
Capítulo 17"Ira"
Edward PoV.
Su rostro estaba muy cerca del mío, su aliento acariciaba mis labios y me hacía la boca agua. Quería besarla, necesitaba unir sus labios a los míos y que ambos nos perdiéramos en la pasión que implica un profundo y electrizante beso de amor.
Pero me contuve. No podía besarla.
No ahí, no ese momento… No en esas circunstancias.
Me golpee mentalmente cuando me aparté de ella porque en realidad lo único que quería era cogerla entre mis brazos y quedarme así con ella, calentándola con mi propio calor corporal y susurrándole cosas tranquilizantes al oído. La necesitaba cerca de mí, la quería conmigo… y pese a saber que ella me rechazaría en esta y cualquier otra situación, aún albergaba algunas esperanzas de sus ojos achocolatados se fijaran en mí nuevamente y me mirasen como si fuera el centro de su universo, justo como en tiempos de antaño.
—Ya está —susurré, tratando fallidamente de dibujar una sonrisa en mi rostro. Fui capaz de saborear la amargura del momento en el nudo que se había formado en mi garganta.
Bella sonrió, agradecida. Me gustó verla sonreír, aunque fuese a medias. Ella solía iluminar mi mundo con una sonrisa cuando éramos pequeños, y descubrí que ahora no era muy diferente.
Cogí el botiquín que había llevado para curarla y salí de la habitación tras desearle una buena noche, aunque supe que sería imposible que eso sucediera considerando todo por lo que había pasado. Suspiré pesadamente una vez que cerré la puerta detrás de mí, no soportarla verla en un estado tan deplorable.
En la planta baja de la casa mi familia estaba reunida hablando en voz baja, seguramente sobre Bella. El silencio se estampó contra ellos cuando me vieron llegar al pie de la escalera con maletín en mano. Los ojos de mi madre fueron los primeros que se encontraron con mi mirada sombría y dolida, cuando vi a través de esos ojos siempre llenos de amor y ternura, el nudo en mi garganta creció aún más. Esos ojos que siempre he amado porque destilan calor se veían secos y tristes.
— ¿Cómo está Bella, hijo? —preguntó, apenas con un hilo de voz.
—Mejor, supongo —respondí. Mi voz sonaba rasposa y extraña, como si no fuera la mía; como si una maquina estuviese contestando por mí—. La dejé en la habitación de invitados que está contigua a la mía.
Ella asintió, y con una breve observación al resto de mi familia supe que no solo mi madre parecía preocupada por la salud tanto física como mental de Isabella. La tristeza surcaba el rostro de cada uno de los integrantes de mi familia, había lágrimas secas en sus rostros y preocupación tatuada en sus miradas. Al igual que ellos yo también me sentía dolido por todo lo que le sucedía, pero más que nada estaba enojado.
Enojado con el imbécil que le había hecho eso.
Isabella jamás lo diría, pero yo estaba más que seguro que el maldito amante de Renata tenía algo que ver con lo que le habían hecho. Y eso nadie podría sacármelo de la cabeza.
La ira que me llenó en ese momento amenazaba con desbordarse en cualquier momento, tuve la necesidad de salir corriendo y buscar a ese malnacido para matarlo con mis propias manos para hacerlo pagar por todo el daño que había ocasionado en ella.
—Iré a dejar esto a su lugar —murmuré. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que mi mandíbula estaba crispada gracias a los sentimientos que me invadían; intenté relajarme.
Pasé frente a mi familia en la sala de estar. Mi padre se puso de pie y me siguió después de un segundo, pero no hice ademán de haberme percatado de su presencia en el despacho mientras ponía el botiquín de primero auxilios en su lugar, junto a todos los demás materiales médicos.
—Hay que hablar sobre Isabella —dijo mi padre, modulando su voz.
Mi cuerpo se tensó porque desconocía lo que estaba por suceder. Sólo había dos opciones, llamar a los padres de Bella y regresarla a ese infierno, o llamar a la policía y darle asilo a ella mientras todo se arreglaba. Personalmente me gustaba más la segunda porque significaba que podría estar cerca de ella y cuidarla de cualquier persona que buscara hacerle daño.
