Revista Libros
Capítulo 16"Una celda nueva."
Bella PoV.
Subí a mi auto con el fuerte golpeteo de mi corazón, me importaba un reverendo comino estar medio desnuda en la calle, solamente quería alejarme de ahí. James era un maldito, lo quería pero no dejaría que me golpeara nunca más ni sería su plato de segunda mesa; si quería estar conmigo, tendría que dejar a esa perra.
Conduje durante el resto del día, mientras pensaba en qué podía hacer o con quién podía ir. Necesitaba buscar un lugar donde pasar la noche pero no tenía ni idea de a dónde ir. No tenía amigas, todas eran unas perras egocéntricas; los chicos eran aún peores, si quería pedirles un maldito favor tendría que abrirles las piernas y no me encontraba de humor para ello. Así que conduje por el pueblo durante horas y horas hasta que finalmente terminé deteniéndome frente a la casa.
Bajé del auto aferrándome a la sábana que cubría mi cuerpo lastimado y golpeado. Me dolía hasta la suave caricia del viento ¡Maldita Renata, me las pagaría la muy perra! ¡Y James-hijo-de-perra también!
— ¿Isabella? —preguntó la dulce y suave voz de aquella mujer que hacía prácticamente una vida que no veía.
—Se-señora Cullen —murmuré, aferrándome aún más a mi mugrienta sábana—. Necesito ver a Edward.
Mi voz era suave, haciéndome sentir pequeña y desprotegida. Y de verdad me sentía pequeña y desprotegida.
El semblante de Esme Cullen trajo lágrimas a mis ojos casi sin querer. El horror estaba dibujado en su rostro y la pena se reflejaba en sus ojos de miel. Ella estaba horrorizada al ver mi cuerpo lastimado y, sinceramente ¿quién no lo estaría? ¡Lucía terrible! Había sangre seca en mi piel amoratada, el maquillaje que había aplicado para disminuir mis golpes y verme un poco más atractiva para James horas antes, estaba corrido; mi cuerpo estaba débil y completamente mallugado, cubriéndolo sólo con una mugrienta sábana de cajón.
—Oh, mi… —susurró, con los ojos llenos de lágrimas. Me miró con sumo pesar y me hizo entrar a la casa, se lo agradecí porque afuera comenzaba hacer un frío de los mil demonios. En medio de mi propia tormenta interna, crucé el umbral sintiendo como las lágrimas caían por mis mejillas.
No había sido totalmente consiente del deterioro de mi apariencia hasta que me vi dibujada en los ojos de Esme.
—Edward no está —murmuró. Vi cómo dudaba si debía tocarme o no, seguramente mi cuerpo le producía una mezcla de repugnancia y pesar, finalmente se decidió por dejar caer sus manos a sus costados, inmóviles.
Edward no estaba ¿y ahora a quién podía acudir? Era cierto que me había portado como una maldita con él, diciéndole que se apartara de mi lado, pero también sabía que era la única persona que podría ayudarme en un caso como éste. Solamente él podría brindarme su amistad, un hombro amigo en el cual descargarme y llorar, un abrazo sincero que me calmara, unas palabras de aliento. Porque Edward Cullen era y siempre sería mi sostén, mi pilar para soportar todo lo que amenazara con caer sobre mí. Era él, mi salvación… y yo su perdición.
— ¿Bella?
Me dio la impresión que no era la primera vez que Esme decía mi nombre, porque comenzaba a sonar alarmada. Me giré lentamente hacia ella ¿Por qué no había podido tener una madre como ella? ¿Por qué me había tenido que tocar una perra como Renata como madre? ¿Qué había hecho mal?
—No quisiera molestar —susurré— ¿Edward va a tardar mucho?
Los ojos de Esme estaban fijos en los míos pero sabía el trabajo que le estaba costando verme a los ojos cuando había tantos distractores marcando mi piel. Quise soltar un sollozo pero me contuve, James me había enseñado que tenía que ser fuerte frente a cualquier situación, que las personas suelen aprovecharse de los débiles y que yo jamás debía de ser débil.
—Él salió con Emmett y Alice al cine, sólo estamos mi marido y yo —me informó.
