocina.
—Por favor —rogué—. Vete, Edward. Te lo ruego, vete.—Sólo si prometes darme una explicación más tarde.— ¡Lo prometo! ¡Te lo prometo pero por favor, vete!
James volvió a llamarme y escuché como su voz adquirió un matiz de frustración, le enfadaba que no le respondiera. Edward asintió y se apresuró a salir por la puerta de atrás de la cocina hacia el desordenado jardín. Hacía años que no se le daba mantenimiento al jardín y lucía descuidado y triste.
Me quedé mirando cómo Edward corría por la maleza y se apresuraba a la barandilla para saltarla. La imagen me dejó colgada, inhabilitada para apartar la mirada. ¿Qué me había sucedido? ¿Por qué era incapaz de deslindarme de James sabiendo que él no era bueno para mí y que quedarme a su lado sólo me traería más dolor y sufrimiento?
—Con que aquí estás —dijo James, entrando a la cocina— ¿Por qué no me respondías?
Me costó un par de segundos encontrar mi voz para responderle, y cuando lo hice sonó quebrada.
—Lo siento, James —susurré— ¿Quieres comer? No hace mucho que saqué los espaguetis del horno.
Sentí las manos de James acariciar mi cintura, hundió los dedos en mi piel y tuve que morderme el labio para no llorar por el dolor que me impartía la presión de sus dedos.
—No quiero comer todavía… tengo algo mejor en mente ¿Te vestiste así para mí?
Su voz sonó baja y seductora. Me di media vuelta para mirarlo a la cara. Le sonreí y acaricié sus cabellos de una manera dulce.
— ¿Para quién si no? —respondí.
Mi mirada lasciva enfocó mi escote y se relamió los labios antes de soltar un gruñido.
Y así es como terminaría siempre. Él me tomaría, luego me golpearía, besaría las marcas de su agresión y me tomaría una vez más. Pero yo estaría muy lejos y sólo mi cuerpo estaría presente. La única fuerza que me hacía regresar al presente era la intensidad de un orgasmo, pero tan pronto como pasaba volvía a perderme en la profundidad de mi oscurecida mente. En mi mente me hallaba en el jardín en los tiempos en que Charlie lo arreglaba para mí, columpiándome sin preocupación, imaginando que volaba mientras el viento acariciaba mi rostro y movía mis cabellos. Y sólo ahí era feliz… sólo en mi imaginación.