No dije nada y dejé que continuara, era lo mejor.
—Isabella está muy mal, hijo —su tono cabizbajo me dijo que él también sentía profundamente lo que sucedía.
—Lo sé, padre. Vi el daño que se hizo en el baño… ella necesita de nuestra ayuda.
Él negó lentamente con la cabeza y desvió su mirada.
—Nosotros no podemos ayudarla en nada, su situación es más delicada.
— ¿Y qué recomiendas? ¿Internarla? —siseé. Si pensaba eso, el único loco era él.
Dudó por algunos segundos antes de contestar.
—Creo que sería la mejor forma de ayudarla —dijo al fin—. En un pabellón psiquiátrico tendría toda la ayuda que necesita.
Algo ardió dentro de mí ¡Él no podía estar hablando en serio!
— ¿Estás de broma, cierto? ¡No podemos enviarla a un lugar de esos!
—Es la única manera de ayudarla.
— ¡Bella no está loca! —Grité, dejando caer mi puño contra el escritorio— Lo único que necesitamos es dejarla con nosotros mientras arreglamos la situación con el bastardo ese.
— ¿Qué bastardo?
—Su padre… el amante de su madre. Estoy totalmente seguro de que él tiene algo que ver con lo que sucedió.
—Esa es una acusación muy grave.
—Estoy al tanto de ello, padre —rugí.
Pasé los dedos por mi cabello. Necesitaba calmarme porque me estaba dejando dominar por las emociones y eso no me ayudaría en nada para conseguir que mi padre no mandara una orden para internar a Bella en una casa de locos.
— ¿Ella dijo quién la había lastimado? —pregunté, intentando modular mi voz y calmar mi respiración agitada.
El silencio que cayó sobre nosotros me pareció que duró una eternidad.
—No —negó con la cabeza, reafirmando su negativa—. Cuando tu madre le preguntó ella simplemente bajó la mirada y guardó silencio.
Asentí. Justo lo que me temía: Bella los estaba protegiendo… pero ¿por qué? ¿Quién en su sano juicio encubriría a sus agresores?
No dije nada más. En mi cabeza sólo rondaba la idea de hacerle pagar por lo que había hecho con ella; la había dejado echa una escoria, toda mallugada y llena de heridas. Con marcas tanto físicas como emocionales… la había destruido totalmente ¿Y todo para qué, por mero gusto? Ese maldito infeliz merecía la muerte, no tenía corazón y los demás tampoco deberían tentárselo para hacerlo pagar. Al menos yo no lo haría.
Yo lo haría pagar… a mí manera.
Mi padre se dio cuenta de mi repentino silencio y se acercó a mí, posó una mano en mi hombro y me obligó a mirarlo. Lo hice, pero ahora mis ojos ardían de rabia e impotencia. Yo mismo mataría a ese desgraciado. Lo haría pagar por todo lo que había hecho con Bella en todos estos años.
—Es preciso internarla. Está muy mal y ninguno de nosotros puede ayudarla; necesitará mucha ayuda psicológica para recuperarse.
Me deslindé de su agarre y lo miré con desdén.
— ¡Ella no está loca! —exclamé. Era capaz de sentir la bilis subiendo por mi garganta en ese preciso momento.
—Tú mismo viste los cortes que se hizo con los trozos del espejo —me recordó.
La mención de ese hecho me hizo estremecer. La escena había sido tan burda que el simple hecho de recordarla me provocaba nauseas. Verla tan rota hacía que un absurdo sentimiento de culpa aflorara en mí, y pese a que sabía que ella no querría, quería quedarme con ella y protegerla como al tesoro más preciado.
La voz de mi padre sonaba tan razonable, demasiado para mi gusto. Una parte de mí sabía que él tenía razón, pero yo no quería a Bella lejos de mí. Yo la ayudaría a salir adelante y les mostraría a todos que lo que siento por ella es suficiente para traer de vuelta su cordura.
—No está loca —susurré—. Ella no necesita ayuda psicológica, lo único que necesita es alguien que esté con ella y la ayude a salir adelante sin que la tachen de loca.
—Hijo… —insistió.
— ¡Que no está loca! —grité. Lo miré directamente a los ojos, los suyos estaban dilatados por la sorpresa de mi ira repentina y estaba seguro de que los míos destilaban odio y rencor.
