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Fucking Perfect, capítulo 19

Publicado el 11 mayo 2014 por Letrasconsaborachocolate
Fucking Perfect, capítulo 19
Capítulo 19“Realidades”
El ser humano es frágil por naturaleza. No importa de quién se trate, si es niño o adulto, si ha sufrido o no; su fragilidad siempre será su talón de Aquiles, su punto débil. La inconsistencia del cuerpo humano es tanta que un pequeño proyectil lanzado con la magnitud suficiente podría terminar con el latir de un corazón en cuestión de minutos; quizá por eso el corazón de la pequeña Isabella Swan era el punto fijo de Renata Vulturi cuando disparó el arma que sostenía entre sus manos.
La joven madre carecía de sentido común en el momento que tiró del gatillo; en su retorcido mundo Bella era la culpable de todo lo malo que le había sucedido, incluidos aquellos problemas que tuvo antes de que ella llegase a su vida. Todo el enojo y la frustración habían recaído en aquella personita inocente que desde su nacimiento no había conocido más que desprecio por parte de su madre.
“Si la matamos, nuestros problemas se solucionarán. James se quedará con nosotras y todo será perfecto. Es ella la oveja negra, la que debe ser exterminada.” Susurró una voz en su cabeza.
Entonces, totalmente convencida de las palabras que se formaban en su mente, activó el arma y un estruendo que repiqueteó en los oídos de todos los presentes, llenó el lugar.
La bala había salido, sólo era cuestión de segundos…  Y precisamente en cuestión de segundos, él se movió dejándose llevar por un amor infinito. Él se interpuso en el trayecto de la bala y empujó a Isabella lejos.
El débil y asustado cuerpo de Isabella se estampó contra el suelo. Su salvador no había medido su fuerza y logró sacarla fuera de la trayectoria del proyectil, pero su cabeza golpeó contra el suelo. Mientras tanto aquel que se había sacrificado, cayó al suelo con una bala inyectada en la boca del estómago.
Él se había movido antes de que nadie pudiese decir o hacer nada, la había apartado del camino y en consecuencia una bala se había adherido a su cuerpo, perforando su piel y haciendo que pronto le faltara el aire. Todo sucedió en cuestión de segundos, demasiado rápido para que pudieran seguirle el ritmo a todo lo que pasaba.
—¿Qué has hecho? —chilló Isabella. Gateó hasta donde estaba su defensor y le tomó la mano.
Las lágrimas no tardaron en aparecer en sus ojos y aunque trató de apartarlas, cuando giró su atención a la culpable de todo, sus pupilas estaban cristalinas y se derretían en llanto silencioso y culposo. Él se había sacrificado por ella…
No podía creerlo.
—¿Te das cuenta lo que has hecho? —le recriminó su madre.
Renata soltó el arma que sostenía entre sus dedos y cubrió sus labios para evitar que el llanto emergiera de lo más profundo de su ser. Al igual que su hija, sus ojos no tardaron en llenarse de lágrimas al ver que a quien había herido era nada más y nada menos que James.  Sí, James se había sacrificado por su hija. Ni si quiera lo había pensado, el ocupar su lugar había sido por mero instinto, pero sin duda mientras estaba tendido en el suelo con Isabella sosteniendo su mano, pensó que esa era una buena manera de acabar después de todo el mal que había hecho.
—No te vayas, James. Por favor —hipó Bella—. Quédate un momento más conmigo.
Mientras James escuchaba aquello no podía dejar de pensar en todo el daño que le había hecho a esa criatura tan pura. Él la había masacrada de la manera más ruin y comprendía que no merecía ser llamado hombre, aquello que había hecho con su hija era demasiado bajo. No podía creer que después de todo lo sucedido, ella estuviese ahí, pidiéndole que se quedara un momento más. Dentro de sí esperaba que ella lo dejase morir solo, como se lo merecía una escoria como él.
—¿Por qué haces esto? —preguntó James, observando esos ojos castaños.
Isabella se limitó a mirarlo. No sabía qué contestar, así que simplemente negó con la cabeza.
—He sido muy malo contigo, ¿no me temes? ¿Por qué estás aquí?
Ella suspiró.