Edward no estaba y quién sabe a qué hora volvería. Yo no podía quedarme ahí, siendo una carga para Esme y Carlisle. Asentí una sola vez y comencé a dirigirme a la puerta, pero Esme me tomó por el brazo en un impulso, lanzándome una oleada fresca de punzante dolor.
— ¡Lo lamento, no era mi intención! —chilló, soltando mi brazo cuando se dio cuenta de mi gesto lastimero—. Por favor, no te vayas.
—No quiero molestar —repetí.
—Pero tú no eres una molestia, Bella. Siempre fuiste bien recibida en mi casa ¿lo olvidaste? Por favor, quédate.
Quise negarme, realmente tuve toda la intención de decirle a Esme que no y salir huyendo mi auto, pero ¿Adónde podía ir? No tenía a nadie que no fuera Edward y su familia.
Así pues, con pesar, acepté la proposición de Esme y me quedé. Ella me preguntó qué era lo que me había pasado pero yo permanecí en silencio. Sí, Renata era una maldita perra desgraciada pero a fin de cuentas era mi madre y yo no podía echarla de cabeza. Aún sentía ese patético amor idólatra que siente un hijo por su madre ¡Dios, no importaba qué me hiciera esa maldita, aquello siempre estaría dentro de mí! Me odié terriblemente por no ser capaz de delatarla, por no poder odiarla con toda la extensión de la palabra por la simple razón de que fuera mi madre ¿Las cosas siempre serían así? ¿No importaba cuanto me lastimara la maldita, siempre estaría ese absurdo instinto de querer protegerla porque muy en fondo aun esperaba sentir su amor y preocupación por mí? ¡Era una jodida ingenua si esperaba que la perra maldita se preocupara por mí!
Carlisle pronto se unió a nosotras al ver que su esposa no regresaba con él a la habitación donde estaban viendo una película. Su reacción no fue muy diferente a la de Esme, con la simple diferencia de que sus ojos no se aguaron, en su lugar su mandíbula se tensó y su mirada se puso seria. Insistieron en que me dejara revisar por el señor Cullen y al final tuve que acceder. Mis golpes no eran más que contusiones y heridas abiertas poco profundas pero sí en gran número; tenía un punzante dolor en mi costado izquierdo que había logrado ignorar hasta entonces pero que tan pronto Carlisle tocó, me sentí desfallecer.
—Quizá quieras tomar un baño con agua caliente para relajar los músculos —sugirió Esme, quien estaba haciendo su mayor esfuerzo para hacerme sentir tranquila y cómoda.
No esperaron mi contestación, Esme me guio al segundo piso de la casa y me pasó una toalla limpia del closet mientras que el doctor Cullen llenaba la bañera con especias y sales para que mi cuerpo pudiera relajarse en la tina. Verlos trabajando y preocuparse por mí creó un nudo en mi garganta. Nadie, nunca, se había preocupado por mí.
Una lágrima furtiva se deslizó por mi mejilla pero logré apartarla tan pronto como apareció. Esme me dio una pijama y un conjunto de ropa inerior nuevo que había comprado la tarde anterior junto con Alice en Port Angels.
Me dejaron sola en el cuarto de baño. El vapor empañaba el espejo sobre el lavabo y hacía que mis ojos ardieran un poco, pero mi cuerpo pronto se sintió cómo y tibio. Dejé que se deslizara la sábana mientras me observaba en el espejo de cuerpo completo que había cerca de la bañera. La visión de mi cuerpo en el espejo me produjo escalofríos.
Si antes mi cuerpo había estado mallugado gracias a la paliza que me dio James, aquello parecía un acto inocente a comparación de cómo lucía ahora. Literalmente no había un solo centímetro bueno en mi piel, había rasguños, golpes, mordeduras, y heridas que parecían haber sido hechas con tijeras de manicura, esas eran las que más dolían y sangraban, había en gran número, distribuidas por toda mi piel.
Mis senos habían sido rasgados y en mis pezones había sangre seca. Y esta vez mi rostro no se había librado del castigo. James solía golpearme pero mi rostro siempre salía intacto porque decía que era demasiado hermoso como para ser lastimado, pero al parecer a Renata no le importó cruzarme el ojo derecho con una herida grande y fea. No tengo la más mínima idea de con qué la hizo, sólo sé que una gran herida cruza mi ojo y que duele como el demonio.