Todo el mundo sabía que me preocupaba por Bella, pero seguramente nadie sabía hasta qué punto llegaba mi preocupación por ella.
—Edward —me llamó mi padre tan pronto como recuperó la compostura, lo cual fue sólo un segundo después—, tienes que calmarte.
¿Calmarme? ¿Cómo le dices a alguien que se calme cuando estás a punto de enviar a la persona que más quiere en el mundo a una casa de locos?
— ¿Es que tú no entiendes que ella no está loca? Podemos ayudarla, padre —ahora sonaba como una patética súplica—. Sabes que desde que éramos niños he querido a Isabella y me he preocupado por ella, y aunque ella se empeñe en mantenerme lejos de ella, todavía lo hago. Yo todavía la quiero, padre, y sé que puedo ayudarla.
Me miró por una fracción de segundo.
—El amor no puede curarlo todo, hijo. En ocasiones se necesita de algo más.
Su rostro se veía apenado, como si él de verdad quisiera creer que yo podría curarla con el amor que había en mi corazón. Pero yo estaba seguro que podría, yo quería a Bella por sobre todas las cosas y me propondría cuidar de ella y ayudarla a sanar… ¡Y se lo demostraría a todos!
Mi mandíbula seguía tensa y mis puños estaban crispados por la rabia que estaba sintiendo en ese momento ¿Por qué mierda no me comprendía? Golpeé el escritorio nuevamente, solté una maldición que no vale la pena repetir y me precipité fuera del despacho. Las ganas de salir corriendo de casa y encontrar a ese maldito bastardo para romperle la cara, de repente fueron más fuertes. Quería hacerlo… necesitaba hacerlo.
Subí las escaleras haciendo caso omiso de los gritos y el llanto de mi madre, quien me pedía que me calmase y que podríamos encontrar una solución para todo eso juntos; pero sinceramente ¿quién puede encontrar una solución para lo que estaba sucediendo con la vida de Bella?
Era incapaz de pesar con claridad, el enojo y la frustración me cegaban por completo. Entré a mi habitación y cerré la puerta con demasiada fuerza; arrastré la cómoda de ropa que estaba cerca para bloquear la puerta, no quería que nadie me molestase. En medio de mi ataque de ira, grité tratando de sacar así todo el torbellino de emociones encontradas que me atacaban sin piedad alguna.
Arrebatí contra mi escritorio y pronto libros, cuadernos, revistas y más chucherías de la escuela salieron volando por toda la habitación mientras mi hermano aporreaba la puerta y me exigía dejarlo entrar; obviamente no le hice caso. Películas, discos de música e incluso mi portátil atravesaron mi habitación de extremo a extremo, sin importarme si algo se rompía al aterrizar contra el suelo.
Estaba tan enfrascado y sumergido en mi propia burbuja de ira que todo me importaba poco menos que una mierda.
— ¡Déjenme en paz! —Grité, respirando entrecortadamente— ¡Quiero estar solo!
Bufaba al respirar y mi pecho subía y bajaba aceleradamente mientras mis manos temblaban. Necesitaba calmarme, sabía que era meramente necesario, pero me costaba mucho dejarlo todo pasar ¿Es que nadie se daba cuenta de lo que sucedía? ¡James había abusado de Isabella quién sabe cuántas veces!
Escuché los cuchicheos detrás de mi puerta. Alice hablaba en bajos chillidos y era capaz de escuchar sus sollozos, Emmett se había callado y mi madre suplicaba una y otra vez que hicieran caso a mis deseos y me dejaran solo para que fuera capaz de calmarme, que una vez que estuviera mejor podríamos sentarnos todos a charlar junto con Bella y encontrar una solución para todo el problema. Agradecí el gesto, pero si mi padre seguía insistiendo en internarla en una casa de locos, nunca llegaríamos a un acuerdo.
Realmente no estoy seguro de cuánto tiempo estuve trabajando en calmar mi respiración y apaciguar la ira que quemaba dentro de mí, pero sé que estuve así por un largo rato. Cuando finalmente fui capaz de calmarme, me dejé caer sobre la cama sin interesarme mucho todas las cosas que había en ella, simplemente caí sobre todo. Repentinamente me sentía inmensamente cansado.
