Llevaba mucho sin leer a Zweig y ya lo echaba de menos. Por eso me lancé con otra obra cortita. Sin leer el texto de contraportada creí que me iba a encontrar con una historia sobre los celos y, así fue, pero me equivoqué en cuanto al foco de dichos celos.
Una pareja de ancianos que lleva una vida tranquila y feliz, observa que su vecina pasa el día sola en casa, con la tristeza reflejada en los ojos, esperando la vuelta a casa de su marido tras el trabajo.El marido es un hombre encantador, pero excesivamente entusiasta. Su grado de entusiasmo por todo lo que lo rodea es tan abrumador que llega a cansar a todos aquellos que están junto a él.El hombre volcará su inmenso amor sobre Ponto, el cachorro que los ancianos han regalado a su mujer para que le acompañe en su soledad, sin llegar a sospechar las terribles consecuencias de tan tremenda carga afectiva.
De nuevo Zweig nos sumerge en un relato en que las pasiones afloran como las nubes en la tormenta. En esta ocasión, nos encontramos con un amor sin fronteras que pervierte lo bueno que espera conseguir y, de este modo, observamos que la entrega desmedida de cualquier tipo de sentimiento, y más si se trata de uno tan poderoso como el cariño y el amor, suele aportar un resultado diferente del esperado. Y aquí nos preguntamos ¿No es, entonces, correcto entregarnos por completo a la figura de nuestra adoración? Difícil respuesta, pues es difícil pensar que si no mostramos todo no seremos del todo sinceros pero, como siempre, el ser humano es desconfiado por naturaleza y, salvo contadas excepciones, personas realmente generosas y altruistas como el protagonista de la novela, siempre solemos esconder una carta bajo la manga, una última baza, por si acaso. Y cuando, además, somos sustituidos por una tercera persona los sentimientos explotan y el amor puede verse acorralado por la rabia y la venganza y convertirlo todo en una mierda de épicas proporciones.Entiendo que tal vez esté resultando algo críptico pero intento no revelar nada importante de la obra que reseño, lo que me dificulta dicha acción, por cierto.
En realidad, Zweig nos vuelve a poner al límite de nuestros sentimientos y los confronta con la razón a la que normalmente no atendemos cuando nos ciega cualquier tipo de pasión. En dichos momentos, tal vez resulte demasiado tópico pero, es cierto que el cerebro se nubla por completo y tan sólo el corazón guía las acciones pese a la posibilidad de sucumbir a un horrible final.
No es ni de lejos la novela que más me ha gustado de Stefan Zweig pero, como siempre, he obtenido lo que buscaba: una prosa elegante y mimada, un rato de abstracción total, y un serio momento de reflexión interna.Como he venido haciendo siempre que he reseñado a este autor, no puedo hacer otra cosa más que recomendar la lectura de la obra de Stefan Zweig. Si no has leído nada suyo, prueba con ¿Fue él? En el peor de los casos, esta novela corta no te llevará más de una hora.