Después de mi inspección, fui directo a la tina. El agua estaba caliente y las sales de baño hicieron su trabajo relajándome, al principio dolió y tuve que morderme el labio para no gritar por el ardor que me provocaba, pero finalmente logré entrar completamente a la tina y dejé que el agua hiciera su mágico trabajo conmigo.
Salí media hora después, envuelta a unos pantalones estampados y una blusa de tirantes. Me sentía fresca y nueva, y por un segundo me olvidé de todas mis heridas. Hasta que vi mi reflejo, mi maldito reflejo. Sentí rabia y repulsión hacia mí misma, quise estrellar el espejo con mis puños pero me contuve con gran dificultad. Era mi rostro, marcado de por vida gracias a mi propia madre, y mi cuerpo mallugado gracias a ella y su estúpido amante.
Nuevamente sentí ganas de llorar, pero esta vez dejé que las lágrimas fluyeran libremente por mi rostro. Estaba sentada en el piso del baño, abrazando mis rodillas, por lo que parecieron horas. Tenía tanto que llorar, tanto que descargar que bien hubiese podido llenar una tina con mis propias lágrimas. Me sentía sola y devastada, era desdichada y siempre lo había sido ¿Por qué? ¿Sólo porque a un ser todopoderoso se le ocurrió hacerme sufrir sin razón aparente desde que tengo uso de razón? Me quedé ahí, nadando en mis propias lágrimas, ahogándome con mi propio dolor y sufrimiento, compadeciéndome por ser lo que soy ahora.
No estoy segura de cuanto tiempo pasó, pero debió ser el suficiente para que Esme se preocupara y subiera a tocar la puerta del baño para asegurarse de que estaba bien. Le dije que me encontraba bien y que pronto saldría, ella respondió diciendo que los chicos estarían de vuelta en unos minutos, que Emmett dijo que estaban entrando al pueblo hacía cinco minutos. Me tranquilicé, pronto vería a Edward y todo saldría bien; estaba segura de ello. Le agradecí a Esme y le aseguré que pronto bajaría a unirme a ellos.
Me levanté del suelo, me dolía todo y respirar era como tragar cientos de alfileres en cada bocanada. Al verme al espejo volví a sentir odio hacia mí misma, era la viva imagen de Renata… los mismos ojos, la misma nariz ¡hasta el mismo lunar en mi cuello! ¡Era un retrato del ser que más odiaba en el mundo! Progresivamente mi visión se tornó roja, y cegada de ira hacia mí misma y hacia mi progenitora, estampé mis puños contra el espejo del lavabo, el cual se rompió en el acto y los pedazos lastimaron mis puños, pero no me importó. El dolor era lo único que había conocido hasta entonces por lo que me sentó bien sentirlo. Era un recordatorio de que estaba viva, el dolor me recordaba que esa era yo: Isabella Swan.
En mi interior se desataba una tormenta, y los trozos de vidrio que se encajaban en mis puños poco me importaban. Nada se comparaba con lo que había en mi interior, con toda esa mierda guardada por tantos y tantos años. Sollocé con fuerza, restregando un trozo de vidrio por mi brazo; me sentaba bien, así que lo hice una y otra vez mientras las lágrimas corrían por mi rostro y nublaban mi vista.
La misma pregunta formándose siempre en mi cabeza ¿por qué yo? ¿Por qué?
Mis brazos sangraban escandalosamente, aunque por mi estaba bien si me moría desangrada en ese momento ¡Sólo quería terminar con todo de una buena vez! No soportaba más dolor, ni físico ni del alma ¡Estaba cansada de todo y de todos! Sollocé con fuerza, sacando todo lo que pudría mi interior y desquitándome con mi propio cuerpo ¡Cielo, se sentía tan bien! Pronto no pude más y solté un grito fuerte, no me importaba si me escuchaban los demás, sólo quería sacar todo aquello que llevaba dentro; mis puños golpearon el espejo estrellado y más pedazos de vidrio cayeron, unos se incrustaron en mis palmas. Jadeé, el dolor me resultó placentero. Muy placentero.
Mientras me cortaba grité, grité como una loca, saqué todos esos gritos que guardé durante años, me desahogué a gritos y sollozos mientras el vidrio cortado se hundía en mi suave y ya mallugada piel ¡No me importaba nada, sólo quería sentirme bien!