—No sé por qué estoy aquí. Te temía, o eso creí… pero incluso yo puedo perdonar todo el daño que me hiciste. No soy tan mala como para desear tu muerte o dejarte solo. No podría. Después de todo creo que… te amo.
Los ojos de James se llenaron de lágrimas en el momento. No podía creer lo que escuchaba.
—¿Me amas? —preguntó, inseguro.
—Creo que sí.
—Pero he sido malo contigo.
—Todos hemos sido malos con todos.
—¿Podrías perdonarme?
—Ya te he perdonado —contestó ella sin dudar.
En ese momento recordó que Edward también estaba ahí. Alzó la vista y buscó su mirada. Cuando sus miradas se encontraron, ella fue capaz de leer el dolor que había dentro de él y Edward logró ver lo que había dentro de ella.
—Ayúdalo —susurró ella.
Y con ese susurro, Edward supo que su padre tenía razón. Bella necesitaba ayuda. Una ayuda que él no podía darle por más que se lo propusiera y por más que lo deseara.  Ella lo miró y le bastó solo un momento darse cuenta que Edward no movería ni un dedo para ayudar a James.
Descubrir eso la enfureció.
—¡Llama una ambulancia! —Gritó—. Haz algo, no te quedes ahí parado como si nada estuviese pasando.
Se giró para ver a James. Acarició su cabello y lloró en silencio mientras sostenía su mano.
—Bella. —La llamó—. Creo que no estaré mucho tiempo contigo…
—No digas eso, por favor —susurró ella.
—Por favor, déjame terminar. —Pidió—.  Sé que no he sido la mejor persona del mundo y que no tengo perdón de Dios por haber hecho lo que hice contigo. Ahora comprendo que todo eso estuvo mal, que lo que hicimos estaba equivocado.
—No. No lo estaba —negó ella—. Tú me amas y yo… pese al miedo y todo lo demás, yo también te amo.
—Tú no me amas, Bella. Te hice daño y necesito que me prometas algo.
Él intentó apretar su mano pero sus fuerzas eran pocas, estaba desangrándose y nadie parecía querer hacer nada para ayudarle. Isabella sostuvo su mano con fuerza y la apretó.
—¿Qué necesitas, James? —susurró ella, cayendo en esa postura sumisa que a él tanto le encantaba.
Suspiró e intentó sonreírle.
—Lo que tú sientes por mí no es amor y eso debe quedarte claro. Lo que hice fue malo y… quiero que me prometas que… buscarás ayuda.
—¿Ayuda?
—Sí. Quiero que seas feliz con el hombre que tú elijas y que te olvides de mí y de lo que yo fui para ti. Es lo mejor, pequeña.
—Pero James…
—Shh… —alzó una mano y la puso entre sus labios. Tomó una bocanada profunda de aire y le imprimió tanta fuerza a su voz como le fue posible—. Es mi última orden, Isabella. Olvídate de todo lo que hicimos y sé feliz con quien tú decidas.
La aludida se limitó a mirarlo a los ojos. No podía creer lo que escuchaba. James estaba liberándola de toda atadura… él la dejaba total y completamente libre. Podría hacer lo que quisiera y ser lo que había deseado siempre, y por alguna extraña razón, aquella idea la aterraba demasiado.
—Está bien, James —susurró—. Te lo prometo.
Él sonrió y en aquella sonrisa se quedó su soplo de vida. Ya no haría más daño y no lastimaría más a la única persona que en realidad amó.
—Te perdono, James. Te perdono por todo el daño que me hiciste, por todos los golpes y abusos de los que me hiciste víctima. Te perdono por no saber tratarme como se debe tratar a una hija. Te perdono todo lo que sucedió porque… hasta cierto punto, yo también tuve la culpa por permitir que todo sucediera y que se repitiera una y otra vez. Yo también estoy mal. Yo también te quería… pero nadie nunca me enseñó a querer, sólo tú. Todos aquellos que dijeron quererme antes, se fueron… menos tú. Tú te quedaste y… me mostraste tu forma de amar, quizá no fuese la  mejor, pero era la única que conocías.
Se inclinó ligeramente y rozó sus labios con los suyos para sellar así una promesa, como un símbolo para cerrar un ciclo que tal vez nunca debió de iniciarse.

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