Logré dormir por algunas horas, no sé exactamente cuánto pero cuando desperté me sentía un mucho más calmado. Seguía creyendo que Bella no estaba loca y que no debía ir a un pabellón psiquiátrico, pero al menos ahora podía realmente considerar otras posibles soluciones que no solo implicaban mi amor y dedicación para salvarla. Me senté en la cama y froté mis ojos para observar todo mi derredor. Mi habitación era un completo desastre, totalmente vuelta de cabeza.
Necesitaba verla, saber cómo estaba llevando la noche.
Salté fuera de mi asiento y moví la cómoda para salir al pasillo, el cual estaba totalmente desierto y a oscuras. La puerta de la habitación de Bella estaba justo como la había dejado, lo que me hizo suponer que todo el alboroto no la hizo salir corriendo fuera de casa. La oscuridad se pegaba a todo lo que se encontraba a su paso, esta caía pesada y creyéndose la dueña y señora de todo lo que estuviese a su alcance, incluso de Bella.
Un cuerpo menudo y de apariencia frágil y liviana se encontraba en posición fetal en la cama. Respiraba tranquilamente y su semblante estaba relajado, con el labio inferior ligeramente saltado como si estuviese haciendo uno de esos adorables pucheros. Estaba lastimada y aun así ella lucía hermosa como una diosa. El pesado cabello tintado de negro azabache le caía sobre el rostro, no lo cubrían sino que simplemente se encargaban de enmarcarlo para hacerla ver más divina.
—De haber sabido que todo esto ocurriría no habría dejado sola. Habría luchado por quedarme o por regresar en el tiempo pactado —susurré, apartando un mechón de cabello de su rostro para observarla mejor. Sentí ese pesado nudo en mi garganta mientras los ojos se me llenaban de lágrimas y la ira peleaba por entrar nuevamente en mí—. No sabes cuánto lamento todo esto… Me siento tan culpable de todo lo que te sucedió.
Mi voz se quebró y no fui capaz de seguir hablando. Me dolía verla, me hacía sentir inmensamente desdichado porque ahora ella me rechazaba y pese a todo había acudido a mí porque sabía que era la única persona que podría ayudarla… Isabella Swan, siendo siempre la niña desolada que necesitaba que la protegiera del mundo. Y yo, Eward Cullen, siendo feliz con ser su caballero de brillante armadura que acude a su más mínimo llamado.
Acerqué mis labios a su cabeza, sus cabellos entraron en contacto conmigo y los sentí suaves con un suave aroma a jazmines. Sonreí al recordar que su cabello siempre había tenido un adorable aroma a fresillas; recuerdo que su olor me hacía sentir feliz y desde que la conocí las fresas se convirtieron en mi fruta favorita.
—Te amo, Bella. Siempre te he querido y siempre te querré, no importa lo que digas no lo que hagas para mantenerme alejado de ti… mi corazón siempre será tuyo.
Me aventuré a hacer aquello que no había echo horas antes: bajé el rostro hasta que nuestros labios se rozaron levemente, y fue ese mínimo toque el que hizo que un millar de emociones se desataran en mi interior. Una inmensa sensación me llenó, una sensación tan agradable, correcta y perfecta que bien podría pasarme toda la vida buscándole un nombre ideal y nunca sería capaz de darle uno. Eso era ella para mí, una mezcla de emociones sin nombre, emociones desconocidas y reconfortantes que yo era gustoso disfrutar sin importar que fuesen sensaciones buenas o malas simplemente porque era ella la fuente de las mismas. Nada importaba si provenía de Isabella, así podría destilar la sensación más desagradable, mi extraña mente sería capaz de retorcerla y encontrar el punto bello y sería capaz de amarla.
Eso era: yo amaba todo lo que provenía de Bella, sin importar qué fuese.
—Nos vemos pronto, cariño —susurré.
Me separé de ella y dejé un casto y dulce beso sobre su frente mallugada.
—Tengo cuentas que cobrar.
Y dicho eso, salí de la habitación para ir en busca de ese maldito hijo de puta que la había lastimado.