A lo lejos escuché que alguien aporreaba la puerta y gritaba mi nombre, pero no le presté atención. Seguí gritando y rajando mi cuerpo, enterrando trozos de vidrio en mis heridas y gritando como una desquiciada ¡Y de verdad estaba desquiciada! Me odiaba, odiaba a James, odiaba a Renata y odiaba a Charlie por haberse ido, dejándome sola con esa arpía, odiaba a Edward por no haber vuelto, odiaba la escuela, a mis amigos por no prestarme un hombro dónde llorar, odiaba la vida por siempre tratarme con la punta del pie ¡Los odiaba, los odiaba a todos!
Ya nada me importaba, sólo quería terminar con la vida de mierda que me había tocado ¡Quería morirme!
Poco después sentí unos brazos rodear mi cintura. Aterrada comencé a patalear y a gritar más fuerte ¡Era James, era James que venía por mí! Grité con fuerza, me resistí a su agarre, lo empujé y pisé con fuerza, me retorcí entre su agarre y hasta lo pinché con uno de los vidrios mientras seguía gritando con fuerza ¡No quería que me llevase con él! ¡No quería estar más a su lado!
— ¡Bella, tranquilízate, por favor! —gritaba mi opresor en mi oído.
— ¡Suéltame! No voy a ir contigo, maldito hijo de puta —grité, arañando sus brazos que seguían sin dar tregua a pesar de todo lo que hacía por liberarme— ¡Déjame en paz, déjame sola! Eres un maldito perro asqueroso.
Intenté darme la vuelta para atizarle un buen golpe en el rostro pero él me lo impidió, en cambio sus brazos se cerraron con más fuerza contra mi cintura. No sabía qué hacer, pero no me dejaría arrastrar por él nuevamente. No quería ir con James, no quería.
—Bella, cálmate. Soy Edward, Bella, soy Edward —gritó en mi oído.
Su nombre me tranquilizó por arte de magia ¿Era Edward? ¿De verdad era él?
Alcé la vista hacia el lugar donde había estado el espejo, quedaban algunos trozos estrellados todavía pegados a la pared y en ellos me vi reflejada con el rostro lloroso y lo brazos bañados en sangre. Detrás de mí vislumbré el semblante preocupado de Edward mientras sus brazos se cerraban sobre mi cintura, protegiéndome de mí misma.
¡Era Edward! ¡Realmente era él!
Nuevas lágrimas se formaron en mis ojos y los sollozos emergieron nuevamente, pero no me resistí más a su agarre. Dejé de gritar, no podía hablar gracias a la fuerza del llanto que me golpeaba. Lloré entre sus brazos, y cuando su agarre se soltó, tomó una de mis manos y me obligó a abrirla. En mi puño había un montón de vidrios del espejo, los había estado apretando muy fuerte y estaban enterrados casi en su totalidad en mi palma. Con cuidado y destreza comenzó a sacarlos uno por uno hasta que mi mano quedó libre de vidrios. Me di la vuelta y lancé mis brazos bañados en sangre a su cuello sin importarme mucho si manchaba su camisa azul cielo.
Era él. Mi Edward… mi sostén ante la adversidad. Mi todo.
Acarició mi cabello, y mientras sollozaba en su pecho, él murmuraba palabras de aliento en mi oído con su suave y delicada voz. Nos mecíamos lentamente mientras él intentaba calmarme; estaba haciendo su mejor trabajo para hacerme sentir mejor, y realmente se lo agradecía. Pronto mis sollozos se convirtieron en leves hipidos y mi cuerpo dejó de temblar.
— ¿Estás mejor? —preguntó, apartándose un poco de mí para mirar mi semblante.
—Sí —susurré con hipido. Había llorado mucho y seguramente mi rostro estaba todo hinchado.
Edward sonrió y apartó un mechón de cabello de mi rostro.
—Ven, vamos a curarte esos cortes ¿vale? —su voz era tierna y aterciopelada, seguramente temía provocar alguna reacción mala en mí.
No pude contestar, sentía un nudo inmenso en mi garganta, así que me limité a asentir con la cabeza. Edward me cogió por la cintura y me guio fuera del baño, no había nadie ahí y eso lo agradecí, no iba a ser capaz de soportar las miradas de lastima de los demás integrantes de la familia.
La casa de los Cullen era muy grande y recordaba que tenían varias habitaciones de huéspedes. Una parte de mí se alegró de encontrarme recorriendo los pasillos de aquella casa que creí que nunca más visitaría. Me era imposible no guardar recuerdos gratos de mi niñez en esta casa, de la época donde las cosas si bien no eran perfectas, al menos eran mejores.
Edward me guio a una habitación de invitados, la cual estaba limpia y ordenada. Me senté en la cama y Edward prometió volver pronto con un kit de primeros auxilios para curar mis cortes. Tuve miedo de quedarme sola, pero no dije nada y dejé que se fuera. Estaba aterrada de que James supiera donde estaba y viniera tras de mí. Una parte de mí deseaba que Eward se quedara a mi lado y me abrazara durante toda la noche para hacerme sentir protegida y segura.
Afortunadamente no tuve que quedarme sola mucho tiempo. Edward volvió a los pocos minutos de haberse ido, traía un kit de primeros auxilios en su mano derecha y con su mano izquierda haló una silla que estaba cerca y se sentó frente a mí en la cama. Le tendí mi brazo derecho y él comenzó a curarme en completo silencio; yo observaba cada uno de sus movimientos, eran diestros y no dudaba en ningún momento sobre lo que tenía que usar para curarme. Me ardió cuando limpió mis heridas con un algodón empapado de alcohol, pero me limité a hacer una mueca de dolor. No hablé en ningún momento, y él tampoco.
Cuando hubo terminado aplicó un poco de pomada en mis brazos y palmas, y luego las vendó con delicadeza para no lastimarme nuevamente. Alzó la vista a mi rostro y sonrió con pesar, mi mente estaba tan aturdida que no pude hacer más que mirarle sin decir nada.
—La herida en tu ojo sigue sangrando —susurró, levantando una mano y acariciando levemente la herida. Retuve el aliento, el simple roce de sus yemas contra la abertura en mi ojo, dolía terriblemente—. Acércate para curarte el ojo.
Mis movimientos eran meramente mecánicos, no pensaba en lo que hacía o por qué lo hacía, simplemente obedecía órdenes. Justo como James me había enseñado.
Nuestros rostros estaban muy juntos mientras Edward me curaba. Cerré los ojos y disfrute silenciosamente de su suave tacto. Estábamos tan cerca que podía sentir cada vez que inhalaba y exhalaba, y el sonido del golpeteo de su corazón sonaba como música de fondo mientras el continuaba con su trabajo de médico auto-designado. Se sentía bien estar así, como si fuese lo correcto… aunque muy en el fondo de mí sabía que eso no era lo correcto, al menos para él. Yo jamás sería lo correcto para Edward o para cualquier otra persona, yo era lo malo, lo prohibido. Yo siempre sería lo incorrecto.
Cuando terminó de curarme el ojo, colocó una gasa para cubrir la herida y la sujetó con una cinta blanca. Por lo que dura un latido del corazón, nos quedamos viéndonos a los ojos –en su caso, sólo pudo verme al ojo bueno ya que el otro estaba cubierto por la gasa que acababa de colocar. Retuve el aliento, nuestros rostros estaban muy juntos, peligrosamente juntos.
Esperé que me besara, o que al menos hiciera el intento.
Pero no lo hizo.
—Bueno, ya está —comentó, apartándose de mí.
"¿Qué esperabas, que te besara?" Preguntó burlonamente mi voz interna "¡Estas hecha una porquería! Lo único que despertarías en alguien sería pena."
Cruel, pero cierto. Totalmente cierto.
—Gr- gracias —susurré, dejándo que mi cabello cayera sobre mi rostro para cubrirme con él.
—Será mejor que duermas un poco —susurró—. Mañana, cuando estés mejor, hablaremos.
Quería decirle que no planeaba quedarme con ellos mucho tiempo, que quizá solo pasaría la noche ahí y que me iría a primera hora de la mañana después de agradecerles por su hospitalidad conmigo, pero no pude. En cambio me limité a susurrar una débil afirmación.
Edward se fue con el botiquín de primeros auxilios. Me metí debajo de las sabanas y me quedé sola en medio de toda esa pesada oscuridad. Sola, total y completamente sola, como siempre había estado.
Sola. Sola. Sola.